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Sobre consejos y violaciones

Barbijaputa

Las mujeres somos constantemente bombardeadas con consejos (casi siempre por parte de hombres, de la policía o de las instituciones) para evitar violaciones. 

Consejos como: “lleva el número de la policía en la marcación abreviada”, “lleva dinero para emergencias y ¡no te lo gastes!” (en el “no te lo gastes”, no sé ustedes, pero yo veo una orden), “dile a todo el mundo dónde vas”. Éstos últimos son algunos de los consejos que nos dio a nosotras el mismísimo Instituto de la Mujer de Castilla y La Mancha para evitar violaciones en cita. En contraposición, daban 8 consejos –que más que eso eran súplicas– para ellos, tipo: “No te ofusques” o “no te pongas pesado”.

Cuando das consejos que más que empoderarte te generan miedo, y más que consejos son órdenes que parecen culpabilizarte si algo sale mal, es que en algo estamos fallando. Máxime cuando los consejos que tienes que darles a los que luego violan ni son consejos ni son órdenes, y más bien son frases que le dirías a un niño pequeño: “No te ofusques”. 

Que el propio Instituto de la Mujer trate a las mujeres como la que tiene parte de responsabilidad para que eso no suceda, significa que si una de ellas no sigue algún consejo, sentirá que tuvo parte de culpa y que podría haberlo evitado si hubiera tomado todas esas precauciones. Pero, señores, una mujer no tiene por qué tener una cita con un chico que le gusta y airearlo por si la violan.

Además, ¿qué puede hacer una amiga o un familiar por la chica en esa ocasión? ¿Debe presentarse en el lugar de la cita y vigilar para salvarla si la cosa se pone violenta? Otro consejo que me dejó perpleja es el de “nunca sientas que no puedes llamar a tu familia por miedo a una bronca”. Porque aquí, el Instituto de la Mujer, da por hecho que por ser familia, no van a culparla de lo que le pase. Si hay lazo de sangre, no hay nada que temer, se entiende. Como si todas las familias españolas fueran feministas y entendieran que la víctima, en ningún caso, tuvo la culpa. Como si fuera impensable que un padre no pudiera gritarle a su hija, con el honor machito mancillado y el ego maltrecho, que por qué tuvo que irse con nadie.

Las guías para evitar violaciones no deberían ir enfocadas a las víctimas como obligaciones que meten más miedo del que quitan. Tenemos el derecho a ir seguras de nosotras mismas, al igual que lo tienen ellos. Tenemos también que tener la opción a aprender a valernos de nuestros cuerpos y nuestras mentes en esos momentos. Los únicos consejos que pueden empoderarnos son los que nos animan a apuntarnos a un curso de autodefensa, los que nos enseñan a salvarnos por nosotras mismas sin esperar a que vengan a socorrernos, porque muchas veces no habrá tiempo para eso.

Los consejos, si debe haberlos, no deben ir centrados en que ellas eviten la violación, ellas no tienen nada que evitar. Más bien deberían ir enfocados a la raíz del problema: las violaciones suceden porque ellos saben de nuestra indefensión aprendida.

No nos educan para que ejerzamos violencia, ni siquiera cuando nos atacan; porque no sólo tenemos miedo a que nos hagan daño, sino que tenemos pánico a dañar de gravedad al agresor. El miedo, en esas ocasiones, nos atenaza y paraliza, y es después, una vez pasada la agresión, cuando aflora la ira y desearías tener delante al ejemplar para descargarla sobre él. Pero para entonces es tarde.

Las instituciones tienen que empoderarnos, y no obligarnos a tener todo un arsenal de trucos que, si salen bien, lo que conseguimos es el auxilio de otras personas. Y si no, el hecho de que nosotras ya estemos allí, no sirve absolutamente de nada. No nos valemos a nosotras mismas y ellos lo aceptan tal cual.

Pero nosotras sí estamos allí, estamos frente al agresor, tenemos unos brazos y unas piernas, y si bien está genial llamar si nos es posible a alguien que nos apoye, no significa que mientras tanto seamos carne de cañón. No somos cuerpos inertes hasta que viene un salvador. Puede que el agresor sea más fuerte, puede que pegue más duro, pero si aprendemos a defendernos y dejamos aflorar la ira en el momento adecuado y no después, su integridad ya no está tan asegurada. Mucho menos su erección.

Una cosa es ser pacifista y creer que con la paz podemos encauzar una situación de violencia, y otra ser pacífica por obligación, por falta de opciones, porque no sabemos ni tenemos otra manera de salir de un intento de violación que el pacifismo y el intento de negociación con el agresor.

Como decíamos, uno de los motivos por el que los hombres violan y agreden a mujeres es porque saben de nuestra incapacidad para devolver el golpe, de la falta de agresividad y de la nula capacidad de defensa que tenemos. Saben perfectamente que mientras a él le educaban para dejar fluir su agresividad, a nosotras nos han enseñado a ser sumisas.

Pero si un día, todas empezamos a devolver los golpes con seguridad y con toda la ira que somos capaces de experimentar, el cuento cambiaría. Pero no, al parecer es mejor hacernos sentir responsables de tomar un sinfín de medidas, muchas de ellas imposibles para muchas, y hacernos sentir aún más vulnerables de lo que ya nos sentimos.

Si el Instituto de la Mujer, o la policía, o cualquiera que esté tentado de aconsejarnos a nosotras cómo no ser violadas, que considere de una vez centrarse en el violador. Que no los traten como a niños de teta, que les hablen con un lenguaje adulto. Y les enseñe a ellos (mientras nos imparten clases de autodefensa a nosotras y nos hacen desaprender toda la pasividad y el miedo que nos han inculcado desde pequeñas), que “ponerse pesado” es acosar, que “ofuscarse” es ponerse violento y agresivo, que no sólo NO es NO, sino que dudar también es NO, que poner excusas también es NO, que “me voy” es NO, que insistir e insistir hasta que te dicen cansadas que sí es NO. Y que todo lo que no sea una afirmación dicha con la misma excitación que experimentan ellos, es NO, y por lo tanto es una violación. Y de paso, recordarles, en esos consejos, las penas de cárcel a las que pueden enfrentarse si no tienen en cuenta todo lo anterior.

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