Yo, votante de Trump
No, nosotros nunca votaríamos a Trump. Para empezar, no somos norteamericanos, sino europeos, y en estas tierras crecen fascistas y ultranacionalistas de todo pelaje, pero no Trumps. Además, nosotros somos españoles, y una cosa es votar mayoritariamente a un partido corrupto y antisocial, y otra muy diferente entregarse al primer populista que salga en la tele y se carde el flequillo.
Incluso si hiciésemos un esfuerzo de imaginación, y nos viésemos por un momento como ciudadanos norteamericanos, tampoco votaríamos a Trump. Porque de ser americanos, seríamos por supuesto habitantes de Nueva York, o de Los Angeles; acomodados, con alto nivel educativo y buen gusto. Como protagonistas de una película de Woody Allen, vaya.
En ningún caso seríamos uno de esos granjeros blancos ignorantes de la América profunda, que son los que creemos que han votado a Trump. Y por supuesto, no somos racistas, ni machistas. Bueno, vale, de vez en cuando nos sale algún prejuicio xenófobo o tic machista, pero son poca cosa, microrracismos y micromachismos, insuficientes para coger la papeleta de Trump.
¿Está claro? No, no está claro. Yo al menos no lo tengo tan claro.
En los análisis de estos días predomina una mirada de superioridad sobre los sesenta millones de votantes de Trump. En unos casos con desprecio (“esos paletos ignorantes y racistas…”), en otros con comprensión paternalista (“esos pobres trabajadores humillados que no saben lo que hacen…”), superioridad moral en cualquier caso. Tanto si nos reímos de ellos como si los disculpamos, tenemos claro que no somos como ellos. Y aún más: que no podríamos ser como ellos.
Lo que no veo es ningún análisis en primera persona: no ya solo de votantes de Trump que expliquen su opción, sino también de quienes desde este lado de la barrera tengan dudas sobre qué habrían hecho. Pues mira, yo las tengo. No yo, Isaac Rosa, escritor español de izquierda, educado en unos valores determinados y que además sé lo que representa Trump; sino el “yo” que podría ser en caso de vivir en Estados Unidos.
Yo podría ser uno de ellos. Ni siquiera hace falta ser un hombre rural, sin estudios, creyente y conservador. Solo con esos votos no habría ganado (por la mínima, pero ganado). A Trump le votó también el 42% de las mujeres, el 37% de jóvenes, el 45% de los universitarios o el 35% de la población urbana. Le votó un tercio de hispanos. ¡Hasta un 14% de la población LGTB votó por él!
Entre esos millones podríamos estar nosotros. Por ejemplo, entre quienes dicen estar en peor situación económica familiar que hace años. Entre esos descontentos, la mayoría votó por Trump.
No me gusta Trump, pero tampoco le gustaba a muchos de sus votantes. Y lo votaron. Habrá, claro, quien lo haya elegido por su agresiva retórica xenófoba, por el muro mexicano o desde el resentimiento blanco. Pero seguramente muchos lo votaron por otros motivos. Porque aún les gustaba menos Clinton. Porque Trump dijo estar en contra de los tratados comerciales y la deslocalización industrial que han arruinado ciudades enteras, mientras Clinton los defiende. Porque Trump se apropió del discurso antiglobalización (el mismo que habría levantado Sanders) contra la globalización neoliberal. Porque Trump prometió revertir un modelo económico que saquea a los trabajadores y enriquece a la oligarquía, mientras Clinton era la candidata de Wall Street. Porque querían un cambio radical, aunque fuera por la vía de patear el tablero de juego. O simplemente por el gusto de darle en los morros al sistema, y la papeleta de Trump (aunque no te creas ni una sola de tus promesas) decía “Fuck you” con todas las letras.
No, yo nunca habría votado a Trump. Yo no soy como ellos.