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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

No hubo ruptura y tenemos esta España

Decenas de personas despiden en Algeciras a los guardias civiles que van a Catalunya.

Suso de Toro

Esto no va de Catalunya sino de España. Lo que ha provocado este conflicto político entre la sociedad catalana y el Estado español, iniciado con la recogida de firmas contra catalanes y la denuncia del Estatut al Tribunal Constitucional, es una crisis de Estado que se podía ver hace meses pero, sobre todo, es la crisis nacional española.

La reclamación del ochenta por ciento de la sociedad catalana, que la prensa del búnker llama “desafío independentista” siguiendo consigna, ha desnudado el vacío nacional español y el verdadero carácter del Estado nacido de la Reforma que se fraguó en la Transición. Franco, protegido por los EE UU, murió en la cama porque había amputado y destrozado el cuerpo social, y la sociedad que fue renaciendo en los años cincuenta y sesenta nunca tuvo fuerzas para echarlo y tampoco para imponer una ruptura política tras su muerte.

La historia fue como fue, el antifranquismo era debilísimo, la sociedad estaba acogotada por el miedo al Ejército, aquellos generales que redactaron de puño y letra el artículo 2 de la Constitución vigente, y fueron las Cortes franquistas, las que habían aprobado antes la Ley de Sucesión, las que aprobaron la Ley de Reforma Política, es decir la Transición. Que el sistema político actual se levante sobre la reforma y no sobre la ruptura es la explicación fundamental de lo que está ocurriendo. Pero la historia fue la que fue, “todo queda atado y bien atado”, porque no era posible otra.

Y en la continuidad sin ruptura con el franquismo reside el fracaso de esta España, porque estamos hablando de un fracaso. Aquella mentira inicial, el ocultamiento de que no habíamos roto con el franquismo y que lo continuábamos adaptándonos, había que taparla con nuevas y sucesivas mentiras con las que nos martillearon estas décadas y que acabamos creyéndonos, “somos un ejemplo para el mundo”, “somos un éxito”, “Europa nos envidia”, “una democracia ejemplar”. Al final también las mentiras se agotan y aparece la realidad.

El patrioterismo reducido a toros, la “fiesta nacional”, y fútbol es el combustible de ese “¡A por ellos! ¡Soy español! ¡Oé!”. Lo que cantan guardias civiles y sus familiares y vecinos cuando parten al frente catalán. Un frente donde al otro lado sólo hay civiles desarmados, sus únicas armas son papeletas impresas en casa y urnas escondidas para que no se las roben. La peor imagen de España al mundo, de vuelta al pasado, a 1975.

La realidad del Estado español es la de unas estructuras del Estado que pertenecen a una casta de altos funcionarios que heredan los puestos desde generaciones y a una oligarquía extractiva que vive de apoderarse de los recursos que genera la población española. Pero la realidad del territorio y la población española es muy distinta y diversa en todos los sentidos y la pretendida homogeneidad y las políticas de homogeneización ocultan la realidad de identidades e intereses contrarios. Lo que mueve al nacionalismo español, a diferencia de los nacionalismos que se catalizan frente a un enemigo exterior a su Estado, caso del “Bréxit”, es el patrioterismo contra las diferencias nacionales internas. Eso es lo que expresan los cuatro millones de firmantes de Rajoy y sus millones de votantes y buena parte de los votantes de Susana Díaz. Las barbaridades de la ex ministra Trujillo que desde Extremadura lanza a los catalanes revela una xenofobia cercana al delirio en una parte de la población española.

Catalunya está ocupada policialmente, desembarcarán aún más miles de policías armados para completar la ocupación. Sólo puede frivolizar con eso quien no viva allí, quien no haya conocido el franquismo o quien simplemente sea franquista. Y, como siempre, quien envía allí esa oligarquía parasitaria del Estado centralista que representa Rajoy son los hijos de familias de esos territorios que no han conseguido crear procesos de modernización e industrialización endógenos y necesitan las transferencias de riqueza que se genera en países como Catalunya. Lo terrible es que los señoritos franquistas dueños del Estado envían a los pobres, a quienes no tuvieron otras oportunidades, a reprimir a los libres. Como siempre.

En Catalunya hay de todo, los catalanes de hoy tienen todos los orígenes y apellidos de España y del mundo, no apelan a la raza, apelan a su libertad como ciudadanos, pero no tienen miedo y son libres. En buena parte de España en cambio veo el miedo de los esclavos, de los que ignoran, de quienes se sienten indefensos ante los desafíos que plantea la libertad y la democracia. Esas gentes que gritan “¡a por ellos!” a jóvenes armados que envían a reprimir catalanes como verdaderas fuerzas de ocupación no dan miedo, dan pena. Esos fascistas que saludan a los guardia civiles brazo en alto, y que los guardias civiles aplauden, no son opresores, son personas ignorantes y sin oportunidades que sirven a los verdaderos vampiros del estado.

El único proyecto posible para España tendría que haber sido el que reconociese su diversidad nacional, el que se levantase sobre una Historia completamente distinta del relato de los visigodos, Covadonga, Isabel la Católica, los “quinientos años” etc, el de una España verdaderamente federal. Fue imposible y ahora ya no es posible sin una ruptura. Pero esa ruptura tampoco es posible porque si en 1975 no había fuerzas ahora menos.

Y Catalunya se irá, ahora o dentro de un año, pero esta España es insufrible para cualquiera que ame la libertad y desde luego para esa sociedad catalana que se ha unido más que nunca ante un ataque exterior. Un ataque unánime, donde no han faltado miles de intelectuales y artistas que le han expresado no frialdad sino hostilidad. Los años de felipismo hicieron estragos entre la intelectualidad española, arrasaron la libertad de pensamiento crítico y nos hicieron cómodos, tememos perder las poltronas, los públicos, las tribunas, los espacios en prensa, que no nos saquen en El País... tememos que nos desaparezcan porque también en el mundo cultural “el que se mueve no sale en la foto”.

¿Qué pensará aquel magistrado que se fumó un puro con dos colegas en la plaza de toros de Sevilla la víspera de dar la puntilla al Estatuto catalán de todo lo que ahora está sucediendo? Seguramente le echará la culpa a los políticos, a los catalanes... Aquí nadie tiene responsabilidad propia y todo nos sale gratis. ¿Que pensarán artistas a quienes cuando se les pidió hace cinco años y se veía que estaban empujando a los catalanes que apoyasen un gesto público de simpatía decían que no había nada que hacer? ¿Qué piensan quienes firmaron manifiestos pidiendo mano dura ahora que ven a su país ocupado por una invasión de policías? ¿Nadie va todavía a tener el valor de mudar de postura, solo Javier Mariscal?

De este lado del Ebro no ha habido apenas gestos de diálogo o comprensión. Se irán. Y como decía Azorín, “Merecemos perder Catalunya. Esa cochina prensa madrileña está haciendo la misma labor que con Cuba. No se entera. Es la bárbara mentalidad castellana, su cerebro cojonudo (tienen testículos en vez de sesos en la mollera)”. Pero Catalunya ya está perdida para los que quieren tenerla sometida y también para quienes la queremos libre.

Y quedará el desconcierto de quienes no quisieron y ahora temen. Temen perder transferencias, temen quedar en manos de quienes ya eran nuestros amos. “Va a ser malo para todos”, oigo decir. Sí, sin Catalunya, ¿qué España va a ser ésa? Pero con los catalanes en una mazmorra del Estado, ¿qué España sería ésa? Empecemos a imaginar España sin Catalunya quienes vamos a tener que padecerla.

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