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Cómo se desendeudan las empresas españolas

Daniel Fuentes Castro

A diferencia de lo que ocurre en otras economías europeas, también afectadas por la crisis, los beneficios empresariales en la economía española han crecido de manera anormal en los últimos años. Sin embargo, conviene ser cautos a la hora de interpretar el incremento de los márgenes empresariales en España y concluir que, a pesar de que la tarta del crecimiento económico es menor, los empresarios se llevan una parte cada vez mayor.

Una aproximación a la riqueza generada por las empresas viene dada por su contribución al producto interior bruto, que se calcula como la diferencia entre el valor de su producción y los gastos de explotación. Es habitual sustraer a esta cantidad los impuestos y subvenciones ligados a la producción y a la explotación, para que la medición se efectúe sin distorsiones fiscales. El resultado recibe el nombre de valor añadido al coste de los factores.

A esta magnitud hay que descontarle la depreciación del capital, ya que las máquinas y otros activos empresariales sufren un desgaste debido al uso, el paso del tiempo y la obsolescencia. Por eso, si se quiere tener en cuenta el coste soportado por las empresas para mantener su capacidad productiva, es conveniente utilizar magnitudes netas en lugar de brutas.

Además, las empresas suman una serie de ingresos bajo la denominación de rentas de la propiedad, que son, entre otras partidas contables, los beneficios reinvertidos de inversiones en el exterior, los dividendos distribuidos por otras empresas y las rentas de terrenos.

Todos estos elementos conforman la tarta de la riqueza empresarial, que se distribuye del siguiente modo: una parte se destina a pagar los intereses de los préstamos y de las demás cuentas pendientes de pago y otra, la más importante, constituye la renta salarial (que incluye los salarios y las cotizaciones sociales). El resto recibe el nombre de renta empresarial neta, que es asimilable en el sistema de cuentas nacionales al concepto de beneficio corriente antes de impuestos.

¿Cómo encajan las piezas de este puzzle en el caso de la economía española, y cuál ha sido su evolución desde el inicio de la crisis económica?

La historia, como casi siempre, se puede contar de distintas maneras. Por ejemplo, podemos centrarnos en el peso de la renta salarial respecto al PIB empresarial, que ha disminuido 7,4 puntos desde que alcanzó su máximo en el primer cuatrimestre de 2008 (en realidad, se trata de puntos del valor añadido neto al coste de los factores, cada uno de los cuales representa a título orientativo unos 4.000 millones de euros en la actualidad).

También es cierto que la renta empresarial neta ha pasado de 16,7 a 30,2 puntos desde su mínimo en el cuarto trimestre de 2008, lo que supone un incremento superior al 80%. Es tentador, con estas cifras u otras similares (en función de la fuente estadística y del periodo considerado), construir un discurso sobre la extracción de rentas por parte de la clase empresarial.

Ese discurso, sin ser absolutamente falso, hay que hilarlo fino. Tal y como muestra la gráfica adjunta, la renta empresarial ha atravesado dos periodos bien distintos en los últimos años. En el primero, que abarca desde el tercer trimestre de 2006 al cuarto de 2008, la renta empresarial cae 7,2 puntos mientras la remuneración de los asalariados crece tan sólo 1,8 puntos.

El incremento de los costes laborales está, por lo tanto, lejos de poder explicar la reducción de los beneficios empresariales en vísperas de la crisis. En realidad, la causa fundamental hay que buscarla en los intereses de la deuda empresarial, que se incrementaron 5,3 puntos en los tiempos del dinero fácil. Más créditos son más recursos, pero también más intereses a pagar.

En el segundo periodo, que comienza a finales de 2008 y continúa hasta el presente, los beneficios empresariales sí han crecido de manera espectacular. Algo ha pasado en la economía española en los últimos años para que la distribución de la riqueza generada por las empresas haya sido tan diferente a lo observado en la zona del euro, donde la renta salarial es hoy mayor que antes de la crisis. Y ese algo va más allá de la falta de competencia en numerosos sectores de actividad y del reforzamiento de posiciones oligopolistas como consecuencia de la crisis (véase “Beneficios en tiempos de crisis”).

La pieza que falta para completar este puzzle es que la renta empresarial neta no termina íntegramente en los bolsillos del empresario. En condiciones normales, una parte importante se destina a inversión, otra parte a pagar los correspondientes impuestos sobre beneficios y otra se distribuye en forma de dividendos. El problema es que las condiciones actuales son de todo menos normales. Nuestras empresas se empacharon de créditos en el pasado, así que están destinando buena parte de la renta empresarial presente a reembolsar sus deudas (que todavía representaban el 105% del PIB a finales de 2013).

Desde que las empresas españolas comenzaron el proceso de desapalancamiento (lo que en términos interanuales no sucedió hasta el primer trimestre de 2010), la renta empresarial neta ha crecido 6 puntos, que es aproximadamente lo mismo que se ha reducido la renta salarial durante ese tiempo. Todo este dinero se ha destinado a amortizar deuda, que además ha obligado a contraer la inversión 3,5 puntos y a reducir los dividendos otros 2,1 puntos. En la gráfica adjunta se puede apreciar, con trazo discontinuo, la renta empresarial neta después de estos ajustes.

Teniendo en cuenta que las empresas han tenido que hacer frente a un ligero incremento de los impuestos (motivado en realidad por la disminución de las ayudas públicas a la inversión), que las rentas de la propiedad han disminuido a consecuencia de la crisis y que los intereses se han ido reduciendo a medida que las empresas han ido amortizando deuda, se infiere que el esfuerzo para financiar el desapalancamiento empresarial se ha distribuido hasta ahora del siguiente modo: de cada 100 euros amortizados casi 56 euros provienen de la renta salarial, 31 euros son el resultado de haber contraído la inversión y 13 euros proceden de la disminución de los dividendos (foto fija con los últimos datos disponibles, correspondientes al tercer trimestre de 2013).

Así pues, es cierto que las empresas españolas están incrementando sus beneficios a costa de reducir la masa salarial, pero también lo es que estos beneficios se están destinando a amortizar las deudas contraídas en el pasado. Los salarios sufren, la inversión sufre y los dividendos sufren; aunque algunos sufren mucho más que otros, empezando por los que han perdido su empleo y siguiendo por los que han visto cómo se ha reducido su nómina.

Nota: la información estadística proviene de las “Cuentas no financieras trimestrales por sector institucional” (INE). Los cálculos son del autor y se circunscriben al sector de las sociedades no-financieras. Los datos son cuatrimestrales y se presentan en año móvil.

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