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Qué fue del país, qué fue de El País (y 2)

Suso de Toro

(Viene de 'Qué fue del país, qué fue de El País')

En el curso de los años me crucé en dos ocasiones con personas que me confiaron que tenían enmarcada la portada del primer ejemplar de El País. Probablemente me habré cruzado con otras personas que también lo hicieron, de modo que estamos hablando de algo serio que merece respeto y obliga a intentar un retrato justo y ecuánime.

Claro que esas anécdotas remontan a cuando los estados tenían cierta soberanía, aunque el Reino de España estuviese tutelado por los EE.UU. y solo faltaba firmar la OTAN. Después vimos como para vengar un atentado terrorista se invadió formalmente Afganistán, nos informaron de que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva y los iraquíes eran tan malos que desconectaban las incubadoras con bebés dentro en Kuwait. Recientemente hemos sabido que en Egipto ganaron las elecciones quienes no debían y por eso era necesario un golpe de Estado, que en Ucrania se atrevieron a volver a ganar las elecciones los partidarios de Rusia y hubo que actuar. Y, más recientemente, que en Siria había un dictador que disparaba a una “primavera” de jóvenes demócratas, por lo que hubo que preparar y armar un ejército de yihadistas para invadir y atacar el país, ahora hay que atacarlo con aviación porque aquello está lleno de esos yihadistas.

Pero hay que remitirse a un tiempo lejano en el que la inocencia no solo estaba permitida sino que era obligada: Franco había muerto y respirábamos, estábamos dispuestos no solo a ser demócratas sino también socialistas. Finalmente, “a ver si echamos a estos”, se consiguió echarlos y poner a Felipe González, se instaló una nube de gas de la risa y reinó algo parecido a una tregua en la historia, casi una utopía, durante bastantes años.

Entonces, para bastantes personas El País representó la voz y la certidumbre de la democracia española. Había existido y aún existía prensa no solo democrática sino ejemplarmente militante en la defensa de la libertad de expresión, revistas como Cuadernos para el diálogo, Triunfo o Cambio16, pero como le ocurrió a todo el antifranquismo las ganas de dejar atrás el pasado y el deseo vehemente de crear un país nuevo no contaminado por ese pasado al que pertenecían tanto los franquistas como los antifranquistas le hizo poner no solo sus esperanzas sino su fe en un proyecto que se presentaba como inmaculado. Esos otros proyectos fueron desapareciendo ante un periódico que concentraba todas las expectativas de futuro.

Además de presentarse como un paladín de la democracia, el proyecto desde su misma primera página demostraba profesionalidad y eso en si mismo era decisivo, era una promesa de un país serio al fin que podía aspirar a ser europeo. El periódico, evocando a Ortega y Gasset a través de José Ortega Spottorno, se situó desde un principio en el espacio ideológico del españolismo regeneracionista, significaba europeísmo sin perder la esencia castiza, un país serio, moderno...Pero no bastaba la simpatía o la complicidad de unas clases medias urbanas poco consistentes, para que llegase a ser lo que fue se precisaba entusiasmo militante.

Para que ese proyecto triunfase era necesario trasladar la energía militante de un número progresivamente mayor de personas que se habían ido definiendo contra el franquismo, era necesario la identificación de un sector social denominado “los progres” y eso se fue dando tanto con la información impecable que ofrecía el periódico como con el aval de las firmas que fueron llegando de Triunfo y otras revistas de la órbita comunista. En los últimos años de la dictadura se fue creando un cinturón alrededor de las organizaciones comunistas, particularmente el PCE fue una referencia no solo política sino también simbólica y afectiva. Muchas de aquellas personas que nombraban con respeto y énfasis a “el partido” pasaron inmediatamente a tener a El País como su nueva referencia y con una ligazón parecida. Además, en las turbulencias de la fragua del nuevo sistema político, el periódico vivió algunos episodios que confirmaron su carácter y su papel, sufrió un atentado terrorista de la extrema derecha y sacó una edición contra el golpe de estado el 23-F. Con esas legitimaciones, El País ofreció identidad a cientos de miles, millones, de españoles. Fue una verdadera historia de amor y solo así se comprende no el desencanto sino la amargura con que muchas personas hablan ahora de esa cabecera, una relación frustrada en la que se sienten traicionadas y que no acaban de comprender.

Y, para comprender como llegó a concebir y madurar su papel de “intelectual colectivo” de la democracia española hay que saber el papel de dirección ideológica que tuvo en el periódico algunas personas que habían sido cuadros de “el Partido”. Solo la valoración de “las fuerzas de la cultura”, el papel de los intelectuales en la lucha ideológica y el concepto de hegemonía de las ideas propio de la cultura comunista se puede comprender como El País llegó a ser lo que fue. Un fenómeno único que solo se explica por la debilidad de una sociedad sin pasado que penosamente se reconstruía cultural y civilmente, porque fue un momento histórico abierto en el que había una gran tarea de construcción por delante y también por la singular perspicacia de un empresario inteligente y vinculado al poder político y un grupo generacional de periodistas.

Su idea de España no era nada nueva pero, en cambio, tenían un plan, imaginaron un horizonte y comprendieron que ese plan era realizable con una alianza de hierro con el PSOE de González. Es difícil decir quien es más artífice de la España recreada en aquellos años bajo los gobiernos socialistas, si Felipe González o Juan Luís Cebrián. En todo caso fue Cebrián el dueño de la cultura y el imaginario de una o dos generaciones de españoles con estudios universitarios. El País les dio identidad personal, fue el prescriptor del partido político al que votar, del libro que había que leer, del intelectual y la opinión que había que tener, de la película, de la editorial, de la moda cultural...Llegó un momento en el que las conversaciones se apagaban porque los contertulios votaban al mismo partido, habían leído la misma noticia, la misma tribuna, visto la misma película del mismo cineasta madrileño o de Manhattan y tenían el mismo libro en la mesilla de noche.

Era lógico que ese poderío ideológico que marchaba tan unido, en su ideología y en sus intereses, a un partido supusiese un problema para la competencia. Así se explica el intento de Aznar de meter preso nada menos a Jesús Polanco y a Cebrián, una verdadera maniobra contra la libertad de expresión, que es como entendían aquellos franquistas lo de la lucha ideológica, te liquidaban. Fraga cerró y dinamitó el diario Madrid, Aznar soñaba otro tanto.

Tanto poder embriaga a cualquiera. “Salir en El País” llegó a ser obligado para intereses políticos y empresariales, e imprescindible para todo lo relacionado con la cultura. De hecho el propio grupo empresarial PRISA llegó a, además de publicar el periódico y emitir la radio, fabricar el libro, la película y venderlo en su propia librería. El 'ciudadano PRISA' existió, vivió en una burbuja autosatisfecha.

Aquel equipo intelectual desarrolló esa gran operación de ingeniería ideológica que se operó en los años ochenta: crear el argumento y el marco cultural e ideológico de “la nueva España moderna”. Una España que rompía con su pasado, se necesitaban nuevas referencias, nuevos escritores, músicos, cineastas...Para ello El País fabricó figuras y marginó o liquidó otras. Solo existía lo que salía en El País. Cuando la competencia, el ABC, intentó reaccionar y crear su paisaje social, cultural e ideológico alternativo ya Cebrián le había comido el público de las clases medias fuera del barrio de Salamanca madrileño.

Recuerdo que en una ocasión, hace décadas, su suplemento literario dedicó una página doble a la literatura en lengua gallega, allí salimos una orquesta de escritores y una amiga me comentó “¡Comentan una novela tuya en ”El País“!”. Le contesté, “sí, pero ya hace tres años que salió en gallego”. No hubo nada, esa novela acababa de existir para ella porque había sido citada en ese periódico. Ya me dirán si era o no importante, aún hoy, salir reseñado y tener espacio y atención ahí. El periódico creó el panorama literario de estas décadas y ese escenario, aunque muy muy decadente, aún se arrastra hasta hoy.

Un proyecto así tuvo un doble carácter, por un lado era una referencia periodística inevitable por la cantidad y calidad de sus informaciones y, además, mantenía unas posiciones democráticas en muchos aspectos en un país donde la democracia no tenía un asiento tan firme ni en la sociedad ni en las instituciones. Frente a una derecha temible, El País suponía un equilibrio imprescindible, algunos lo sabemos bien porque en su momento encontramos un lugar para existir a salvo de afanes liquidadores. En ese periódico hubo momentos en los que pudimos expresar opiniones que no eran posibles en otro lugar y en la conciencia de que era el foro, el lugar del debate de ideas posible en España.

Sin embargo, el sentirse y pretender ser dueño moral de la democracia y el haber conseguido casi un monopolio de las ideas y la cultura hizo que se empobreciese y se sectarizasen los debates sociales y la creación artística en España. En la práctica, la información y la opinión del periódico llegó a ser la única voz y la voz del poder. Y es que configuraba “la realidad española”, era el poder y fuera de su espacio no había nada. Llegó a ser una institución tan decisiva como peligrosa para la vida democrática y la libertad de pensamiento.

La evolución de ese periódico, reiterado, agotado y previsible cada día, resume las décadas españolas pasadas, un periodo completamente agotado por asfixia. Su programa ideológico de fondo siempre fue el mismo: un españolismo esencialista pero actualizado con un consecuente centralismo en lo político y la expresión y defensa de intereses radicados en la capital del Estado. Son destacadas sus beligerancias hacia el nacionalismo vasco, antes; y ahora, al catalán, y, en consecuencia, sus lectores leyeron, antes, a beligerantes intelectuales españolistas vascos y, ahora, catalanes. Es férreo su compromiso con la Monarquía y la gobernanza basada en dos partidos estatales que se turnan. En el plano internacional la defensa de la sumisión a los EE.UU., con sus consecuencias militares, políticas, culturales, artísticas..., la crítica acrítica a los estados que reaccionen frente al dominio norteamericano. Y, siempre, el aval a las políticas del FMI y al proceso de concentración de capital en estas décadas en España. Pero esos rasgos, que son constitutivos de su naturaleza, se han agudizado de tal modo en los últimos años que se ha vuelto un periódico irreconocible para gran parte de sus lectores de otrora.

Es difícil decir si era inevitable que llegase a donde ha llegado, a perder tanto crédito y aquella autoridad moral que tuvo para tanta gente. Desde luego los cambios tecnológicos, Internet, explican mucho pero otra explicación está en que, en paralelo a su progresivo crecimiento, la empresa tuvo contratiempos que la condujeron a una evidente debilidad empresarial y a estar en manos del actual Gobierno. Pero puede que haya habido dos momentos de inflexión, uno fue la muerte del empresario fundador, Jesús Polanco. Otro, la llegada de José Luís Rodríguez Zapatero, tras la dimisión de González al frente de un PSOE que no se sabía bien si tutelaba o era tutelado por un periódico. Eso anuló la alianza estratégica entre periódico y partido, que se hicieron autónomos, con un distanciamiento primero y luego una verdadera guerra. La llamada “guerra del fútbol” fue el modo en que se visualizó una crisis del sistema de la comunicación española en el que el grupo PRISA ejercía un dominio indiscutible, solo así podrían entender los antiguos lectores del diario la línea editorial del grupo en aquellos años en que se publicaron varios editoriales pidiendo la dimisión de Zapatero, cuando no se ha pedido ni una sola vez la de Rajoy. Aquella crisis no fue solo de intereses económicos, que también, fue una verdadera crisis existencial para un periódico que veía cuestionada su misma naturaleza de intelectual guía.

El conflicto político de tanto calado que vive el Estado, la voluntad catalana de renegociar soberanía, ha vuelto a poner a prueba al diario, que ha vuelto a perder crédito de un modo escandaloso. Si en su momento supo crear un argumento nacional, aunque no lo compartiésemos, ahora se muestra totalmente parcial, sin autoridad moral e incapaz de crear un nuevo argumento colectivo.

El País fue un gran éxito y un logro en muchos sentidos, no hay razones para alegrarse de verlo como está. No es imposible que, en un escenario próximo de cambios políticos importantes, vuelva a mudar. No es imposible. Aunque, dificultades empresariales y retos de la comunicación aparte, Cebrián es hoy un hombre cansado que no imagina nuevos retos en una España que ya no comprende y que, además, le aburre.

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