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Los celos e inseguridades cuando tu nueva pareja nombra al ex: “¿Es la impostora o el miedo a sufrir?”

Fragmento de 'Jealousy' (Tom Roberts, 1889).

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Creo en la libertad y sinceridad, son fundamentales en cualquier relación. Cómo le explicó a mi impostora que nadie es exclusivo ante el deseo de una persona nueva que a veces nombra a su ex. ¿Es la impostora o el miedo a sufrir?

Esther lectora de elDiario.es

Una persona nueva aparece en tu vida. Está lo suficientemente cerca para que puedas empezar a conocerla, para que comiences a reconocer el quiebre de su voz conmovida por la alegría o la mirada brillante cuando algo le emociona. Es dulce esa persona extraña, está frente a tus ojos, se mueve alrededor, viene de lejos con un relato propio y ahora se aproxima. Al mismo tiempo, ocurre que está aún lo suficientemente lejos para que no puedas creer del todo su presencia. En la distancia te admiras con sus dones, la belleza en la forma de hablar, algo generoso en la forma de entregar cariño a las personas de su entorno, el juego y la inocencia en la postura de un cuerpo apasionado. Todo eso admiras, pero no sólo. Ocurre una otra fascinación. Un pequeño detalle que ocupa un centro que nos arrebata y que nos pone a todxs especialmente sensibles: esa persona portadora de la belleza parece haberte elegido a ti. ¿Pero para qué? ¿Qué podría ella querer de mí? ¿Qué podría yo ofrecerle? 

Al inicio algunas amamos enalteciendo, subiendo a la otra a los altares, y desde abajo disfrutamos tanto con la visión de su grandeza como temblamos por la duda: ¿podría yo alguna vez ser suficiente para ser la elegida? Aquí aparece también lo que define el síndrome de la impostora en el deseo, la pregunta: ¿cuándo ocurrirá que ella, estando lo suficientemente cerca, se dará cuenta de que aquello que vio en mí no existe?

Si la inseguridad se concentra en nuestra imagen corporal entonces a la noche apagaremos las luces y en el día intentaremos que no nos miren demasiado. Si es lo intelectual lo que nos preocupa temeremos cada palabra pronunciada en una conversación, mediremos cada frase y la evaluaremos. La mañana después de un encuentro repasaremos lo dicho en la cena el día anterior: ¿habré sonado tonta, superficial, vacía? Mientras la otra nos desea la impostora se pone trampas y entierra anzuelos en el jardín donde, en un mundo más tranquilo, habrían de bailar y reír las amantes. 

Al inicio algunas amamos enalteciendo, subiendo a la otra a los altares, y desde abajo disfrutamos tanto con la visión de su grandeza como temblamos por la duda: ¿podría yo alguna vez ser suficiente para ser la elegida?

La admiración hacia la otra, que de algún modo acompaña y facilita el camino hacia la intimidad, también nos lo trunca si somos inseguras. Algunas veces, este síndrome de la impostora nos acompañará siempre durante una relación larga, donde no importando los años y los gestos de amor que recibamos, seguiremos sintiendo el deseo que recibimos de la otra como el paso previo al desencanto que vendrá; nuestro vínculo como un “error” a punto de ser revelado. Esta sospecha es agotadora y, aún acallándola, deja un poso de sufrimiento constante que nos vuelve temerosas. ¿Cómo no temer el sufrimiento cuando ya nos muerde los talones con pensamientos oscuros incluso en los días más felices? Si la inseguridad y el miedo se manifiestan cada día, lo más posible es que una fuerza dentro de nosotras también desee secretamente una catástrofe, la ruptura definitiva que venga a confirmar nuestras peores predicciones y que por fin nos libere de la tensión de vivir esperando a ser abandonadas.

La figura del ex en los inicios de una relación es un tema que merece un artículo propio, y que podría ser bonito hablar con más calma un día. Sobre los celos escriben lo siguiente Charlotte Casiragui y Robert Maggiori en Archipiélago de Pasiones:

“Estar un poco celosos no es desagradable, tanto para el celoso, en quien la inquietud reaviva el deseo, como para el amado, que se siente halagado; pero los celos se vuelven un suplicio atroz cuando se sumergen el los tormentos de la falta de amor y los delirios de la imaginación”.

Como vemos en la cita, el texto pone la conceptualización de los celos en un eje de graduación. Mientras cierto despertar del afecto celoso se relaciona con una intensificación placentera del cuerpo propia del interés, cuando los celos se apoderan del espacio psíquico se articulan con la angustia y la destrucción. En esta dimensión de grados y de grises podríamos estudiar nuestra relación con la figura del “ex” de las personas que amamos. Digo figura porque en muchos casos sólo tenemos la experiencia del ex como fantasma o como persona-mitificada, y no llegamos a vincularnos de forma real con ellxs o a tener una conversación sincera que nos permita ser “reales” las unas para las otrxs. 

Si la inseguridad y el miedo se manifiestan cada día, lo más posible es que una fuerza dentro de nosotras también desee secretamente una catástrofe, la ruptura definitiva que venga a confirmar nuestras peores predicciones y que por fin nos libere de la tensión de vivir esperando a ser abandonadas

Hay algo que encuentro especialmente curioso en el rol que a menudo cumple la figura de el ex/la ex en el inicio de las relaciones: si analizásemos el lugar que ocupan en el discurso amoroso, en esos tiempos iniciales de la seducción, seguramente nos impresionaría el papel estratégico que tienen. A través del relato de nuestras relaciones previas, de cómo nos sentíamos con tal o cual relación del pasado, a menudo intentamos comunicar a la persona nueva información que creemos fundamental para el vínculo futuro. En términos de storytelling, es mucho más sencillo contar quiénes somos a través de lo que hemos vivido, y las vivencias del amor y el dolor ocurren en compañía. Esta compañía del pasado paradójicamente se transferirá en el intento por acercarnos a una persona nueva, por generar relato compartido. 

Así es como el fantasma del ex participa en la seducción, como figura clave en el discurso de las amantes, entrando inevitablemente a triangular el deseo entre dos que apenas se conocen. Fruto de esta triangulación, cada cual fantaseará a la otra en escenarios amorosos con su pareja del pasado, establecerá una comparación –¿qué puedo darle yo distinto a lo que ya le han dado?– y reavivará sus ganas de atravesar el obstáculo-ex para fundar con la otra una intimidad propia (libre de exes y fantasmas). Si los celos ocurren en su justa medida, y no se convierten en neurosis delirante, el deseo seguirá su búsqueda hacia delante. Pero si los celos detonan el miedo y la angustia en proporciones sofocantes… es posible que el miedo a sufrir nos paralice. 

Son las 1:37 AM y se me termina el espacio, pero esta pregunta me ha hecho pensar las consecuencias que tiene la forma en que presentamos, casi a través de un ejercicio de mitificación (para bien o para mal) la figura de nuestros anteriores amores a los nuevos… ¿Lo seguimos hablando para el tema siguiente?

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