Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

Accede aquí a nuestra portada.

Fin de ciclo

Javier Gallego

23

Sobre este blog

Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

Accede aquí a nuestra portada.

Las elecciones en Cataluña son un nuevo capítulo de la serie Fin de ciclo: el fin del ciclo de los desafíos a la Transición y la Monarquía, el ciclo de la rebelión y la desobediencia que se abrió con el 15M y siguió con el procés, en el que se mezcló el proyecto emancipador y democratizador de la calle con el proyecto identitario con el que la derecha catalana intentó lavar sus pecados en el sudario de la patria. Ahora ese sudario envuelve el cadáver del procesismo. El procés ha muerto. No el independentismo, pero sí esta fase del proyecto separatista en Cataluña. Después de mayorías absolutas que pusieron en jaque al Estado español, los partidos nacionalistas han tenido sus peores resultados en toda la democracia. Los peores. Es fuerte.

Nunca habían subido tan alto, nunca habían caído tan bajo. Tan rápido como ascendieron, se han desplomado. Es el signo de los tiempos: estallidos tan urgentes como pasajeros que vienen a acabar con todo en tan poco tiempo que son destruidos por sus ansias y por un sistema caníbal que devora hasta sus hijos —como ha hecho con Ciudadanos— cuando deja de necesitarlos. El caso del independentismo es parecido al de Podemos, con la diferencia de que sus dirigentes provenían del poder establecido: pero se enfrentaron a un poder mayor que los ha acabado triturando. Los motivos de su hundimiento son múltiples. No han llevado a Cataluña a la Arcadia prometida, se han ocupado más de la independencia que de la solvencia, más de sus líderes que de sus bases, y han terminado divididos, enfrentados y dando el poder en Madrid a uno de los partidos del 155 y pactando con el mismo Estado que había usado sus cloacas para ahogarlos. En un ámbito en el que la traición se paga cara son demasiadas concesiones al enemigo. 

La última fue el pacto con el Gobierno de coalición, que la derecha española llamó una rendición de España al independentismo cuando es justo lo contrario: el separatismo aceptó la Constitución española, la unidad indisoluble y al mismísimo Felipe VI. La derecha repite que Sánchez rompe España, pero España solo se rompe cuando la derecha quiere unirla a la fuerza, cuando quiere reducir su diversidad a la España única del toro de Osborne, el Bertín y el Soberano. La derecha dice que Sánchez es una fábrica de independentistas, pero es justo lo opuesto. Desde los indultos a la amnistía, Sánchez no ha dejado de reducir la inflamación separatista que alcanzó máximos históricos con Rajoy y las palizas del 1 de octubre. Es obvio. Las inflamaciones no se bajan a golpes sino con cura y reposo.