¿Dónde están los auténticos matones de la crisis financiera?
Fred Goodwin fue durante varios años un héroe para la City. El consejero delegado del RBS (Royal Bank of Scotland) era el símbolo de un capitalismo financiero que no hacía prisioneros. Cuando tocaba despedir a los trabajadores, el brazo que sostenía la cuchilla no temblaba. Se ganó el mote de Fred the Shred ('shred' significa cortar en pedazos) cuando recortó un alto número de empleos en su etapa al frente de Clydesdale Bank. En RBS su política de compras y absorciones fue también implacable. Forbes le nombró empresario del año en 2002 cuando el banco contaba con un valor en bolsa superior al de JP Morgan o Deutsche Bank. El Gobierno le concedió una distinción mayor. Fred the Shred pasó a ser Sir Fred Goodwin.
Toda esta carrera hacia el infinito terminó estrellándose. El Gobierno tuvo que salvar al RBS de la quiebra en 2008 con 45.000 millones de libras de fondos públicos. El héroe del capitalismo se convirtió en un apestado, y en algo peor cuando Goodwin se negó a renunciar a su “pensión” (sic): un fondo de 16 millones creado por el banco que le pagaba una pensión anual de 700.000 libras. Para hacer frente al clamor, aceptó reducir a la mitad ese premio por haber hundido al banco.
¿Respeto a este protagonista del caos? Antes, al contrario. Finalmente, Goodwin fue desposeído del título de Sir. Fue una decisión extremadamente inusual. Solo había ocurrido antes con gente tan poco respetable como Mugabe, dictador de Zimbabue, o Anthony Blunt, espía para los soviéticos.
Cuando los bancos exigen un respeto especial es cuando hay que preocuparse (algunos preferirían empezar a quitarse un zapato). En enero de 2011, el máximo directivo de Barclays, Bob Diamond (otro amo del universo), dejó claro a los parlamentarios británicos que se había acabado la época de las disculpas y remordimientos en la banca por su responsabilidad en la crisis financiera. Era su forma de responder a las quejas por los elevados bonus en la City londinense.
Los diputados estaban indignados por los siete millones de libras del bonus que en ese momento se pensaba que Diamond iba a cobrar. Algunos compararon a la división de banca de inversiones de Barclays con el “capitalismo de casino” y el “black jack”. Qué ofensivo, respondió Diamond, qué falta de respeto: “No me gusta su comparación con el black jack. Creo que no está bien. Creo que ha elegido mal sus palabras. Tenemos unas instituciones financieras fantásticamente sólidas en este país y no nos merecemos eso. No es apropiado hablar de casino financiero en relación a Barclays Capital”.
¿Matonismo injustificado de los diputados? Año y medio después, Diamond se vio obligado a presentar la dimisión por el escándalo de manipulación del Libor. Por decirlo de forma coloquial, ya no se puso tan chulo.
No estaba tan equivocado el matón, perdón, la diputada conservadora Andrea Leadsom cuando acusó a Diamond en 2011 de una larga lista de errores: “Es extremadamente decepcionante que esté negando la evidencia sobre el apoyo de los contribuyentes a ustedes (los bancos), que niegue la falta de competencia en su sector, que niegue la satisfacción al consumidor (por sus servicios), que niegue el apoyo a las pequeñas empresas. Realmente, el emperador está desnudo”, dijo Leadsom.
En vez de mostrarse comprensivos, respetuosos, dirían otros, los diputados estaban enfurecidos. ¿Cuántas filiales tiene Barclays Capital en la isla de Man (un paraíso fiscal)?, le preguntó el diputado laborista Chuka Umunna. Así prosiguió el diálogo.
–No lo sé.
–Treinta. ¿En Jersey?
–No lo sé.
–38. ¿En las islas Caimán?
–Le doy la misma respuesta.
–181.
Desde luego, interpelar de forma agria al consejero delegado de Barclays habría sido un ejemplo de matonismo indeseable. Hubiera ocasionado “un daño difícilmente reparable” en el prestigio del Parlamento.
En su comparecencia en el Parlament, Rodrigo Rato recibió un trato duro y despectivo por el diputado de la CUP David Fernàndez. Fue la misma intervención en la que el expresidente de Bankia afirmó que no le constaba (los políticos usan mucho el verbo constar) que se hubiera obligado a algún cliente a aceptar las ruinosas preferentes.
¿Cómo enfurecerse ante Rato sin caer en el nefando vicio del matonismo al recordar algunas sentencias, muchas de ellas contra entidades que ahora pertenecen a Bankia? ¿Hay algún problema en vender preferentes a analfabetos? ¿A ancianos sin conocimientos económicos que confían ciegamente en el director de la sucursal que les ha atendido durante 15 años? ¿A enfermos de alzhéimer? Si Rato tenía derecho a un “trato no vejatorio”, ¿qué derecho asiste a las personas a las que se convenció para que empeñaran todos sus ahorros en productos ilegales? ¿Cuál es el trato que se merecería Miguel Blesa, tan responsable o más que Rato en la debacle de Caja Madrid, que abandonó el puesto con una indemnización de 2,8 millones de euros?
En definitiva, ¿cuál es el respeto que se merecen los políticos y banqueros que hundieron unas instituciones que habían sobrevivido a la Guerra Civil? ¿Qué consideración hay que tener –con o sin zapatos en la mano– hacia los políticos y banqueros que propiciaron un sistema en el que “la forma habitual de reacción (del Banco de España) ante los indicios de delito era mirar hacia otro lado?”.
Antoni Serra Ramoneda, que fue presidente de Caixa Catalunya (factura actual para los contribuyentes: 12.000 millones de euros), dijo a una diputada que “la culpa de lo que ha pasado la tenemos todos, incluso ustedes, aquí todo el mundo ganaba dinero”.
Falso. La culpa era, sobre todo, de los que tenían poder para tomar las decisiones que condujeron a esas entidades al sumidero que ahora hay que limpiar con decenas de miles de millones de euros del contribuyente. Lo mismo se podría decir de los que tomaban y toman las decisiones en el Gobierno. Los matones están en ese lado. Son ellos los que gozan de impunidad, los que obtuvieron el derecho de conservar en muchos casos sus indemnizaciones y pensiones, y cuya negligencia no ha merecido ningún castigo. Directivos como Adolf Todó, expresidente de Catalunya Banc, que respondió cuando le preguntaron si devolverá parte de su indemnización de 10,7 millones de euros: “Ya veremos”.
Si él puede decirlo, los demás pueden decir algo muy parecido sobre lo que pasará en el futuro si continúa esta sensación de impunidad: ya veremos.