¿Son realmente necesarios los libros de texto?
Nunca me ha dolido gastarme el dinero en libros. Me parece un dinero bien invertido. Lo que sí me duele es desembolsar dinero anualmente en los libros de texto escolares. Los libros de texto son libros de usar y tirar, ya que sus contenidos, lejos de ser interesantes y actualizados, lejos de invitar a la reflexión y a la búsqueda del conocimiento, son refritos de contenido, de baja calidad y que presentan el conocimiento como algo inamovible. Dos serían los motivos por los que yo propondría prescindir de los libros de texto en colegios e institutos:
En primer lugar, las familias ahorraríamos un montón de dinero. Dado que la educación primaria y la secundaria son obligatorias y gratuitas, ¿es realmente necesario forzar a las familias a adquirir estos textos, cuando tenemos a nuestra disposición gran cantidad de material en la red para trabajar los contenidos y competencias curriculares? Ya, ya sé que hay programas de ayudas o de préstamo en las distintas comunidades autónomas. Pero exceptuando quizás en Canarias y Andalucía, estos programas son claramente insuficientes y no cubren ni de lejos las exigencias de material y libros que los colegios imponen a las familias.
En segundo lugar, la desaparición del libro de texto en la escuela facilitaría el paso a un enfoque pedagógico diferente, en el que el conocimiento no está pre-construido por las editoriales y debe ser construido en el aula (o fuera de ella) acudiendo a textos y fuentes reales de conocimiento. Hay colegios que, desde hace tiempo, han optado por este planteamiento, no tanto por cuestiones económicas (que siempre serán bienvenidas), sino por cuestiones pedagógicas, como el CEIP Trabenco, en Leganés (Madrid), colegio público que tuve el placer de visitar hace unos años. Asistir a una sesión de trabajo por proyectos en un aula de primaria de ese colegio fue una de las experiencias más estimulantes que he tenido como investigadora de procesos educativos.
¿Es realmente necesario acudir a libros pre-diseñados y repletos de absurdos ejercicios que sustituyen la capacidad de investigación y descubrimiento de nuestros pequeños y adolescentes?
“Copia estas oraciones y añade en tu cuaderno los signos que faltan”
“Clasifica estas palabras según el campo semántico al que pertenecen”
“Copia en tu cuaderno y rodea las fracciones que sean mayores que la unidad”
Y así uno tras otro, perdiendo un tiempo precioso para indagar sobre el lenguaje en libros de verdad, debatir sobre su uso en contextos reales y aplicar las matemáticas a problemas que haya que resolver para conseguir algo útil, más allá de obtener un visto bueno de la maestra o maestro en el cuaderno.
La solución drástica que propongo, prescindir de los libros de texto, asusta, claro está, a dos sectores: el de las editoriales, que viven de ellos, y el de los maestros, que tendrían que plantear una nueva forma de abordar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Las editoriales están siendo previsoras y se están disfrazando de tecnología e innovación, aunque tengo la sospecha de que intentan trasladar el formato papel al formato digital sin más cambio que el del soporte. Que los niños vayan al colegio y al instituto con una tablet en vez de con 10 libros y 10 cuadernos tiene una ventaja cuantitativa, pero no necesariamente cualitativa. Lo verdaderamente importante es que la desaparición de los libros de texto fuese acompañada de un cambio en las prácticas de enseñanza y aprendizaje y que los docentes dejasen de asustarse ante la labor de enseñar sin herramientas pre-construidas. A ello ayudaría mucho, sin duda, que las horas de planificación y de preparación de las clases fuesen claramente reconocidas por la administración y aprovechadas por los docentes, así como una inversión económica en la mejora de la conexión a Internet de los centros educativos.
En definitiva, considero que los libros de texto, además de suponer un despilfarro económico poco sostenible, actúan como una limitación absurda del conocimiento, que crece y se construye día a día y que está sujeto a múltiples interpretaciones y miradas. El pensamiento crítico y reflexivo surge al enfrentarse a la elaboración de una interpretación de la realidad, basada en hechos, datos y argumentos. Si esa interpretación la ofrecemos ya elaborada, el único trabajo de los alumnos será registrarla en la memoria y olvidarla después del examen (forma de evaluación de la que también podríamos hablar largo y tendido).
Sé que todo esto, de momento, es una utopía, que vivimos en un país en el que la educación es vista de forma mecanicista, como un proceso bancario, como diría Paolo Freire, en el que se valora muy poco la profesión de educador. Pero por plantearlo, que no quede.