La preverdad: el PSOE era contingente
El 4 de mayo ha sido un día aciago para la Gestora del PSOE. Pedro Sánchez y su equipo, esos que han conseguido 53.117 avales, han demostrado que tenían razón en dos asuntos bien importantes.
Por un lado, como ha demostrado el cuponazo vasco, el PP podía buscar apoyos en otro sitio. No era inevitable que el PSOE le apoyara en la formación de gobierno. Parafraseando al parroquiano de Amanece que no es poco de José Luis Cuerda, el PSOE no era necesario, era más bien contingente. Sin embargo, la presión, toda la presión del mundo, se puso sobre el entonces secretario general que debía sí o sí apoyar al PP para que este no tuviera que llegar a pactos con los nacionalistas.
Como entonces dijeron algunos analistas, si se le apoya para formar gobierno, habrá que respaldarle también para aprobar los presupuestos porque, si no, ¿para qué sirve el apoyo a la formación de gobierno? Recuérdese que en la democracia el presupuesto es la principal herramienta de gobierno y sin los presupuestos aprobados poco se puede hacer. El apoyo (a la formación de gobierno primero) y el no-apoyo (al presupuesto después) de la Gestora ha servido para que al final se apruebe un presupuesto territorialmente regresivo, totalmente opuesto a las recomendaciones de los expertos sobre la financiación autonómica, e injusto, que por ejemplo recorta el gasto en la maltrecha educación e incumple flagrantemente los acuerdos en el Pacto de Investidura PP-Ciudadanos en aquellos aspectos sociales que pudieran parecerse en algo a los suscritos anteriormente por Sánchez y Rivera.
¿Para qué? Si el daño ya estaba hecho dentro del PSOE. Ya se había consumado el segundo enorme error simbólico del PSOE en pocos años. Tras el primero que fue la reforma del 135, con el que se le estaba diciendo a la gente que la socialdemocracia ya no tenía respuestas; en este segundo se le dijo a los votantes que había que resignarse a apoyar a una derecha que no había hecho más que recortar y estaba sumergida en numerosos casos de corrupción. De manera soberbia se dijo y repitió que con ello se iba a “gobernar desde el Parlamento” y se iba a “crujir” al Gobierno, ignorando las advertencias de expertos en derecho y política parlamentaria que señalaban, por activa y por pasiva, que las posibilidades anunciadas eran muy limitadas.
Pero ¿en qué cabeza cabe que eso iba a ser inocuo? Además de traer consigo políticas regresivas e injustas, el apoyo de la Gestora al PP ha provocado una consecuencia siniestra, pero esperable: el partido está literalmente dividido en dos. Uno puede querer echar la culpa a Podemos, como hace Javier Fernández, que en esa extraña pinza con el PP (PPodemos, usando el acrónimo del profesor Paul Kennedy) prefirió no gobernar con el PSOE y Ciudadanos para intentar arañar un puñado de votos más en las siguientes elecciones. Pero es difícil obviar la responsabilidad en esta situación de la torpe maniobra de “derrocamiento” (Fernández dixit) perpetrada contra un secretario general elegido por la militancia, y la falta de ideas y perspectiva para gestionar las consecuencias de su maniobra “chusquera” del 1 de octubre. Fruto de ello es la valoración negativa que la ciudadanía (y en particular los votantes socialistas) hacen de la labor del PSOE en la oposición, que se desploma a niveles nunca vistos.
Aunque la candidata alineada con el aparato llegara a ganar, los datos de distintos sondeos evidencian claramente que su apoyo entre los votantes socialistas es muy bajo, peor incluso que el que recibe Patxi López, claramente relegado por la militancia en el proceso de recogida de avales. Una victoria de Susana Díaz acreditaría una desconexión descomunal entre el segmento de la militancia ganadora, apostada en sedes y agrupaciones de un puñado de Comunidades Autónomas, y el electorado socialista y potencialmente recuperable, distribuido de manera bastante más equilibrada en el territorio.
Susana Díaz concentra buena parte de su apoyo en los grandes graneros tradicionales del voto socialista en el sur de España. El insignificante apoyo a Díaz en Cataluña (5% del censo) y País Vasco (2%) es testimonio de su escaso gancho, cuando no de abierta hostilidad, fuera de su espacio sociológico y territorial de confort, y síntoma de una inquietante brecha con nacionalidades cuya integración en el proyecto de Estado es uno de los mayores retos políticos que afrontamos. Los datos que tenemos nos dicen que los votantes actuales y potenciales del Partido Socialista fuera de los fortines de Susana Díaz presentan un perfil urbano, más joven y con mayor nivel educativo, cuyo voto responde a estímulos ideológicos, programáticos e incluso simbólicos que Díaz no parece poder llegar a encarnar.
La candidatura de Susana Díaz se ha negado a repensar el proyecto socialdemócrata que encarna el PSOE en un contexto cambiante. A diferencia de las otras dos candidaturas, que han elaborado sus propios documentos programáticos, Susana Díaz ha dado por buenas las ponencias preparadas en los últimos meses por la Gestora excluyendo de la reflexión y la deliberación a expertos y dirigentes del sector crítico, absteniéndose incluso de plantear matices e introducir propuestas complementarias. En sintonía con la negación de la crisis de la socialdemocracia que Zapatero teorizó hace dos meses –unos días antes del batacazo del PvDA holandés y unas semanas antes del hundimiento del PS francés– el proyecto oficialista aparenta ser poco más que una “patada hacia adelante”, liderada por una líder cuyos mensajes, como se señalaba recientemente en el magazine norteamericano de análisis Politico, se parecen más a las invocaciones de un gurú de autoayuda dedicado a intentar reflotar el ego maltrecho de cargos y militantes todavía noqueados y desubicados en el nuevo escenario político. 100% PSOE, mucho PSOE, pero aun así, menos PSOE que nunca.