El catarro que puede matar a un PSOE enfermo
El lío del PSOE es grave, sí, y puede acabar por matar al partido. Pero si eso ocurriera, la autopsia no señalaría el enfrentamiento interno como causa de la muerte. Lo de estos días sería más bien como ese catarro inoportuno que se acaba llevando al enfermo terminal cuando ya tiene las defensas muy bajas, tras años de deterioro.
El PSOE lleva muy malito y con las defensas por los suelos desde hace mucho. Al menos desde los noventa, cuando empezó un declive que solo alteró esa victoria que Zapatero se encontró sin esperarla (gracias a la deriva del último aznarismo, coronada por su gestión del 11-M). Quitando esa aparente resurrección (desaprovechada por el propio Zapatero), desde Felipe González hasta hoy el PSOE no ha dejado de caer en votantes y militantes. Los porcentajes de votos del PSOE desde la gran victoria del 82 hasta hoy son, salvo el paréntesis ZP, como una agónica cuenta atrás: 48%, 44%, 39%, 38%, 37%, 34% (42%, 43%), 28%, 22%... Si Pedro Sánchez ha batido dos veces el récord de peor resultado de la historia es gracias a que sus predecesores le marcaron la tendencia. Y no es que a los críticos les haya ido mejor en sus territorios.
El declive del PSOE es imparable, y seguramente no ha tocado suelo. Lo que pasa es que lleva más de una década engañándose, para no asumir su decadencia. Se engañó al pensar que la inesperada victoria de 2004 era el fin de sus males. Se engañó creyendo que el batacazo de 2011 era solo un castigo al giro de ZP. Se engañó en las autonómicas de 2015 al recuperar gobiernos gracias a acuerdos, cuando en realidad había sacado malos resultados en la mayoría de comunidades. Se engañó el 20D diciendo que su bajada se debía a la existencia de nuevos competidores. Volvió a engañarse el 26J al considerar un éxito evitar el sorpasso. Y si le dejan, se engañará en las próximas elecciones explicando que su descalabro es por las guerras internas.
Todo lo que podía salir mal en las últimas décadas, salió peor: la crisis y despiste de la socialdemocracia europea (que en la mayoría de países va también en cuenta atrás, pese a que se engañe pactando algunos gobiernos). El desmantelamiento del Estado de Bienestar, seña de identidad de la socialdemocracia (y a cuyo desguace ha contribuido). El derrumbe del sueño europeo, al que lo fió todo el centroizquierda. Y entre nosotros, el desgaste del modelo político de la Transición, a cuya suerte está encadenado el PSOE. Añadan todas las causas políticas y sociales más que quieran, que todas le han dado de lleno al PSOE.
El resultado, un partido herido, trastabillado, a merced de las inclemencias y camino de la irrelevancia. Un partido que está fuera de juego en debates fundamentales, dejando un vacío que otros ocupan con facilidad. Un partido cada vez más desconectado de la ciudadanía, especialmente los más jóvenes. Un partido que vive de las rentas, y cada vez le quedan menos. No, el problema del PSOE no se llama Pedro Sánchez, ni se llama Podemos. Se llama PSOE.
Así visto, el enfrentamiento de estos días parece el menor de sus problemas. Y los socialistas hasta podrían verlo como una buena noticia, o al menos no tan mala: caer de una vez, acortar la agonía de la cuenta atrás, adelantar lo inevitable, y una vez en el suelo ver si tiene cura y se puede refundar, y ponerse manos a la obra cuanto antes, sin más autoengaños. O si está muerto del todo y a otra cosa. Como cuando los familiares del enfermo terminal al que se llevó un catarro, dicen eso de “por lo menos ya descansó”.