“Tú antes molabas, Podemos”
Si, como vienen avisando algunos autores, Podemos no es un partido sino un estado de ánimo, nada sería más letal para ellos que el desánimo. ¿Es eso lo que les está pasando? ¿Se están desanimando sus partidarios?
Oyendo a no pocos seguidores y simpatizantes, cualquiera pensaría que sí, que en la aceleración política del último año, Podemos puede acabar cubriendo un ciclo que otros partidos tardan décadas en completar: ascenso, triunfo, declive y desencanto. Ha bastado con que las mismas encuestas que antes lo dieron ganador ahora señalen su descenso para que sus detractores canten victoria, los analistas se dediquen a contarnos por qué “Podemos ya no puede”, y entre sus seguidores aparezcan las primeras muestras de desánimo.
Es cierto que Podemos ha perdido el estado de gracia de hace dos meses, cuando el viento soplaba a favor y los ataques recibidos llevaban efecto bumerán. Hoy sus líderes han perdido magnetismo, aparecen señales de desgaste y críticas internas. Y sobre todo ha dejado de ser el monotema que anteayer acaparaba todo: la agenda política y mediática, análisis sociológicos, tertulias y redes sociales. Y la conversación a pie de calle: hace dos meses era imposible tomar una caña con amigos sin hablar de El Tema. Hasta las televisiones, que competían por tenerlos a todas horas como garantía de audiencia, ya no los quieren tanto.
¿Significa que pasó su momento? No lo creo. Más bien es un ajuste, una bajada a tierra. Lo anormal era lo de hace dos meses. ¿Quiere decir que se cerró la famosa ventana de oportunidad? En realidad, lo dudoso era que esa ventana estuviese de verdad abierta, tanto como para saltar por ella y tomar el cielo por asalto.
En su corta vida, Podemos ha sufrido muchos ataques. Lo normal, qué esperaban. También han cometido errores. Igualmente normal, en una organización tan joven y presionada. Errores que se suman a los que ya traía de fábrica. Y es cierto que la ‘operación Ciudadanos’ ha salido redonda. Pero a estas alturas del año electoral Podemos tiene además otro problema que contribuye a esa pérdida de magnetismo y a que algunos de sus potenciales votantes se desanimen y digan “tú antes molabas, Podemos”: las expectativas creadas. Por sus líderes, en primer lugar.
Podemos sigue teniendo un potencial enorme. Tanto más cuanto que admitan que este no es el año del cambio, y que hay que prepararse para un ciclo político más largo: salir bien situados de las elecciones, y hacer un buen trabajo como oposición o socios de gobierno donde toque, para que en las siguientes urnas ya no seas un estado de ánimo.
Pero para ello, entre otras cosas, tendrá que gestionar esas expectativas que ellos mismos han creado. Fueron sus dirigentes quienes repitieron una y otra vez que Podemos había nacido para ganar, que su única razón de existir era llegar al gobierno. Sé de muchos seguidores que así lo creyeron. Ilusos o no, lo creyeron. Ahora ve y diles que el cielo tendrá que esperar.
¿Se lo creyeron también sus dirigentes? Lo dudo, no dejaba de ser un whisful thinking motivador. Pero sí actuaron como si lo creyesen, como si pudieran ganar, diseñando una organización, un discurso y una agenda que lo apuesta todo a la victoria, solo sirve ganar, no hay plan B ni más horizonte que las próximas generales.
En principio, no debería ser tan difícil asumir que llegar al gobierno es harto improbable, y que coger fuerza como oposición sería un éxito. Pero ahí está Andalucía, donde un éxito fue vivido como un fracaso, a la sombra de esas expectativas. Las mismas que hoy hacen que un tercer o cuarto puesto en las volátiles encuestas parezca un pinchazo.
¿Aceptarían los votantes esa rebaja de expectativas? ¿Y si la posibilidad de victoria era para muchos la razón para elegir Podemos? A fin de cuentas, la principal diferencia entre Podemos y la izquierda tradicional era esa: que podían ganar. Que iban a ganar.