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Por qué triunfó la enmienda a la totalidad del 15M

Manifestación en Madrid en 2014 por el tercer aniversario del 15M.

Iñigo Sáenz de Ugarte

La mejor forma de apreciar el impacto de un nuevo movimiento político es observar la respuesta que provoca en el establishment. A partir de ese baremo, no cabe duda de que el 15M tuvo un éxito inmediato. Antes de que se vaciara Sol, la reacción de los principales partidos y medios de comunicación fue de una completa hostilidad. Ni siquiera hubo espacio para una cierta perplejidad inicial. Fueron directamente a criminalizarlo, en algunos casos utilizando el comodín de costumbre: ETA, el terrorismo, los violentos...

Muy pronto, las encuestas demostraron que, con independencia de quien llevara la iniciativa en la calle, los motivos de la protesta eran, como se dice tanto ahora, transversales. Incluso más que eso. Pocos meses después, un sondeo de Metroscopia reveló que el 73% de la gente estaba a favor de las razones del 15M (incluido el 55% de los votantes del PP). Esa misma encuesta concedía una rotunda victoria a Rajoy poco antes de las elecciones generales, lo que demostraba que el desafío no podía solucionarse sustituyendo a un partido por otro en el Gobierno, la alternancia con la que el sistema intenta resetearse.

Un año después, ya con Rajoy en Moncloa, los españoles no habían cambiado de opinión. Cuando se produjo la movilización del 25S, mucho más agresiva, digamos menos 'transversal', ese apoyo seguía existiendo. Dos años después, ocurría lo mismo.

Ciegos y sordos, los protagonistas del sistema político habían confirmado con su respuesta tanto las razones fundadas como los prejuicios del 15M. Si alguien necesitaba alguna causa más para convencerse de lo necesario de esa protesta, sólo tenía que fijarse en lo que decían sus enemigos. No era sólo que el emperador estuviera desnudo. Insistía en quitarse la ropa que ya no tenía, y al hacerlo se dejaba el cuerpo lleno de cicatrices.

Los ejemplos son innumerables. Esperanza Aguirre lo relacionó con un golpe de Estado o “la demagogia de resentidos y minorías organizadas”. El entonces director de El Mundo, con la “barbarie”. La Razón, con una conspiración contra el PP. ABC, con un movimiento que estaba “fuera de la ley”. La Gaceta, con maniobras del CNI y de Rubalcaba (sic).

El PSOE respondió con una mezcla de cautela y perplejidad. Al igual que el PP, estaba en el centro de las críticas de los manifestantes, pero hacía como si la cosa no fuera con él, como si sus dirigentes fueran espectadores inocentes. Ya entonces se encaminaba a una derrota en las urnas, ante la que tampoco entendieron mucho.

Partidos y medios viven en función de las citas electorales. Por eso, se llegó a decir que las urnas habían “arrollado” al 15M, que había pasado a ser una tormenta de primavera.

Se dijo que la democracia había sido “secuestrada”. Pero en realidad eran ellos los que la habían secuestrado y corrompido hasta extremos bien conocidos por todos pero ignorados o justificados por las élites.

Escribí en mayo de 2011 que el 15M era “una enmienda a la totalidad” de la clase política y de cómo el sistema político concebía la democracia. Una de sus herramientas básicas era propiciar la desmovilización. No hagas esto porque se beneficiarán los otros. No te quejes de la corrupción porque los otros también roban. No protestes porque no servirá de nada. No salgas a la calle porque seréis cuatro gatos. No pidas un cambio porque las cosas nunca cambiarán. No hagas nada.

En definitiva, convencer a la gente de que nunca hay una alternativa real a lo que vemos todos los días por mucho que nos disguste.

Eso se rompió con el 15M, lo que no quita para aceptar que los resultados concretos tardaron algún tiempo en quedar patentes. La élite política siguió recurriendo a la propaganda y los aniversarios hasta que empezaron a caer las fichas, como los vampiros cuando se descorren las cortinas. Empezando por el jefe de Estado y siguiendo por toda una procesión de jefes y jefecillos. Algunos 'héroes' del sistema acabaron en prisión o imputados por graves delitos. Los políticos eran acosados en la calle hasta el punto de que en esos mismos medios que antes los habían defendido ahora se leían artículos en los que los políticos, eso sí, de forma anónima, reconocían que lo tenían merecido.

La llamémosle verdad oficial del sistema pasó de una defensa ciega de todo lo conseguido desde 1978 a una aceptación confusa de que la parálisis durante décadas había creado un guiñol que nada tenía que ver con los supuestos ideales de finales de los 70.

No todas las consecuencias del 15M han sido del agrado de las personas que salieron a la calle. Puedes conseguir que la gente se ponga de acuerdo para secar una ciénaga, pero es más difícil que todos compartan la idea de ciudad que quieres construir sobre ella. Muchos pensaban que los cambios tendrían una traducción inmediata en las urnas. Creían que los actores de la vieja política iban a ser barridos, no sustituidos por otros muy similares, desconociendo que el Estado tiene mucho poder en una sociedad desarrollada. Y varias caras diferentes. Un ministro como el de Justicia puede decir que los movimientos sociales son la demostración de una “democracia dinámica y viva”, mientras que en el Gobierno al que pertenece asoma el rostro amenazante del ministro de Interior y su 'ley mordaza'.

En Europa, el sistema puede absorber impactos incluso más fuertes que el 15M (sólo hay que ver lo que ha pasado con la crisis económica), pero eso no quiere decir que vaya a sobrevivir intacto.

No hay que olvidar que el 15M nunca fue una revolución –eso es lo que pensaban los sectores más reaccionarios–, sino un movimiento de protesta. Lo que ocurrió después y lo que ocurra a partir de ahora dependía y depende de otros muchos factores, y sobre todo de la voluntad política de los ciudadanos.

Ya les engañaron más de una vez y durante mucho tiempo. Limitarse a celebrar la victoria del 15M sólo facilitará que vuelva a ocurrir lo mismo.

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