Todos luchan “contra el terror”
“Si te quieres librar de alguien, primero etiquétalo como 'terrorista'. A continuación procede a 'luchar contra el terrorismo'. El mundo te lo agradecerá”, dice el activista de Emiratos Árabes Unidos Iyad al-Baghdadi en uno de sus mensajes de Twitter. “Etiqueta a toda la oposición como terrorista, y luego declara la guerra contra el terror”. “Da un toque de terrorismo a tu país, y procede a gobernarlo para siempre”. La lista sigue bajo la etiqueta “Manual del Tirano Árabe”, donde él y otros usuarios comparten comentarios sobre el comportamiento de los gobiernos árabes y sus tácticas, con la “guerra contra el terror” en el centro.
Pocos gobiernos se han beneficiado tanto, han enarbolado tanto el mantra de la “lucha contra el terror” como los de Oriente Medio y Norte de África, región contra la que se acuñó el concepto en 2001, tras los ataques contra el World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre. La administración Bush lideró aquella ofensiva internacional que decía querer acabar con el terrorismo de inspiración yihadista, y el enemigo fue bautizado como el “eje del mal”, que abarcaba un grupo difuso de países de la región árabo-islámica, con Irak como objetivo directo. Bajo ese paraguas se justificaron entonces bombardeos, invasiones, ocupaciones, violaciones de los derechos derechos humanos y de la legalidad internacional en la región, y ese mismo paraguas sirve hoy a los gobiernos de esos países tanto para el avance de sus agendas geoestratégicas como en la represión de sus poblaciones.
Irán y Arabia Saudí, capitanes de la “guerra contra el terror”
“Gobiernos de todo el mundo, y en especial los de Oriente Medio y Norte de África, usan la 'guerra contra el terror' para justificar sus propios fracasos y encubrir sus violaciones de los derechos humanos”, asegura Raed Jarrar, responsable de relaciones gubernamentales del American Friends Service Committee en conversación con eldiario.es.
Dice luchar contra el terror la monarquía al Saud que gobierna en Arabia Saudí, y que el 2 de enero ejecutó a 47 activistas acusados de terrorismo, entre ellos el clérigo Nimr al Nimr, conocido por su apoyo de las manifestaciones pacíficas de 2011. Salían inmediatamente en defensa de los al Saud Emiratos Árabes Unidos y el resto de países del consejo de Cooperación del Golfo, todos repitiendo al unísono la necesidad de “luchar contra el terrorismo”. Una lucha contra el terrorismo que no sólo es doméstica, sino que también ha servido de paraguas para intervenciones militares como la liderada por Arabia Saudí en Yemen.
También dice luchar contra el terror el gobierno de Irán, que en seis meses de 2015 ejecutó a más de 700 personas despreciando las mínimas garantías judiciales, como condena Amnistía Internacional. En la guerra contra el terror enmarcan las autoridades iraníes su intervención en Siria y su apoyo militar, económico y estratégico al gobierno de Bachar al Asad, responsable de la represión de manifestantes pacíficos en 2011, del asesinato de miles de civiles y del incendio que vive el país. Si el asesinato de al Nimr y el resto de ejecutados en Arabia Saudí responde a esa política sectaria con la que la monarquía Saud defiende su feudo, las condenas de las autoridades iraníes de esas ejecuciones responden también a una lectura sectaria, incitando a la lucha contra el enemigo suní y avivando el incendio en la región.
Irán y Arabia Saudí encabezan un enfrentamiento por la hegemonía regional que avanza mediante el sectarismo religioso que fomentan ambas potencias. Ambas silencian a sus poblaciones y aniquilan cualquier forma de disidencia doméstica, a la vez que se posicionan con dictaduras o levantamientos populares en función de sus intereses. Desde Siria hasta Bahréin, pasando por Líbano, Egipto, Yemen o Palestina, cada paso que dan Irán y Arabia Saudí, cada alianza que firman, busca equilibrar la balanza en su favor. En ese tablero suní-chií en el que ambas potencias han convertido la región, la “guerra contra el terror” se ha convertido en la herramienta más eficaz para avanzar sus agendas.
No hay gobierno en la región que no impregne sus discursos del mantra de lucha contra el extremismo
Irán y Arabia Saudí son las cabezas más visibles de ese conflicto con el que cada potencia busca defender sus intereses, pero no son las únicas. La bandera de la “guerra contra el terror” que tanto ha contribuido a aumentar el umbral de la impunidad la enarbolan prácticamente todos los gobiernos de Oriente Medio y Norte de África, hasta el punto en que ha llegado a convertirse en un comodín, una frase hecha que como un resorte acompaña cualquier acto de represión doméstica o intervención geoestratégica.
Ya en 2011, activistas sirios se burlaban del uso del término terrorista en la propaganda oficial del régimen de Bachar al Asad. Entre marzo y junio de 2011, cuando la manifestaciones eran sólo pacíficas y las proclamas eran de libertad y justicia, las autoridades sirias ya acusaban a los manifestantes de terroristas y enmarcaban su represión de la población en la “lucha contra el terror”. En ese mismo período, a la vez que detenían y asesinaban a niños como Hamza al Khatib y a líderes del movimiento de la no violencia como Ghiath Matar, las autoridades sirias liberaron a decenas de antiguos combatientes extremistas para infiltrar esas manifestaciones pacíficas y derivarlas hacia una rebelión armada que legitimase la detención, tortura y asesinato de activistas y sus medidas “contra el terror”. “El régimen no sólo abrió las puertas de la cárcel a extremistas, sino que les facilitó el trabajo de creación de brigadas armadas”, declaraba un antiguo miembro de los servicios de inteligencia militar sirios. Hoy, mientras la población de Mazaya muere de hambre bajo el asedio de Hezbollah y las autoridades sirias, y mientras pacifistas como Bassel Khartabil continúan desaparecidos, Asad se postula como azote de Daesh – el llamado Estado Islámico o ISIS – en la coalición internacional “contra el terror”.
En Irak, primero al Qaeda y luego el surgimiento de ISIS han servido también de marco al gobierno para posicionarse como garante de la defensa de la seguridad del país y de la región. Bajo la sombra de EEUU, que no ha dejado de condicionar la conformación del gobierno y sus decisiones sobre el terreno, el primer ministro hasta 2014 Nuri al Maliki recrudeció sus políticas contra la disidencia. “Se acumulan las denuncias contra las fuerzas iraquíes y las milicias financiadas por el gobierno por crímenes contra la humanidad”, dice Raed Jarrar. “Tortura, limpieza étnica y ataques deliberados contra la población civil, todo en nombre de la lucha contra el terror”. Aliado por un lado de EEUU y, en un enrevesado equilibrio, también de Irán, el gobierno de al Maliki centró su represión en la población de confesión suní, alimentando una guerra civil que reforzó a al Qaeda y contribuyó al crecimiento de Daesh. “Hubo esperanzas de que esto cambiara con la salida de al Maliki, pero el patrón de abusos se ha mantenido con el primer ministro Haidar al Abadi, e Iraq es hoy uno de los países más corruptos y disfuncionales del mundo”, añade Jarrar.
No deja de luchar contra el terror, tampoco, el Gobierno de al Sisi, que en 2013 llegó al poder en Egipto tras un golpe de estado que derrocó al Gobierno de Morsi, ganador de las elecciones un año antes. Tras el golpe, declaró terrorista a la organización de los Hermanos Musulmanes, y desde entonces llama a otros países a apoyar a su gobierno en la “lucha contra el extremismo”. Tanto las condenas a muerte masivas en febrero de 2015 como la represión de los residentes sirios y palestinos, o la detención de activistas como Alaa Abdel Fattah, se enmarcan también, a través de declaraciones oficiales y medios afines, en la defensa de la seguridad nacional e internacional frente a los terroristas.
La retórica de la guerra contra el terror se recrudeció tras las revueltas populares
La retórica de la guerra contra el terror, heredada de la administración Bush por los gobiernos de la región, no ha dejado de consolidarse en la última década, pero se recrudeció tras las revueltas árabes, cuando la ciudadanía de la región tomó las calles para expresar su hartazgo con dictaduras de décadas y reclamar cambios. Esas primaveras marcaron un antes y un después para los gobiernos represivos, que ante el temor a nuevos estallidos reprimen cada vez con más dureza a sus poblaciones y encuentran en el miedo al terrorismo de inspiración yihadista el marco perfecto para sofocar cualquier forma de disidencia.
La monarquía de los Jalifa en Bahrein, Gadafi en Libia, Ben Ali en Túnez, ya apelaban a la necesidad de luchar contra el extremismo mientras los rodeaban manifestantes desarmados. También el gobierno de Erdogan se ha servido de esa retórica tanto en sus medidas frente a las protestas de la población como en el marco de su lucha geoestratégica y sus intentos de sofocar una victoria kurda. No hay gobierno en la región que no impregne sus discursos de ese misma consigna de defensa de la seguridad nacional y protección frente al terror y el extremismo, mientras avivan ese mismo terror con sus violaciones de los derechos humanos.
También Israel, que avanza en su colonización de lo que queda de la Palestina histórica, apela a esa retórica en su represión de las protestas contra la ocupación. “La batalla contra el terrorismo será larga, y requiere paciencia, valor y persistencia,” declaraba Netanyahu en noviembre de 2015, en plena escalada de violencia que los medios bautizaron como “Intifada de los Cuchillos”, y a la que Israel se refiere como “Ola de Terror”.
Ante la expansión de Daesh, las potencias regionales se han recrudecido en esa retórica, a la vez que lo han hecho también Rusia y EEUU. Todos dicen luchar contra el terror, incluso Donald Trump, que llegó a plantear como medida el no permitir la entrada de musulmanes en EEUU.
Pero a Daesh, que se nutre del terror de estos gobiernos, no se le vencerá con más violencia, más vigilancia masiva, más abusos, más bombardeos contra la población civil. La espiral de impunidad no servirá para poner freno al avance del terrorismo de este grupo, de los que lo preceden ni de los que lo sucederán. El debilitamiento del terror en la región, y en el resto del mundo, dependerá de la capacidad de deconstruir las narrativas del terror – las de grupos como Daesh y las de los gobiernos – y de generar respuestas que atajen las causas de la violencia. No de avivar el fuego con más fuego.