La republicanofobia
Después de años repitiendo que en España no había una mayoría de monárquicos, sino de juancarlistas, ahora que el rey se va descubrimos que no, que el juancarlismo no era para tanto: que lo que de verdad hay aquí son republicanófobos. Gente que tiene miedo a una república, que prefiere ni intentarlo, que elige lo malo conocido y que me quede como estoy.
Solo así, desde esa republicanofobia, desde esa inquietud por lo que pudiese traer una república, se entiende el argumentario que estos días manejan tantos, y que convierte el debate democrático sobre la forma de Estado en un debate tramposo: “mejor una monarquía sueca que una república norcoreana o siria”; “mira cómo acabó la de 1931”; “imagínate una república presidida por Aznar”; “bastantes problemas tenemos ya como para abrir ese melón”… El argumentario lo usan los monárquicos, sí, pero sobre todo quienes dicen tener “alma republicana”, pero cuando les preguntas te dicen que no, que mejor lo dejamos, que no es el momento, para qué vamos a meternos en ese berenjenal.
¿A qué tienen miedo los republicanófobos? ¿Qué calamidad podría traernos una república? ¿Que se hundiese la economía y millones perdiesen el trabajo? ¿Un empobrecimiento generalizado? ¿Malnutrición infantil? ¿Corrupción sistémica? ¿Inestabilidad política? ¿Un jefe de Estado con cuentas en Suiza, amistades peligrosas y patrimonio dudoso? Es decir: ¿de verdad piensan que una república puede ser más calamitosa de lo que ya lo ha sido esta monarquía parlamentaria? ¿Tienen fantasía suficiente para imaginar una ruina económica, social y política mayor de la que nos ha traído el sistema actual?
Y sin embargo, reconozcámoslo: la republicanofobia es una realidad. Que después de tantos escándalos, con el deterioro imparable del rey y su familia en los últimos años, todavía sean más los partidarios de la monarquía que de la república; y que haya bastado un leve maquillaje abdicatorio y rejuvenecedor para que aumente su respaldo, demuestra que ese miedo a la república está ahí, de fondo, y es muy fuerte.
Lo saben los antirrepublicanos (no confundir con los republicanófobos), que estos días cargan las tintas para alimentar el temor ciudadano a que un cambio de sistema traiga inestabilidad, caos, enfrentamiento. Y lo saben también aquellos republicanos que estos días, en un movimiento táctico, evitan hablar de república, incluso nombrar la palabra, para a cambio hablar de democracia, capacidad de decisión, referéndum, con cuidado de no asustar a los asustadizos republicanófobos.
Lo saben también los monárquicos, la corte política y mediática del todavía príncipe. Algunos de ellos incluso coquetean con la posibilidad de convocar un referéndum, con la seguridad de ganarlo y así legitimar a Felipe VI y a la monarquía por mucho tiempo. Cuidado, republicanos, que estamos pidiendo un referéndum, y como nos lo den tenemos un problema.
De la republicanofobia tienen culpa los antirrepublicanos, que llevan décadas agitando el coco de la república fallida, violenta y guerracivilista. Pero también tenemos parte de responsabilidad los republicanos, que durante años no hemos hecho suficiente pedagogía republicana, y nos hemos conformado con una nostalgia tricolor muy identitaria pero más bien inofensiva. Sí, la experiencia republicana de 1931 es parte de nuestra memoria democrática, y así será siempre. Pero su evocación no nos ayudará a traer una república en 2014. Y créanme que lo digo con dolor.
El reto es ser capaces de construir un proyecto republicano donde quepan todos, también quienes no se reclaman de esa tradición, quienes prefieren la rojigualda a la tricolor, quienes no son monárquicos, incluso pueden ser antimonárquicos, pero no por ello acaban de decirse republicanos.