Cuatro lecciones del caso Nadia
A veces, la superstición mata. No es algo que se airee mucho. Nos enteramos solo cuando la víctima es menor (el niño de Olot que murió de difteria hace año y medio por no estar vacunado) o popular (Steve Jobs, que optó por tratarse un cáncer de páncreas con una dieta).
La semana pasada se habló largo y tendido de una niña llamada Nadia. Sabrá que un periódico y varias televisiones hicieron de altavoz para su caso. Tiene una enfermedad rara, tricotiodistrofia, y su padre andaba recaudando fondos para someterla a un innovador tratamiento. La historia era tan emocionante, tan estremecedora que recibió más de 150.000 euros en unos días.
Pronto se supo que, salvo la enfermedad de la niña, todo en el relato del padre era falso. También aquel milagroso tratamiento que nadie, en ningún medio, se había molestado en verificar. El padre de Nadia, al verse descubierto, admitió que llevaba su hija a “curanderos”. En efecto, la innovadora terapia para la que recaudaba fondos es lo que algunos llamarían “medicina alternativa” y otros, por economía del lenguaje, simplemente “estafa”.
No resulta extraño que tantos periodistas diesen esa terapia por buena. Al fin y al cabo, son muchos los medios de comunicación que dan por buena cualquier terapia. ¿Por qué iban a desconfiar de “una manipulación genética prohibida en España” que conlleva hacer “tres agujeros en la nuca” (así lo describió el padre de Nadia) cuando de manera recurrente publicitan la homeopatía, el reiki y cosas aún más extravagantes?
Pero veamos el vaso medio lleno. Y es que algunos ciudadanos parecen haber descubierto, gracias al padre de Nadia, las bases del pensamiento crítico. Basta con echar un ojo a los comentarios de los periódicos, donde pueden leerse momentos eureka del tipo: “¡No volveré a creerme nada sin comprobarlo antes!”
Hay, en efecto, cuatro lecciones (obvias, dirán algunos) que el caso Nadia podría enseñarnos.
La primera, que conviene tomarse un minuto en comprobar lo que leemos antes de darlo por bueno y difundirlo (particularmente cuando adjunta un IBAN).
La segunda, que algo no es necesariamente cierto solo porque lo diga un gran medio o un periodista relevante. Incluso aunque presupongamos buena intención al negocio de las noticias, cualquiera puede tener un día, una semana y hasta una década torcida.
La tercera, que los prescriptores con decenas de miles de seguidores no son inmunes al efecto lemming.
Y la cuarta, menos comentada, que las terapias alternativas son un fraude. Tanto las que se desarrollan en hospitales secretos por parte de oscuros científicos como las que se venden en la farmacia de la esquina. Al publicitarlas contribuimos a la estafa y ponemos vidas en riesgo.
En nuestro país hay medios de comunicación, públicos y privados, que dan cobertura diaria a todo tipo de curanderos. Lo hacen en los informativos y en los magazines (donde parece que, de puro bullicio, todo está permitido). Algunos periódicos les dedican páginas interiores. Otros, la contraportada entera. Ojalá este lamentable episodio les mueva a la reflexión.