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Opinión - Nos están destrozando la vida. Por Rosa María Artal

Podemos y la discapacidad

Pablo Echenique-Robba

  • Hace poco más de un mes, unos amigos y yo nos lanzamos a la piscina y decidimos crear el círculo Podemos Discapacidad: “No queremos negociar con el Gobierno. Queremos ser el Gobierno”

Los parados, los mal pagados, los inmigrantes, los emigrantes, los jóvenes, los mayores, los desahuciados, los hipotecados, las mujeres. Son muchos los grupos sociales que están siendo afectados por la vertiginosa espiral retrógrada de descuartizamiento de lo público, expolio descarado por parte de una pequeña élite económica y vuelta a las cavernas medievales de la moral nacional-católica más rancia e hipócrita.

Las personas con discapacidad y sus familias se hallan también –qué duda cabe– en esta larga lista de colectivos vapuleados sin piedad y sin vergüenza. Si la situación nunca fue buena para ellas, ahora estamos hablando de una verdadera emergencia de derechos humanos.

Los aspectos que definen el problema de la discapacidad son múltiples y están relacionados de manera compleja con otras muchas problemáticas de gran calado: la discriminación de las mujeres, el desempleo, la pobreza, el trato a las personas mayores o la explotación de los inmigrantes ilegales son sólo algunos ejemplos. No obstante, basta centrarnos brevemente en el punto de la asistencia personal para comprender el nivel de opresión económica al que está sometido el colectivo.

A grandes rasgos, una persona que presente una discapacidad más o menos importante y que no sea millonaria tiene dos opciones de vida: o habita en el domicilio familiar, asistida por algún pariente –casi siempre femenino–, o es recluida en una residencia más parecida a una cárcel que a un hotel. En cualquiera de los dos casos, no tiene ninguna esperanza de conocer la vida autónoma que cualquier ciudadano da por sentada.

Muchas personas con discapacidad no pueden llevar a cabo por sí solas ciertas actividades de la vida cotidiana, como ir al baño, levantarse de la cama, ducharse o mantener relaciones sexuales. Esto puede solucionarse mediante la contratación de un asistente personal, pero, si pensamos que es habitual necesitar que el asistente esté disponible también por la noche, una cuenta sencilla nos dice que estamos hablando de un coste de miles de euros al mes.

No hay familia que aguante este gasto y, por eso, no queda más remedio que asumir el esfuerzo en el núcleo familiar, con el inmenso coste personal y la pérdida de oportunidades laborales que ello conlleva. Si la familia no está, o no puede llevar a cabo la asistencia, el Estado prefiere encerrar a la persona en una residencia con dudoso currículum de derechos humanos antes que financiarle un asistente; incluso aunque se haya demostrado que lo segundo no es sólo infinitamente más digno, sino además más barato.

Ante esta situación desesperada, ¿qué hacer?

La respuesta tradicional del colectivo ha sido el asociacionismo como vía de lobby (o como manera de cubrir un pequeño porcentaje de las necesidades no satisfechas). La presión por estos cauces apolíticos y sólo débilmente contestatarios ha conseguido algunos logros nada desdeñables (no podemos negar esto), e incluso pareció por un momento que podría solucionar completamente el problema de base cuando aún estábamos en la Champions League de Europa y el Gobierno de Zapatero puso en marcha la bien intencionada Ley de Dependencia.

Sin embargo, la dependencia (valga la redundancia) de las asociaciones de las subvenciones públicas las convierte frecuentemente en rehenes del Gobierno y les sustrae la potestad de defender los intereses de aquellos a quienes se supone que deben representar.

Es por ello que, cuando el pacto temporal y a la postre fallido que la socialdemocracia intentó mantener con los depredadores de los consejos de administración acabó derrumbándose en una hoguera de safaris, de indultos de banqueros, de desahucios y de desigualdad brutal, las asociaciones no pudieron (o no quisieron) hacer prácticamente nada más que protestar “enérgicamente”.

Y las pocas personas con discapacidad que habían podido asomar la punta de la nariz por la ventana con la Ley de Dependencia tuvieron que volver al profundo hoyo de sus habitaciones y su miseria que conocen tan bien. No es que la exigua financiación de la ley llegase nunca a ser más que un pequeño y no muy digno sueldo informal para los asistentes familiares, pero es que ahora no es ni siquiera eso. Ahora es la crónica de una muerte anunciada.

¿Y los otros partidos? ¿Qué hay de los partidos de izquierdas de verdad?

Pues bien, por poner un ejemplo, hace unos días me vi entero el debate de cierre de las primarias de Equo a las europeas y creo que existió un breve segundo perdido entre las dos horas de debate en el que alguien dijo algo de la discapacidad. Para tratarse de un problema que afecta seguramente a más de cuatro millones de personas, no parece que el interés fuese proporcionado.

No me cabe duda de que, si Equo o Izquierda Unida –o cualquier otro partido que aún no se haya vendido completamente a los bancos– gobernase, la situación de las personas con discapacidad mejoraría con respecto a la actual –algo casi inevitable, por otro lado, si pensamos que estamos en el fondo del pozo–, pero tampoco estoy muy seguro de cuál sería el tamaño de la mejora, la verdad.

Por un lado, el hecho de que estos partidos prefieran luchar por separado en un contexto de urgencia social no sugiere que tengan la misma prisa que la gente que está sufriendo y, desde luego, la discapacidad no suele aparecer en lugar muy destacado de su lista de prioridades o de sus discursos. Así que permítanme dudar.

Yo, que nunca he entendido ese pudor en desvelar a quién se vota, puedo decir que he votado tanto a Equo como a IU. Sin embargo, y basándome en lo expuesto en los párrafos anteriores, creo que las personas con discapacidad –los más de cuatro millones de personas con discapacidad– y sus familias tienen, hoy por hoy, una opción mejor.

El movimiento político Podemos, iniciado por el mediático profesor Pablo Iglesias entre otros, se sitúa en una posición ideológica similar a la de los mencionados partidos y hace un énfasis en la defensa de lo público que es comparable –si no mayor– a la que se puede leer en sus programas. En el apartado de las diferencias, no obstante, presenta una serie de características que lo convierten, en mi opinión, en una opción superior, más ilusionante y con más capacidad de cambio real para el colectivo de personas con discapacidad (y para más colectivos, pero hoy me centro en este).

1. La más evidente es la valentía y la urgencia que se desprende de su llamamiento a la unidad de los partidos y los movimientos sociales que están en contra de los recortes y del desmantelamiento de lo público. Un llamamiento con el formato de una propuesta de frente común y primarias abiertas a la ciudadanía.

Como digo, no parece que los demás aliados naturales de Podemos compartan esta urgencia que también es la de las personas con discapacidad y de tantos otros colectivos oprimidos. No se entiende muy bien cuál es el motivo de acudir a las elecciones fragmentados y no parece que tenga mucho que ver con el interés general.

2. Asimismo, el énfasis de Podemos en derivar la discusión no hacia el tradicional eje derecha-izquierda, sino hacia la dicotomía privilegiados-“los de abajo” y su preferencia por los derechos humanos sobre otros conjuntos menos universales de principios, es algo que puede parecer menor pero que resuena fuertemente con la problemática de la discapacidad.

3. Por último y fundamentalmente, el carácter radicalmente participativo e inclusivo del movimiento, encarnado en la espontaneidad y autonomía de los círculos que han florecido por todo el país, facilita que la voz de las personas con discapacidad –tan bajita, tan sutil en otros foros– pueda oírse aquí con fuerza y decisión.

Es por todo esto que, hace poco más de un mes, unos amigos y yo nos lanzamos a la piscina y decidimos crear el círculo Podemos Discapacidad.

Desde entonces, más de 80 personas –la gran mayoría, pero no todas, con alguna discapacidad– se han unido a la lista de correo y al foro que utilizamos como “lugar de trabajo”, hemos superado rápidamente los 1.000 “me gusta” en nuestra página de Facebook y los 600 seguidores en Twitter, hemos organizado flujos de trabajo ágiles y eficientes, hemos debatido propuestas que nos vuelvan a llevar al cumplimento de esos derechos humanos que hoy se pisotean en España, hemos redactado enmiendas al programa colaborativo de Podemos a las europeas en el articulado que más afecta a las personas con discapacidad y hemos elegido democráticamente a nuestros candidatos a las primarias abiertas que conformarán la lista de Podemos a las elecciones del 25 de mayo.

Aunque nuestro funcionamiento es casi enteramente por internet, este 6 de abril, presentaremos físicamente el círculo en Madrid.

Somos un grupo completamente abierto, democrático, lleno de ganas de trabajar, de conocimientos y de ilusión. Hemos unido al tradicional eslogan de los movimientos de vida independiente, “Nada para nosotros sin nosotros”, otro con la agresividad y los dientes afilados que la presente situación de urgencia requiere: “No queremos negociar con el Gobierno. Queremos ser el Gobierno”.

Con una bolsa de votantes con discapacidad que se estima alrededor del 10% de la población (y eso sin contar a las familias), no pensamos que ninguno de los dos eslóganes sean utópicos. Basta con dar un paso adelante valiente y decidido y elegir y apoyar la opción que, hoy por hoy, tiene más sentido.

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