El esfuerzo y el talento como ideología
La Fundación COTEC ha publicado su informe anual sobre el estado de la Investigación y Desarrollo en España. No solo somos de los países europeos en los que las administraciones públicas hacen menos esfuerzo inversor, sino que además las empresas españolas son de las más rácanas, parece que se quedaron en el descubrimiento de “que inventen ellos”. España es uno de los países en los más se recorta en porcentaje de PIB en estas actividades en los últimos años. Mientras el porcentaje del PIB dedicado a I+D aumentaba un 35,7% en Alemania entre 2009 y 2016, en España disminuía un 12,6%. Para ser buenos camareros de los alemanes no hace falta un gran desembolso en ciencia.
Esta falta de inversión, pública y privada, debe tenerse en cuenta a la hora de analizar otros indicadores, como los relacionados con la producción científica. Las universidades españolas son las principales instituciones de producción científica. Cada vez que se publican ranking sobre universidades se hacen descontextualizados de la necesidad de financiación para estar en la élite mundial. Son muchos los titulares que señalan que España no está en los primeros doscientos puestos, pero pocos los tienen en cuenta que entramos en las zonas altas de la clasificación, pues estamos en el top de países con más universidades entre las quinientas primeras del mundo. Llegamos a tener una universidad entre las 200 primeras, la Universidad de Barcelona, y como premio, la Generalitat prefirió seguir con sus retallades. El Gobierno español podría haberla reforzado con actuaciones especiales, en reconocimiento de su mérito, pero igual no tenían claro si era una universidad española.
Dada la escasez de recursos, públicos y privados, la universidad española es muy eficiente a la hora de investigar. Esta eficiencia se sustenta en el personal investigador, que ve que cada vez que hay una reforma, es para precarizar y empobrecer la carrera investigadora. Además, el diseño institucional de apoyo a la investigación está pensado dando por supuesto que los investigadores son delincuentes, y que solo mediante complejos trámites administrativos pueden demostrar su inocencia, por lo que a la poca financiación, hay que añadir el exceso de burocracia.
Gran parte del debate se centra en que la mejora de la universidad se basa en potenciar el mérito y el esfuerzo de los investigadores, en una cultura de la excelencia, y los males de la universidad son la mediocridad y la endogamia. Pero si esto fuera así ¿por qué tenemos tanta investigación de calidad a nivel mundial con tan bajo coste? La comparación de las sucesivas generaciones en cualquier departamento muestra cómo las generaciones jóvenes están de sobra seleccionadas, que no necesitan mostrar una vez más sus virtudes, sino que se les apoye. Cambiar las normas de juego, sin más facilidades económicas y de gestión para la investigación, solo lleva a empeorar la vida del personal sin plaza fija, sin que tampoco mejore necesariamente el esfuerzo de quienes ya han consolidado su posición laboral.
Para ilustrar este problema podemos observar qué ha pasado en la Universidad de Wisconsin (Madison), una de las mejores del mundo. Es una universidad pública con fuerte apoyo de su Estado, pero desde que llegó un Gobernador enemigo de lo público, Scott Walker, no ha parado de disminuir su presupuesto. Su ideología privatizadora ha sido más fuerte que la evidencia de estar dañando una universidad puntera, como muestra el descenso de los indicadores de excelencia. La universidad no ha cambiado su forma de gobierno o su selección de profesorado, no es más endogámica, es más pobre.
La idea de que la investigación es esfuerzo y mérito, la cultura de la excelencia, cuando no se habla de condiciones de trabajo, estabilidad laboral, recursos para investigar y una administración ágil, no es más que ideología para hacer creer que los problemas están en la mala calidad de las personas (¡endogamia!, ¡endogamia!), y no en la falta de apoyo, público y privado.