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Dónde la esperanza

El PSOE rinde homenaje a Felipe González en el 30º aniversario de su victoria electoral.

Suso de Toro

La sociedad española está desconcertada, lo estamos y no es para menos, pues la caída es vertiginosa desde lo más alto a lo que habíamos llegado. Hace cinco años teníamos la cifra de paro más baja de las últimas décadas y el trabajo no parecía un bien tan valioso. De hecho, acudieron personas de otros países a ocupar los trabajos que aquí no se aprovechaban. No parecía necesario tampoco formarse, se podía ganar buen dinero en trabajos con poca cualificación. Un sueldo de mil euros mereció un calificativo, “mileurista”, con connotación peyorativa. Se le daba cobertura a las personas con discapacidades. Por tener un hijo te daban un cheque. A pesar de las intensas campañas de la derecha, se actualizó la legislación sobre el aborto partiendo de los derechos y la problemática de las mujeres. Se intentaba un encaje de Cataluña en España que satisficiese las demandas de la sociedad catalana. Se aprobaba el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y, al fin, ETA anunciaba el final de las acciones terroristas.

Las utopías parecían irse realizando dulcemente, España se codeaba y el futuro parecía predecible y razonablemente favorable, pero la esfera embriagadora que habitábamos ya empezaba a cuartearse hace cinco años y finalmente lo etéreo se hizo grave y aplastó con su peso a Zapatero y su legado. El alto edificio de ladrillo y cemento se levantó sobre el barro. Y comenzó un proceso en el que la política de los partidos no pudo, y ahora no quiere, defender lo que habíamos conseguido y así nos fuimos viendo implicados cada vez más en la política, primero interesándonos asustados por las maniobras especulativas y la deuda y ahora protestando.

En cierto sentido recuperamos lo que habíamos entregado dócil y cómodamente a los políticos profesionales. Recuperamos la política, eso es lo que hacen las personas que se movilizan por sus intereses y sus derechos, que al final son los de todos. Eso comenzó hace años cuando en L'Hospitalet y Barcelona comenzó la campaña contra los desahucios, eso está haciendo de modo ejemplar el personal de la sanidad de la comunidad de Madrid, gracias, que afronta un desafío que no es suyo, es de todos, y eso está haciendo cada vez más gente en las calles.

Hasta los jueces se ven obligados a defender lo que consideran suyo, el poder judicial. Esta administración además de una acreditada incompetencia demuestra una gran falta de sentido institucional, su actuación en el caso de los cuatro mossos condenados por torturas, indultándolos reiteradamente contra la voluntad de los jueces, es un claro desafío del poder político al poder judicial como no se había visto.

Aquí y allí la gente se empieza a mover, no se puede decir que la sociedad no se esté rebelando o empezando a rebelar contra el gran robo que nos hacen, pero esas movilizaciones tienen un acompañamiento político muy débil y por ello no tienen los resultados que merecen y por ello pueden acabar en frustración. Hoy las referencias sociales se encuentran en lugares inopinados, tienen mayor autoridad moral el Gran Wyoming o Jordi Évole que cualquier figura de la política. Y si unos la tienen y otros no, es porque la gente votará lo que vote pero no es tonta.

En esta situación de crisis colectiva no hay liderazgo político llámesele nacional, colectivo o como se quiera. Gobernar, más en un trance así, no se trata de cuadrar las cuentas, y ya no entro en lo injustas que son esas restas y divisiones, sino de conducirnos a todos. Y eso es imposible que lo pueda hacer Rajoy y su Gobierno, pues carece de crédito y de autoridad al haber llegado al poder únicamente con mentiras. El estilo de Rajoy se ajusta al fondo: no dar la cara, escabullirse, no decir la verdad... Es lo contrario de la política democrática.

El liderazgo democrático por fuerza tiene que escuchar a la oposición y, sobre todo, a la ciudadanía. En una democracia es insoportable que el Gobierno obedezca meramente a intereses ajenos en contra de los intereses y el parecer de su ciudadanía. El liderazgo democrático se basa en la aceptación y genera unidad no pidiéndole a la población que achante sino creando un diálogo, no sólo entre clases y grupos sociales, sino también entre proyectos nacionales distintos que coexisten entre nosotros. Y lo que es intolerable es que un Gobierno que somete a la mayoría de la población a privaciones y sufrimientos haga rapiña en los servicios públicos.

La privatización de lo público es un robo social, la política de los ricos contra los pobres es la de los verdaderos delincuentes como lo prueba el caso de Díaz Ferrán, aquel admirador de Esperanza Aguirre, la “cojonuda”. Quién dijo que ya no había clases sociales, esos depredadores saben que sí las hay. Pero un Gobierno así, de una clase social contra las otras, no se sostiene y tiene que caer para dar paso a otro.

Pero no caerá si no existe una oposición capaz de ofrecer una alternativa al país. Y no la hay. El Partido Socialista, el que tiene más implantación y responsabilidad, entró en un proceso de bunkerización del que no consigue salir por ahora y está eludiendo su responsabilidad, encabezar una alternativa de Gobierno. Sin eso no hay esperanza y justamente esperanza es lo que falta, de la desesperación nace el nihilismo, la autodestrucción.

Este domingo el PSOE celebró una fiesta que casa mal con lo que vive la sociedad aunque no lo vean así. Sin duda era una fiesta para los de dentro, por un lado para darse ánimos evocando un pasado mítico y glorioso, y por otro lado para apuntalarse la actual dirección, cuestionada y con muy baja valoración. También interesaba recordarnos que los años ochenta con González fueron de vacas gordas para todos, pero no se dan cuenta de lo lejos que le queda eso a la mayoría de las personas hoy: el Partido Socialista confía en los pensionistas y medio pensionistas y no aprecia debidamente la distancia enorme con las nuevas generaciones. Desde fuera cuesta comprender el criterio de esa dirección. Curiosamente mantiene un estilo semejante al de Rajoy en cuanto a confiar en el paso del tiempo como cura para los males, aguantar y esperar a ver si un día ve pasar por delante de la casa al cadáver del enemigo. No comprenden lo que está ocurriendo en la sociedad, creen que los partidos “tienen” los votos, no comprenden que son propiedad de los ciudadanos y que cuando un partido no es útil no es una buena inversión para el voto.

El Partido Socialista se debate en el dilema de escoger entre hacer una implosión controlada o amañar un relevo controlado. No existe tal dilema: ya es tarde y sólo cabe la implosión, un debate abierto a todo y a todos, una autocrítica no sólo de las políticas de los dos últimos años del Gobierno Zapatero, sino de la propia historia del partido desde que se refundó en los años setenta y un cuestionamiento de las estructuras del partido que están siendo su verdadero problema.

Nadie tiene la fórmula mágica para una política de izquierdas desde el Gobierno, aún no se ve una alternativa a la socialdemocracia, definitivamente liquidada por la historia, pero hay que comenzar por la humildad. Sin humildad, determinación para escuchar a la sociedad y cambiar, y sin valentía no merecerá la confianza de la población, ni siquiera despertará la curiosidad.

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