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OPINIÓN | 'Un error mayúsculo', por Javier Pérez Royo
Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Liz Tyson-Griffin: “La única forma de proteger realmente a los animales del sufrimiento en los laboratorios es acabar con las pruebas”

Liz Tyson-Griffin y Dr J. revisando la salud de una de las habitantes del santuario Born Free USA

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Muy pocos animales sobreviven tras su paso por un laboratorio; el final, para la gran mayoría, es el sacrificio y la muerte. Gracias al trabajo de organizaciones y santuarios como Born Free USA, algunos animales tienen la oportunidad de comenzar una nueva vida lejos del sufrimiento.

Este mes de abril lleva en el calendario el Día Mundial del Animal “de” Laboratorio, una fecha que los vivisectores celebran agradeciendo a los animales su trabajo, como si ellos eligieran colaborar y formar parte de esta industria que los explota. Sin embargo, como señala Julieta Campos en el prólogo a su traducción del libro Profesión: animal “de” laboratorio, de Audrey Jougla, publicado en español por ochodoscuatro ediciones, el uso de las comillas resalta que los animales no son del laboratorio, no le pertenecen, sino que se encuentran allí de manera circunstancial. El cambio en el lenguaje deja implícita esa idea que la industria quiere transmitir sobre los animales: que son agentes colaboradores, que lo hacen de forma voluntaria.

Pero lejos de las jaulas y los guantes, de las batas y antisépticos, algunos animales, supervivientes de crueles experimentos, pueden celebrar este día gracias al trabajo que realizan organizaciones, personas voluntarias y activistas que luchan por el fin de la experimentación animal. Conocer la historia de estos animales es descubrir las huellas y las secuelas que deja de por vida su paso por los laboratorios.

Nadie como Liz Tyson-Griffin, directora desde 2018 de Born Free USA, para contarnos el trabajo que allí realizan para sacar a estos animales del infierno.

¿Trabajas con animales supervivientes a los laboratorios? ¿Cómo es ese trabajo, qué tipo de tareas lleváis a cabo?

Trabajo como directora de uno de los mayores santuarios de primates de Estados Unidos. Acogemos a unos trescientos monos, algunos de los cuales fueron rescatados de laboratorios. El santuario ofrece el más alto nivel de cuidados a monos explotados en el comercio de mascotas, en zoológicos y en laboratorios. Nuestro trabajo consiste en cuidarlos y en ayudarles a adaptarse, tras los traumáticos comienzos de su vida. El objetivo general con cualquier mono que rescatamos es que se integre en un grupo social, que pueda estar con otros de su misma especie. Además de mi trabajo en el santuario, superviso también las campañas de defensa de los derechos animales de Born Free USA. Nuestro trabajo se centra principalmente en los animales salvajes en cautividad y, por tanto, incluye campañas sobre los zoológicos, el comercio de animales considerados mascotas exóticas, el comercio de pieles y la captura de animales.

¿Cómo salieron esos animales de los laboratorios y lograron llegar al santuario?

Los propios laboratorios suelen ponerse en contacto con nosotras para preguntarnos si podemos acoger animales que ya no les son útiles. Por lo general, estas gestiones las llevan a cabo miembros del personal del laboratorio que sienten que tienen una conexión particular con uno o varios monos concretos. Sin embargo, los laboratorios rara vez se ofrecen a financiar el cuidado de los animales, por lo que los costes relacionados con el cuidado de por vida tienen que ser sufragados por nuestras generosas donantes.

Por supuesto, la mayoría de los animales que se utilizan en laboratorios nunca son rescatados, sino que son sacrificados cuando ya no son útiles. Se calcula que, solo en Estados Unidos, se utilizan 75.000 primates no humanos en experimentación cada año. Según denuncias recientes, algunos de los monos utilizados en laboratorios estadounidenses han sido robados (lógicamente, de manera ilegal) de sus hogares salvajes en Camboya. Se nos da la oportunidad de rescatar a muy pocos de esos animales, y no podemos rescatar a todos los monos que se nos pide, ya que solemos estar al límite de nuestra capacidad. Ojalá pudiéramos ayudar a más animales, pero los santuarios no tienen ni el espacio ni la financiación para tener un impacto real en el rescate de supervivientes de laboratorio. La única forma de proteger realmente a los animales del sufrimiento en los laboratorios es acabar con las pruebas con animales.

¿En qué condiciones suelen llegar esos animales? ¿Tienen un proceso de adaptación a su nuevo hogar? ¿Cómo funciona ese proceso?

El proceso de recuperación es diferente para cada mono que rescatamos. Rara vez se nos informa de lo que se les ha hecho a los monos que nos llegan, lo que dificulta nuestra labor de ayudarles a superar su trauma. Tenemos monos a nuestro cuidado que llegaron con collarines de sujeción todavía puestos, y otros con notas sobre los electrodos que les habían quitado del cerebro antes de enviárnoslos. Algunos han llegado con recetas de antidepresivos. Cuando llegan, solo podemos darles tiempo para que nos muestren cómo se las arreglan y qué necesitan.

Tenemos algunas historias felices, como la de Oscar y Creed. Los dos macacos Rhesus llegaron al tiempo del mismo laboratorio, pero habían estado alojados solos y no se conocían. Decidimos alojarlos juntos para que tuvieran compañía de los suyos por primera vez y enseguida se hicieron muy amigos. Cinco años después de su llegada, siguen siendo inseparables y son personas sanas y felices.

Pero tenemos otros monos que nunca superan realmente su pasado y siguen luchando años después. Un ejemplo de ello es un mono que nos llegó de una universidad hace unos años. Sabemos que llegó con una receta de sertralina, un antidepresivo, debido a su persistente comportamiento autolesivo, documentado durante seis años en el laboratorio. Lleva cinco años viviendo con nosotras y, aunque ha hecho algunos progresos, todavía le resulta difícil y estresante socializar con otros monos. Cuando se siente abrumado, sigue dándose bofetadas y mordiéndose las manos y los pies, un comportamiento muy arraigado que desarrolló como mecanismo de defensa cuando estaba en el laboratorio. En los dos últimos años, se ha hecho amigo de un mono, residente de larga duración, que anteriormente había sido utilizado como mascota. A veces discuten, pero en general parecen disfrutar mutuamente de la compañía.

Que la verdadera recuperación sea posible o no es algo muy habitual. Algunos monos son capaces de seguir adelante y, al parecer, dejar atrás su triste pasado. A otros, les persigue durante el resto de sus vidas.

¿Notas alguna diferencia en la forma de ser de los animales supervivientes a laboratorios y en la manera en que se relacionan con los demás?

Aparte de los comportamientos estereotipados, vemos que los monos procedentes de laboratorios y del comercio de animales de compañía luchan con problemas similares, ya que no solo han sido sometidos a traumas deliberados, sino que es también habitual que hayan estado aislados de otros monos, algo completamente ajeno a la forma de ser de estos animales, que son profundamente sociables. Por ello, uno de los mayores retos a los que se enfrentan los animales supervivientes a los laboratorios es simplemente el de estar con otros monos y sentirse seguros. Pueden tener miedo de otros monos, mostrar una agresividad extrema o simplemente malinterpretar las señales y comportamientos sociales, lo que puede dar lugar a conflictos. Los supervivientes a los laboratorios pueden tardar años en integrarse en un grupo social y aprender a ser un mono “de verdad”.

¿Te gustaría contarnos la historia individual de algún animal que haya estado en un laboratorio?

Theo era un macaco Rhesus de cara bonita y carácter luchador que llegó a nosotros procedente de un laboratorio cuando se consideró que ya no era útil. Le costaba socializar con otros monos, algo que vemos con regularidad en los que proceden de situaciones de aislamiento. Ser capaz de existir y prosperar en una jerarquía social compleja es algo que debería ser natural, pero a los que proceden de laboratorios se les han negado sus necesidades más básicas y, cuando llegan a nosotros, suelen mostrar comportamientos perturbadores y antinaturales. Estos comportamientos, conocidos como estereotipias, pueden ser morderse a sí mismos, pasear de un lado a otro, acicalarse en exceso, mecerse repetidamente, girar la cabeza u otras acciones repetitivas y carentes de funcionalidad que indican un estrés extremo. Estos comportamientos son su forma de afrontar traumas pasados. Theo era uno de esos monos.

Tardó años en asentarse en un grupo social en el que se sintiera seguro y por fin vimos que disminuía su agresividad extrema (probablemente un mecanismo de defensa). Pero entonces Theo empezó a desarrollar lo que pensamos que era una especie de conjuntivitis. Extrañamente, ninguno de los tratamientos habituales funcionó. Lo llevamos a un especialista, que descubrió que el laboratorio había olvidado un largo trozo de cable conductor alojado en su cráneo. Tuvimos que operarle para extraerlo quirúrgicamente. Estaba casi ciego por pura negligencia y falta de cuidados. Theo falleció en paz, de viejo, en 2020.

¿Qué tipo de pensamientos te provocan estas situaciones, estas historias de vida?

Es fácil sentirse impotente. Tenemos la oportunidad de rescatar muy pocos animales de los laboratorios y sé que, por cada uno que rescatamos, decenas de miles han sido asesinados. Puesto que los animales que cuidamos no están domesticados, como los perros rescatados de laboratorios, también soy consciente de que seguirán viviendo una vida limitada, incluso bajo los cuidados de nuestro personal experto. Hacemos todo lo que podemos para darles una buena vida, pero siguen en cautividad cuando deberían vivir libres, lejos de aquí, en enormes grupos familiares y sociales, en sus hogares de la selva. Ni siquiera el mejor santuario puede dar a un mono la vida que merece. Me enfurece que este sistema, que causa tanto daño a tantos millones de animales, siga existiendo hoy en día.

¿Crees que veremos el final de la experimentación animal? ¿Qué dirías a las activistas que están luchando contra ello?

Tenemos que poner fin a la experimentación animal y debemos seguir luchando hasta vencer. La mayoría de las víctimas de la experimentación animal vivirán y morirán en el laboratorio: cada años, millones de vidas son explotadas como mercancías y desechadas cuando ya no sirven, como si fueran basura. Doy las gracias a las personas que ven el valor de esas vidas y que hacen todo lo posible por proteger a las víctimas de la experimentación. Creo que, algún día, miraremos atrás y sentiremos una gran vergüenza por la forma en que nuestra sociedad permitió que se tratara a los animales. Hasta entonces, debemos seguir luchando.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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