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El valor del Patio

El colectivo Patio Maravillas es desalojado de nueva sede en Madrid

Belén Gopegui

Lo que un espacio autogestionado quiere no es el valor de cambio del lugar que solicita, es el valor de uso. Cuando unas personas se unen para trabajar en común en un barrio y piden que se les deje usar, exactamente usar, y no comprar ni vender, un sitio, lo que están diciendo es que se comprometen a ser capaces de cuidarlo en común. Y cuando quieren que sea autogestionado y disponer de la llave en vez de pedir que otros lo cuiden, lo barran, lo mantengan y lo abran y lo cierren, lo que dicen es que quieren ser responsables de ese espacio. Dicen que no se irán sin un motivo justo, no lo dejarán abandonado, se ocuparán de que su uso sirva a la comunidad.

La autogestión exige debatir y nunca rehuir dar respuesta a las cuestiones planteadas. La autogestión es lo contrario de hacer de su capa un sayo olvidando al resto del mundo. Un espacio autogestionado se integrará el barrio, pondrá sus huecos a disposición de quienes los necesiten. Como nada es infinito, habrá coordinadoras y asambleas donde se debata sobre esas necesidades y se argumente el por qué de cada prioridad, pues la discusión forma parte del aprendizaje.

En el centro de Madrid faltan lugares donde hacer de la cultura algo que ayude a vivir y a entender mejor lo que nos pasa, e incluso a intervenir sobre lo que nos pasa. Hay quienes dicen ¿y por qué al Patio y por qué no a mí? Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones quienes así hablan no forman parte de ningún colectivo de colectivos con capacidad de gestionar, cuidar y dar vida diaria a un espacio público. Quienes así hablan, les presupongo toda la honestidad, pueden acudir al espacio autogestionado y pedir que les sea cedida una sala o cualquier otra cosa que necesiten, del mismo modo que quienes lo autogestionan pueden valorar y deben explicar si esa petición les parece más o menos importante y necesaria para el entorno que otras que se hayan recibido.

La Red de Espacios de Gestión Ciudadana ha estado trabajando en la elaboración de un marco normativo común que regule la cesión de espacios vacíos propiedad del Ayuntamiento a Iniciativas de Gestión Ciudadana. Pedir un espacio no es jugar a “yo lo vi primero” y “lo quiero para mí”. Pedir un espacio es ofrecer a la comunidad la posibilidad de que tierras que estaban sin cultivar, muriendo, den fruto gracias al trabajo y la presencia de quienes no quieren abandonarlas. Es también aceptar que entre el fuerte y el débil haya un marco normativo que impida los abusos del fuerte y, en este sentido, el Patio se propone como proyecto piloto dentro del marco normativo naciente.

Lo que se aprende autogestionando un espacio no se puede aprender ni leyendo ni haciendo un curso ni viendo programas de la televisión. Se aprende a cuidar la polis, y no hay cuidado real sin responsabilidad. El Patio Maravillas ha sido, es, una pequeña polis dentro de una polis mayor: en su interior -que no se parece a una caja fuerte sino que, como cualquier organismo vivo, sólo sobrevive en contacto con el afuera- cada día se aprende a hacer política. Se aprende que la política no puede dibujarse con escuadra ni escribirse con unos y ceros. La política es analógica. Por supuesto, conviene que toda la sabiduría digital se ponga de vez cuando al servicio de simular recogidas de basuras o reparto de presupuestos además de los mundos con dragones que también nos hacen falta. Pero no basta pues la política se hace con los cuerpos que se mueven cada uno a su manera, que unas veces arrastran el peso de recuerdos no queridos y otras se impulsan como por milagro al sentirse acompañados y compartir risas y tiempo. Decenas de canciones nos hablan de lugares posibles que un día, o quizá nunca, alcanzaremos, lugares como aquel País de la Luz de José María Guzmán y muchos otros.

El Patio Maravillas es un pequeño país de la luz atado a la tierra, un lugar que conoce el rozamiento, las dificultades y los límites, y que sabe que es precisamente trabajando con ellos, y no despegándose, y no escapando ni desapareciendo, como se mantiene encendido el proyecto de una ciudad que merezca ser vivida. Que el Patio se quede; que se le de hospedaje en uno de los tantos edificios desocupados, baldíos, del centro de Madrid; que su luz no vacile como tiemblan las llamas a punto de apagarse.

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