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El fin de la gran ficción europea

Angela Merkel, en un minuto de silencio en el Parlamento alemán.

Iñigo Sáenz de Ugarte

La Unión Europea ha tenido siempre una fantástica capacidad para vivir a espaldas de la realidad casi desde su fundación. Cuando franceses y alemanes aún se miraban con recelo, sus respectivos gobiernos montaron la base de lo que luego sería la Comunidad Económica Europea. Cuando el continente aún no sabía cómo habría que digerir el fin de la URSS y de su constelación de aliados, los líderes apostaron por una unión monetaria que no incluía algunos requisitos fundamentales fiscales y financieros. Cuando la crisis golpeó a Europa y se imponía una respuesta pública que impulsara la demanda, los gobiernos del norte de la UE impusieron el inicio de la era de la austeridad.

En unos casos, los dirigentes de la Unión decidieron ir un paso por delante de los acontecimientos. No se puede negar que en algunos momentos parecía que el truco funcionaba. En su respuesta a la actual crisis, no ha sido el caso, en especial en relación a Grecia. Ningún análisis económico convencional puede aceptar que es sostenible una deuda del 175% del PIB con un Gobierno que no tiene la capacidad de devaluar su moneda en un contexto económico además de deflación.

Pero ha dado igual porque, como si se tratara de un culto religioso que no admite herejías ni interpretaciones heterodoxas del libro sagrado, no se consideraba aceptable ninguna alternativa. La construcción del euro había tenido errores de diseño obvios, reconocidos por algunos de sus arquitectos. No importó. Había que seguir adelante. La austeridad corría el riesgo de matar al paciente. Daba igual. Había que seguir el curso. Las élites europeas lo sabían mucho mejor que sus ciudadanos a los que sólo les quedaba el derecho de callar y sufrir.

La victoria de Syriza es la primera insurrección popular contra ese discurso único que ha tenido éxito. Como dice la portada del lunes del Financial Times, es “un desafío al establishment del euro”. Ha habido contestación contra ese sistema de poder en muchos países y desde posiciones ideológicas muy diferentes. Ha habido gobiernos como el francés que han amagado con resistir, aunque luego se han rendido. Pero ahora tenemos a un Gobierno, con silla en el Consejo Europeo, que no acepta las cartas que se han repartido hasta ahora en la mesa. Y ahí es donde se juega el duelo imprescindible, no en los parlamentos nacionales, donde sólo se puede aparentemente seguir las órdenes que llegan del norte.

La partida empieza en realidad ahora. No todas las cartas favorecen a Alexis Tsipras e incluso algunas tienen mala pinta. El líder de Syriza ha dado por muerta a la Troika, una especie de gobierno de coalición para vigilar a los países rescatados que no aparece en ningún tratado de la UE, pero mientras las finanzas del país estén en un estado catastrófico él necesita negociar, buscar aliados dentro y fuera del país y ser lo bastante amenazante como para que los demás socios estén como mínimo preocupados por el futuro. El miedo no ha cambiado de bando (horrible eslogan que hace creer a muchos que la batalla ya está ganada), pero al menos ahora está más repartido.

Hemos rescatado a los bancos, pero no a la gente. Ese es un mensaje que se ha escuchado en las calles de toda Europa. El establishment no ha movido un músculo. En un país, se ha lanzado el desafío que faltaba. Muchos griegos han decidido no resignarse. ¿Habrá gente suficiente en otros países para continuar ese camino?

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