La “podemización” del PSOE
La pasada semana ha sido una de las más convulsas en Ferraz en las últimas décadas. La sustitución del secretario general, Pedro Sánchez, dio paso a una cascada de declaraciones en las que diversos miembros del sector crítico alegaron sus razones para defenestrar a Sánchez. Dos planteamientos resultaron recurrentes. En el primero se argumentaba que el PSOE debía volver a ser un partido ganador, que superara las cotas de apoyo electoral del 40% que le aseguraban tradicionalmente la victoria. Esto se proclamaba grandilocuentemente, pero solo se explicitaba de forma muy vaga cómo llegar hasta allí. Llamémosle a ésta la tesis Caballero (en homenaje al provecto ex-ministro y alcalde, que la defendió enfáticamente ante Ana Pastor en la Sexta).
En el segundo planteamiento se argüía que se debía corregir la “podemización” promovida por Sánchez. Adjudiquemos la tesis a Javier Fernández, en deferencia a sus declaraciones a Pepa Bueno en la Cadena Ser (aunque la autoría intelectual habría posiblemente que reconocérsela a varios columnistas, tribunos y editoriales de El País en las semanas anteriores). De esta tesis también cuelga lo que podríamos llamar la subtesis del gobierno Frankenstein, planteada antes por Rubalcaba. Permita el lector que abusemos un poco aquí de la metáfora de la tesis Fernández.
Saber lo que significa la “podemización” del PSOE no resulta sencillo. Por una parte está la idea, expresada por algunos columnistas, de que el PSOE se “podemizó” (o “corbynizó”) cuando su líder apeló al apoyo de la militancia para legitimar sus decisiones y estrategias. Si aceptamos este planteamiento nos encontramos paradójicamente que, en un primer momento, Sánchez podemizó al PSOE para legitimar su negociación con Ciudadanos, una maniobra estratégica para vencer resistencias internas. Con la convalidación en referéndum del pacto con Ciudadanos, Sánchez sorteaba las dudas de algunos sectores del aparato. Dicho de otro modo, Sánchez aparentemente “podemizó” para “ciudadanear”. Ahora había vuelto a apelar al apoyo de la militancia con la convocatoria de primarias y Congreso Federal para dotarse de un margen de maniobra para negociar una coalición trasversal de apoyo a su investidura, y eludir el permanente cuestionamiento interno de su estrategia (que, curiosamente, no se había trasladado al Comité Federal, solo a los medios).
Una segunda idea que se ha manejado es que el PSOE se podemizó por extremar expresiones de rechazo al PP, más propias según algunos columnistas del partido morado. En algunos artículos se llegó a hablar de que el PSOE había optado por “satanizar” al PP e imponerle un cordón sanitario, agitando pasiones instintivas de la militancia contra el partido conservador. Si admitimos que esto pudiera ser cierto, hemos de reconocer que Sánchez no es el primero que “sataniza” al PP. La campañas de González, especialmente en 1993 y 1996, son un campo de inspiración extremadamente fértil (¿recuerdan el dóberman que nos asustaba ante la llegada del partido de Aznar?). No anduvo muy a la zaga Zapatero en las críticas a Aznar, o algunos líderes autonómicos (¿recuerdan el famoso eslogan “Si tu no vas, ells hi tornen” de Montilla?).
En una tercera versión de la idea de “podemización” del PSOE se señala que Pedro Sánchez pudiera haber iniciado una deriva izquierdista (y abierta al diálogo con nacionalistas) que lo alejaba de posiciones centristas que permiten ganar elecciones. Es curioso que se alegue esto contra un candidato que hace pocos meses había pactado un programa con Ciudadanos y acusado de centrista por ello. Pero admitiendo que quizás Sánchez hubiera iniciado una deriva izquierdista ¿ponía esto en peligro los horizontes electorales del PSOE como partido ganador?
En este sentido puede resultar útil examinar en qué momentos el PSOE obtiene sus mejores resultados en elecciones de ámbito nacional. Utilizando como marco de inspiración la tesis Caballero, repasemos brevemente las elecciones en que el PSOE obtiene más del 40%. Así, tenemos en primer lugar las elecciones de 1982 y 1986, donde Felipe González obtiene victorias apabullantes (48,1% y 44,1%). Son las primeras elecciones de una secuencia de cuatro legislaturas, que le llevan a gobernar 14 años. González llega al poder con un discurso claramente rupturista en distintos campos, que concita el apoyo de la inmensa mayoría del electorado de izquierdas. El respaldo de los segmentos más jóvenes alcanza cotas que no volvieron a repetirse. En 1986 comienza a perder votantes, pero su gestión en la primera legislatura recibe una convalidación notable. Es ya en 1989, y especialmente en 1993 y 1996, cuando se acentúa su desgaste electoral, que sitúan al PSOE por debajo del 40%. Las políticas económicas y sociales que desarrolla provocan la ruptura con UGT y varias huelgas generales (la primera en 1988). En las últimas legislaturas proliferan las acusaciones de haber traicionado principios socialdemócratas y aceptar la agenda más liberal de sus ministros de Economía y de la “beautiful people” socialista (¿recuerdan ese “he entendido el mensaje” tras la apurada victoria de 1993).
Parecería, pues, que a Felipe González le fue mejor (electoralmente hablando) cuando “podemizó” el mensaje del partido, y sobrevivió a duras penas cuando se alejó de esos marcos ideológicos izquierdistas. ¿Qué ocurrió a Zapatero? Algo parecido. Obtuvo grandes resultados mientras mostró un perfil claramente izquierdista, y fue castigado electoralmente cuando abandonó las políticas de ese perfil y adoptó iniciativas de contracción (seguramente obligado por la crisis y las presiones externas). En 2004 cosecha el 42,6% de los votos, tras unas elecciones en que sus expectativas se ven inesperadamente mejoradas por el castigo que representó la nefasta gestión del 11-M por parte del PP. En las elecciones europeas de junio, el Josep Borrell candidato amplió ese apoyo, obteniendo un resultado histórico en unas elecciones europeas, el 43,5% del voto.
Zapatero llegó al poder “podemizando” al PSOE. Prometió retirar tropas de Irak y lo cumplió, soliviantando al gigante norteamericano. Negoció con nacionalistas moderados e independentistas para ser investido y poder legislar. Prometió construir una España plurinacional y apoyó el proyecto de Estatut promovido por Maragall. Prometió expandir derechos civiles, y en la primera legislatura aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, el divorcio exprés, una Ley de Memoria Histórica y una Ley contra la Violencia de Género. En el terreno social relanzó la construcción del Estado de bienestar con la Ley de Igualdad, la Ley de Dependencia, los complementos a las pensiones mínimas, el cheque bebé, el Plan Educa 3 para la escolarización 0-3, la renta de emancipación, incrementos sustanciales del Salario Mínimo Interprofesional , etc. Son años en que la inversión en educación, I+D+I, políticas activas de empleo y energías renovables alcanza máximos históricos, y en el discurso político empieza a apuntarse (tímidamente, todo hay que decirlo) la necesidad de transformar el tejido productivo y promover una economía más sostenible. No faltaron dosis de ingenuidad a su podemización. Promovió una extraña “Alianza de Civilizaciones” que le granjeó críticas por su comprensión naif de las relaciones internacionales. Pero, en las elecciones de 2008, Zapatero cosecha un gran resultado, con el apoyo del 43,8% del electorado, que premiaba claramente su agenda izquierdista. Unos meses después, ya en crisis, Zapatero sigue hablando de buscar una “salida social” a la misma.
Todo ese legado se viene abajo tras el giro copernicano que imprime a sus políticas y discursos en mayo de 2010. Obligado por las circunstancias, Zapatero encara el final de su segunda legislatura adoptando un nuevo discurso y políticas que lo alejan de la “podemización” que caracteriza sus primeros seis años de mandato. Empieza a hablar de sacrificios necesarios y a buscar la comprensión de la ciudadanía para aprobar nuevas políticas de austeridad, que presenta como las únicas posibles (abrazando con ello el discurso TINA: there is no alternative). El último hito de esta deriva “despodemizadora” es la reforma exprés del artículo 135 de la Constitución en agosto de 2011, que el PSOE aprueba junto al PP, y se proyecta como una sombra estigmatizadora sobre la imagen del partido desde entonces. Tras su renuncia a concurrir a las elecciones, su vicepresidente (al que dudosamente se puede asociar con el ala izquierdista del partido) obtiene el 28,8% de los votos. Lejos de corregir este desplome, Rubalcaba lleva al partido al 23% en las elecciones al parlamento europeo de 2014, y al 21,2% de estimación de voto en el barómetro del CIS de julio de 2014, coincidiendo con su salida de la Secretaría General.
¿Ha podemizado Sánchez al PSOE? No parece haber tenido ni el tiempo ni el margen de maniobra para ello (probablemente ni siquiera la voluntad). La hoja de servicios de Sánchez sin duda presenta sombras, pero también luces, quizás tenues pero que no deben pasar desapercibidas. Tras su llegada a la Secretaría General se frenó la caída libre del partido en intención de voto. A su salida de la misma, su valoración como líder era sensiblemente mejor que la de sus predecesores, y la serie temporal mostraba una clara tendencia al alza entre electores progresistas. El porcentaje de antiguos votantes socialistas que declaran que nunca votarían al PSOE (o que lo harían de manera improbable) ha disminuido. La mayoría de los indicios apuntaban a una (leve) mejora de sus perspectivas electorales en un escenario multipartidista en que los horizontes del 40% de apoyo quedan ya muy lejos. Desafortunadamente para los sociólogos y politólogos atentos a estas cuestiones, y quizás para los propios socialistas, nunca sabremos en qué medida la “podemización” del PSOE que supuestamente promovía Sánchez le hubieran acercado a las cotas de apoyo que obtuvieron los grandes “podemizadores” socialistas que le precedieron tanto a él como al propio Podemos.