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El tubo de escape mata más que el volante

Coches circulando en Barcelona

José Luis Gallego

Este artículo no es agradable de leer. Ni de escribir. Pero dado que estamos en la Semana Europea de la Movilidad Sostenible y Segura no puedo dejar de hacerlo.

El tubo de escape mata más que el volante. O lo que es lo mismo: la contaminación del tráfico provoca más muertes que los accidentes de tráfico. Y no lo dice Ecologistas en Acción, ni Amigos de la Tierra, ni el resto de organizaciones ecologistas que apelan a nuestra razón desde su compromiso con el medio ambiente, esas a las que ignoramos pero a las que tanto debemos. No, lo dice la ciencia y lo dicen los médicos.

Podría convertir este apunte en una tormenta perfecta de datos científicos incontestables, de porcentajes enlazados a artículos de Nature, Science y el resto de revistas científicas donde aparecen periódicamente. Esos papers que recogen años de investigación y que nuestros políticos se pasan por el forro porque les enfrenta a realidades que no quieren, no saben o no pueden afrontar.

Podría decirles que en España los gases contaminantes que salen de los tubos de escape provocan ocho veces más muertes que los accidentes de tráfico. Que cada año mueren en nuestro país cerca de 10.000 personas por la exposición a la contaminación urbana, y que el 70% de esa contaminación la genera el tránsito de vehículos.

Podría decirles que el 36% de los casos de cáncer, el 34% de los ictus y el 27% de los infartos los provoca la contaminación generada por el tránsito de vehículos, un mortífero agente al que los responsables de la Organización Mundial de la Salud se refieren como “The Invisible Killer”.

Podría decirles que los médicos han establecido una relación directa entre la contaminación causada por el tráfico con enfermedades que se están disparando entre la población urbana, como la diabetes mellitus tipo 2, el asma infantil, el párkinson o el alzhéimer, entre otras.   

Pero no les voy a cansar más con datos que van directos a la razón. Prefiero apelar a su sentimiento a partir de una experiencia emocional, la que tuve hace unos años al entrevistar a la Dra. Inés de Mir, responsable de la Unidad de Pneumologia Pediátrica del Hospital de la Vall d’Hebron, para el capítulo dedicado a la movilidad de mi serie Terra Verda (TVE).

Aquella doctora nos dijo cosas muy graves frente a la cámara, como que la contaminación urbana no era agravante del asma infantil sino precursora, es decir que niños sanos enfermaban de asma por culpa del tráfico. Muy fuerte. Pero todavía me impactó más el comentario que me hizo fuera de micro.

En su consulta hospitalaria, una vez examinados los datos de las pruebas clínicas realizadas al niño para proceder al diagnóstico, la doctora era capaz de adivinar en que calle vivía la familia solo por los resultados. Las vías respiratorias del niño indicaban el nivel de contaminación de su calle. Terrible.  

Aunque he dicho que no les iba a agobiar con enlaces a estudios e informes, pueden ampliar lo que me contó la Dra. De Mir en la web del Proyecto Infancia y Medio Ambiente (INMA) en el que también se recogen los datos que asocian la contaminación con las alteraciones durante el embarazo que dan lugar a circunstancias tan graves como el bajo peso al nacer, los partos prematuros o incluso la mortalidad fetal.

No existe en todo el reino animal una especie que sea capaz de dañar la salud de sus crías a sabiendas. Eso sí que es actuar contra natura, contra el primer mandato que recibe todo ser vivo al nacer: procurar la supervivencia de la especie. Nosotros no, nosotros somos capaces de envenenar el entorno en el que vivimos condenando a nuestros cachorros a la enfermedad por algo tan solemnemente estúpido como ir en coche. Nos hemos convertido en unos necios con volante.

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