Sí, hombre, sí
Como ya todo el planeta sabe, Alejandro Sanz paró el otro día una de sus actuaciones al ver que entre el público se estaba produciendo una agresión machista. El cantante dejó de gritar letras como “si no quieres flamenquito, no me toques las palmas, ahora ya es tarde para echarte atrás” para, acto seguido, pedirle a un hombre que dejara de agredir a una mujer. El mismo cantante que aparece en uno de sus vídeos invadiendo el espacio de una mujer de tal forma que se hace necesaria la figura de otro hombre en el clip para separarlo de ella, se enfadó muchísimo porque entre su público había un señor que agredía a una chica.
Esta vez fue él mismo, Alejandro Sanz, el que hizo las veces de esa figura protectora que él incluye en sus videoclips. Cuando él escenifica el acoso está bien visto, porque no hay golpes, es hasta romántico. En sus clips parece querer más bien decir algo como: tienen que separarme de ti porque aunque me estás diciendo todo el rato que no quieres, la pasión se me va de las manos. Y además es culpa tuya y de la manía esa que tienes de tocar las palmas. En su concierto, como hubo golpes, eso ya sí está mal.
Si no hay golpe, no hay problema. Esta es también la lectura que hacemos, como sociedad, de la violencia de género. Todo lo que no sea pegar o matar: el no controlarse, el invadir el espacio de una mujer, el insistirle y acosarla, es todo sinónimo de amor verdadero. El que ejecuta una agresión es el verdadero “monstruo”, el resto son hombres.
Esto opinaba el domingo Risto Mejide en una columna llamada “No, hombre, no”. Se dirigía con ese título al maltratador del concierto de Sanz (y a cualquier maltratador que estuviera leyendo) a la vez que aplaudía al cantante por su arrojo al parar la agresión. Según Risto, los agresores no son hombres sino “monstruos que pudieron consumar su monstruosidad”. Y añade: “Ya no eres un hombre. Tendrás el aparato reproductor propio del género masculino, pero lo tienes ahí como adorno y deberían borrártelo ya”
Aplaudo que haya hombres que se mojen por fin contra la violencia de género, pero antes de reprochar a otros estaría bien que miraran hacia dentro y comprobaran cómo ellos también agreden. Porque si no, la crítica no sirve de nada; es más, es contraproducente.
Esto también es machismo. No por eso Risto es un monstruo. Tampoco lo es Alejandro Sanz por sus canciones. Tampoco lo es un agresor. La frase del artículo de Risto “me niego a que nos denominen a ti y a mí igual. Así que te llamaré otra cosa, pero hombre, no” es más de lo mismo, más leña al fuego. Es querer negar lo obvio para desmarcarse de la violencia machista. Para no sentir que ellos también se están equivocando o que tienen algo que ver en todo el asunto. Y esta crítica solo consigue dejar el tema en algo meramente anecdótico que perpetran personas con problemas.
Pero no, los agresores no tienen ningún problema. Tiene que quedar claro en algún momento que el problema no es de los hombres, sino de las mujeres. De la cantante que se sienta en un sofá frente a toda España y tiene que contestar a un hombre sobre su peso, en vez de sobre su voz. O de la presentadora que tiene que pasar por lo mismo. De las adolescentes que escuchan a Alejandro Sanz y aprenden que si no querían flamenquito, no tendrían que haber tocado las palmas. De la chica agredida en el concierto. De Shakira, que se enteró por una pancarta de que su cuerpo era de todos y no suyo. De Soraya cuando otro hombre decidió que no debía vivir más.
La frase de Risto “no, hombre, no. Eres escoria social. Un desecho. Un error de cálculo de la naturaleza o de la civilización, da igual. Y como tal te deberíamos tratar. Un bravo bien grande por Alejandro”, no puede estar más alejada de la realidad. Lo que sí es un error, sin duda, es perpetuar la idea de que la violencia machista no es más que fallos puntuales del sistema o de la naturaleza. El sistema es precisamente el que permite que en menos de dos meses hayan asesinado a once mujeres. Y también es un error seguir aplaudiendo a un hombre con tanta influencia como Alejandro Sanz por haber parado una agresión, cuando sus letras misóginas justo refuerzan comportamientos como el del agresor.
Continua Risto: “No, hombre, no. Te estoy hablando a ti, mírame cuando te hablo, campeón. Tú y todos los que sois como tú”. Por una parte, la agresividad como sinónimo de “verdadera masculinidad” tampoco ayuda a la causa, muy al contrario. Por la otra, negarle a un agresor su condición de hombre por el hecho de agredir es síntoma de no haber profundizado sobre el tema, porque lo único que tienen en común todos los maltratadores es precisamente eso, que son hombres. Así que sí, hombre, sí. Luego cada hombre lleva su machismo hasta un punto. Unos lo cantan, otros lo escriben, otros golpean, otros matan. Pero sí, hombres, todos hombres, no monstruos. Los monstruos no existen.
Si hombres como Alejandro o Risto, con enormes altavoces, de verdad quieren ayudar a la causa feminista, si están realmente interesados en eliminar para siempre la violencia de género, quizás deberían empezar por hacer un ejercicio de introspección, de reflexión sobre ellos mismos desde su categoría política de hombres. Si de verdad quieren ser útiles, deben escuchar a las feministas cuando gritan: “No son monstruos, son hijos sanos del patriarcado”. Y también sería de agradecer que dejaran de darse palmaditas en la espalda entre ellos por denunciar lo obvio, quizás así entendamos todos que intentar parar una agresión desde una posición de poder no es algo loable, sino sentido común.