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Los economistas y la maldición de Casandra

José Moisés Martín

Marzo de 2010. La crisis de las finanzas públicas griegas amenaza con resquebrajar la solidaridad entre los miembros de la Eurozona, sin que, aparentemente, parezca que puede haber una solución a los dilemas que ha abierto. En un movimiento sin precedentes, una reunión del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo y del Eurogrupo preparan una serie de conclusiones para ser aprobadas por un Consejo Europeo extraordinario.

Tras la reunión, el presidente del Consejo, Van Rumpuy, hace pública una declaración en la que se recogen los acuerdos fundamentales para sobreponerse a la crisis griega y evitar nuevas crisis en el futuro.

La primera de esas decisiones es propuesta por Jean Claude Trichet, gobernador del Banco Central Europeo: el BCE comprará, en el mercado secundario y de manera ilimitada, toda la deuda pública que sea necesaria para garantizar que las primas de riesgo de los países periféricos de la eurozona no se disparan hasta niveles insostenibles. El programa, que tiene como nombre OMT (Outright Monetary Transactions) obliga a una fuerte condicionalidad en materia de estabilidad presupuestaria.

La segunda de las decisiones es propuesta por la Comisión Europea. La Comisión ha decidido alargar los plazos de cumplimiento de los ajustes fiscales vinculados al Procedimiento de Déficit Excesivo. Inicialmente planteados para 2013, la Comisión propone que los países con problemas de déficit público excesivo tengan hasta el año 2015 –dos años más- para cumplir sus objetivos de reducción del déficit por debajo del 3%. Lo hacen desde el convencimiento empírico de que el multiplicador fiscal funciona en situaciones con bajos tipos de interés –cercanos a cero-, sobre la base de estudios del FMI.

La tercera de las decisiones es propuesta por los estados miembros: la creación de un mecanismo europeo de estabilidad financiera, con capacidad de hasta 900 mil millones de euros, para facilitar la financiación de los países con mayores problemas, en el horizonte de ajuste del déficit público, previsto por el Procedimiento de Déficit Excesivo. Los préstamos de este mecanismo no tendrán carácter de preferentes para seguir facilitando el acceso de los estados a los mercados financieros.

El Consejo Europeo también ha aprobado la puesta en marcha de un mecanismo europeo de supervisión bancaria, que incluye la posibilidad de recapitalización directa de los bancos europeos con problemas, a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad.

Tras la presentación de las conclusiones, las instituciones de la Unión Europea lanzan un poderoso mensaje “haremos todo lo posible para evitar la ruptura del Euro, y, créannos, será suficiente”. La crisis de la deuda soberana europea se diluye tal y como comenzó, y en abril de 2010, la normalidad ha vuelto a los mercados de bonos, donde los diferenciales no se despegan de 150 puntos básicos, la financiación para las empresas no se ha convertido en prohibitiva, y los estados no se ven forzados a apresurar una serie de recortes fiscales que los envíen a una segunda recesión.

Europa ha conjurado su peor pesadilla: una crisis de confianza en el Euro y en la voluntad de los países europeos de sostener su moneda única.

¿Política ficción? El gran sociólogo español Jesús Ibañez solía decir que la flecha de la Historia no es lineal y que ensaya múltiples trayectorias antes de determinar su camino definitivo. En la historia reciente del Euro, este breve relato es ficción sólo a medias: todas las medidas descritas han sido adoptadas por las instituciones europeas. La única diferencia con la historia real es su localización en el tiempo. El programa OMT se puso en marcha en septiembre de 2012, más de 30 meses después del comienzo de la crisis de Grecia. La decisión de alargar los plazos para la consolidación fiscal se ha tomado bien entrado 2013, esto es, con tres años de retraso. Otras medidas se tomaron entre finales de 2011 y mediados de 2012. El informe del Fondo Monetario Internacional advirtiendo del efecto del multiplicador fiscal se presentó en Febrero de 2013, y no en febrero de 2010.

De haberse tomado este conjunto de políticas en su momento oportuno, los países de la periferia europea se habrían ahorrado miles de millones de euros en pago de intereses, y habrían evitado un sufrimiento social totalmente innecesario.

Algún lector avezado puede decir: “claro, qué fácil es plantear ahora esta reflexión a toro pasado”. Dicen que los economistas son los que mañana explicarán por qué fallaron sus predicciones de ayer. ¿Es eso real? No del todo: recuperando la literatura académica de los últimos años, son muchos los economistas que, en el momento preciso, realizaron análisis y propuestas similares a las ya descritas, que podrían haber ahorrado mucho sufrimiento económico y social a Europa. Pero como en la maldición de Casandra, estos economistas están condenados a no ser tenidos en cuenta, a que sus reflexiones no sean estudiadas y a que sus propuestas sean despreciadas por irreales, estúpidas o poco rigurosas.

En “Caída Libre”, Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía, relata que, al iniciarse la crisis financiera internacional, participó en un taller con otros prominentes economistas. En dicho taller se preguntaban cómo era posible que ningún economista hubiera pronosticado la crisis. Stiglitz argumentó que numerosos economistas habían alertado del riesgo de una implosión de las finanzas globales, a lo cual sus contertulios contestaron “nos referimos a economistas serios”.

La Conclusión a la que llega Stiglitz, compartida por el autor de este post, es la siguiente: era imposible que un economista “serio” hubiera alertado de la crisis, porque esa denuncia hubiera servido para descalificarlo automáticamente como economista “serio” delante de sus colegas de profesión.

La historia se repite día tras día. Cada vez son más frecuentes los artículos, estudios y declaraciones de numerosos economistas sobre el tremendo error que supone la aplicación de las políticas de austeridad a ultranza. No sólo el FMI, sino centros de estudio tan poco sospechosos como el Center for Economic Policy Research, o el Bruegel Institute, han publicado recientemente estudios y opiniones sobre la austeridad y sus perniciosos efectos. Hasta el momento, la respuesta institucional ha sido pobre y previsible, haciendo caso omiso de los mismos.

Tristemente, el varapalo empírico que está sufriendo la economía “seria” ha hecho poca mella en el discurso dominante en la política económica de la Eurozona. Las recetas económicas que se están aplicando (ajuste fiscal, recortes sociales, desregulación, rebajas en la protección laboral) forman parte de una agenda de rediseño del espacio socioeconómico de Europa. Esta agenda no surge como respuesta a la crisis, sino que es previa a la misma. El mejor documento de esta contrarreforma está recogido en el trabajo “El Futuro de Europa”, de los economistas italianos Alesina y Giavazzi. El libro realiza un recorrido sobre las reformas clave que debe afrontar la Unión Europea si no quiere perder puestos en la economía internacional, que van desde un recorte en las pensiones hasta un incremento en la jornada laboral, pasando por la liberalización de las universidades, las rebaja en la progresividad fiscal y la desregulación de los mercados. ¿Les suenan estas medidas? El libro, publicado en España en 2009, está escrito en 2006, cuatro años antes del estallido de la crisis de la Eurozona. La agenda existía: la crisis sólo ha sido la coartada para activarla.

Los economistas más conscientes del continente siguen levantando su voz frente a esta agenda, que tanto sufrimiento social está trayendo a Europa, alertando de los efectos de una austeridad innecesaria y cruel, que compromete el futuro de varias generaciones de europeos.

¿Volverán estos economistas a ser víctimas de la maldición de Casandra? ¿O serán los poderes públicos capaces de salir de su ensoñación, descubriendo, como dijo otro gran economista consciente, Luís de Sebastian, que el rey está desnudo?

La historia sigue su curso y no ha llegado a su fin.

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