Dame un poco de tu libertad y te daré más seguridad
Estás en el salón de tu casa, viendo en la tele el asalto en directo al supermercado parisino, y en esto llaman a la puerta. Abres, y te encuentras al ministro de Interior. Por supuesto, lo dejas entrar, le invitas a sentarse en el salón, le ofreces un café.
El ministro, con sonrisa comercial, te dice que tienes una casa muy bonita, que tus hijos están muy altos, que vaya invierno atípico que tenemos, y, una vez roto el hielo, te suelta la oferta: “Le propongo un trato al que no podrá decir que no: un poco de su libertad a cambio de más seguridad para usted y los suyos. Así de fácil: usted me da un poquito de libertad, yo le doy un poquito más de seguridad. ¿Qué me dice?”.
O dicho con palabras del propio ministro en una entrevista el domingo: “Hasta ahora teníamos un determinado equilibro entre libertad y seguridad. Ahora hay un incremento de la amenaza por el terrorismo yihadista y hay que conseguir un nuevo equilibrio. Ese es el debate”. Ahí sigue el ministro, sentado en tu sofá, y preguntándote: “¿Qué me dice?”.
Tú le dices que sí, claro. Faltaría más. Si a cambio de que no te maten o no entre un pirado con kalashnikov en el colegio de tus hijos, tienes que desnudarte en el aeropuerto o dejar que te pinchen el teléfono o el correo, no parece mala oferta. Total, tú no eres un terrorista, no tienes nada que ocultar. Así se lo oíste a un tertuliano en la tele, ayer mismo: “A mí no me importa que sepan a dónde viajo o qué páginas visito, porque no tengo nada que ocultar.” Pues eso.
Justo cuando estás a punto de estrechar la mano del ministro, llega a casa tu mujer, que tiene la virtud de aparecer siempre en el momento en que están a punto de venderte otra enciclopedia o un apartamento en multipropiedad. “¿Qué está pasando aquí?”, pregunta desconfiada, pues conociéndote se teme lo peor. “¿Qué te está vendiendo este?”, dice señalando al ministro, que silba mirando para otra parte.
Entonces tu mujer te recuerda que esa moto ya te la han vendido otras veces, y acabó siendo un timo. Cediste libertad, pero a cambio no está muy claro que hayas obtenido más seguridad. “¿No firmamos ese mismo contrato hace catorce años, cuando el 11S? ¿No lo renovamos hace diez, cuando el 11M? ¿No llevamos tres lustros aceptando recortes en libertades y, por el mismo precio, guerras, invasiones, torturas, cárceles secretas? ¿Acaso el mundo es hoy un lugar más seguro?”.
Tu mujer se viene arriba, y se encara con el agobiado ministro: “Por esa regla de tres, los países con menos libertades serían los más seguros. ¿Es así? Pues resulta que donde más atentados hay es en países militarizados, en estado de excepción permanente, sin libertades”.
El ministro se despide deprisa y se marcha, no sin antes dejarte un catálogo de sus productos, por si te lo piensas mejor. Durante la cena, veis la tele y habláis de cualquier cosa. Es al entrar en la habitación de los niños para arroparlos, cuando te acuerdas de la visita del ministro, de su oferta, de la razón que tiene tu mujer. Seguridad, libertad, vaya timo, te ríes. Pero también te acuerdas del miedo de estos días, y del que nos queda, y de esta jodida sensación de que puede pasar cualquier cosa en cualquier momento, que somos vulnerables, y algo habrá que hacer. Esta noche te costará dormir.