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Las debilidades exteriores de España, ante la crisis de Ucrania

El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares.

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España tiene algunas debilidades importantes en su acción exterior que se están dejando notar en la crisis de Ucrania: Marruecos; la europeización de su política exterior cuando la UE flojea; el relativo desdén de EEUU; la política interior, en diversos aspectos, aunque el tema catalán (en el que hubo solidaridad europea y americana) haya perdido prominencia; la fuerza perdida en las relaciones con América Latina, etc. Pero quien busca solidaridad para sus problemas, debe aportar también solidaridad a sus socios. De ahí el apoyo militar español a operaciones de disuasión en el Este de Europa, ya sea para proteger a los Bálticos, o, ahora, para disuadir a Rusia de invadir Ucrania. 

Las debilidades no son nuevas. Vienen al menos desde la crisis económica y financiera que empezó en 2008, cuando la política exterior perdió un peso que no ha recuperado. Las relaciones con Marruecos están mal, aunque no se diga, habiéndose cometido algunos errores frente a un vecino incómodo. Se vio en la última crisis de Ceuta (en la que también hubo solidaridad europea). La recientemente aprobada Estrategia de Seguridad Nacional 2021 afirma que “la relación de España con Marruecos y Argelia es de buena amistad, desde la premisa de la cooperación leal y el respeto a las fronteras mutuas.” Pero a la vez propone “elaborar un Plan Integral de Seguridad para Ceuta y Melilla.” ¿Contradicción?

Mucho tiene que ver con el Sáhara Occidental, pero no todo. España en el pasado trabajó desde su propia política y desde la política europea, por impulsar las relaciones entre Argelia y Marruecos, tan deterioradas en los últimos tiempos. La idea del gaseoducto Europa-Mabreb, que trajera gas argelino a España a través de Marruecos, fue buena, pero Argel lo ha interrumpido. No es culpa del Gobierno español, pero afecta de lleno a España. El panorama energético está cambiando con el auge de la energía eólica y solar, también a la fabricación de electricidad exportable e hidrógeno verde, en lo que están Marruecos y Argelia, que saben que ganan peso. Falta, desde la UE, pese a las rivalidades o desinterés en su seno al respecto, una nueva política hacia el Magreb, que priorice esas relaciones entre dos vecinos enfrentados, con unos sistemas que pueden perder estabilidad, y con los que necesitamos cooperar en materias muy importantes para España como son la lucha contra el terrorismo yihadista y contra la inmigración irregular.

Y en asuntos marroquíes, hay que colaborar también con EEUU, que cada vez presta más atención a Rabat. A Washington lo que más le interesa de España son las bases militares de Morón y Rota. Pero ha anunciado la retirada de Morón, para llevarlo a Italia, del contingente de su fuerza de respuesta rápida para África. Es decir, son menos importantes, también con la retirada de Afganistán y en general de Oriente Medio. Pero pueden recobrar importancia ante una invasión de Ucrania, no para defender suelo ucraniano, sino para recuperar la disuasión desde territorio de la OTAN.

La cumbre de la Alianza Atlántica que ha de aprobar su nuevo Concepto Estratégico se va a celebrar en junio en Madrid, y eso ya es un éxito, aunque dista mucho de aportar una verdadera capacidad de influencia de cara a ese documento fundamental en estos momentos de tensión y de resurrección de la OTAN, donde lo que más le interesa a España es que la Alianza mire más al sur, algo que no está ganado. Tras la mala época de Trump, las relaciones directas con Biden dejan mucho que desear, entre otras razones, por la suspicacia estadounidense hacia el gobierno de coalición de izquierda en España.  

En Europa, Sánchez logró, con el apoyo de Francia y de Alemania, y de Países Bajos entre los socios principales, sacar adelante el fondo Next Generation EU de recuperación de la crisis económica provocada por la pandemia de la COVID. Pero desde hace años España se ha alejado de un eje franco-alemán, que no funciona como debería, para el que España puede servir de puente. La idea de lo “nodal” es buena, en el sentido de que en la UE de 27 el eje París-Berlín es necesario pero no suficiente, y España necesita otros aliados complementarios, especialmente cuando ha perdido peso en la UE ante el ascenso de la Italia de Mario Draghi (aunque el salto de éste a presidente de la República puede hacer perder puntos a Roma). A ver si con el nuevo gobierno de coalición en Berlín encabezado por el socialdemócrata Olaf Scholz se avanza, pese a los desacuerdos sobre las reglas fiscales, mientras Emmanuel Macron lleva las riendas este semestre del Consejo de la UE y a la vez compite en unas elecciones nacionales que pueden ser más reñidas de lo que él pensaba hace tan solo unos meses.

España ha hecho muchos esfuerzos en el terreno militar. De un modo u otro participa en todas las misiones de la UE y de la OTAN, y alguna de Naciones Unidas. No ha incrementado suficientemente su presupuesto de defensa, pero ha avanzado, pese a la crisis.

Ucrania es lo último. Ante esta crisis, España defiende, como toda la UE, el doblete de diplomacia, es decir, diálogo, con disuasión (el ministro Albares añade otras dos “D”: desescalada y distensión). En el fondo, es consecuencia de las capacidades o fortalezas de este país, pero, sobre todo, de sus debilidades. Aunque el Gobierno debe pensar, en línea muy de Wittgenstein, que de lo que no se puede hablar (en público), más vale callarse. Es mejor hablar con hechos que con palabras. El panorama no está nada claro y se puede torcer. Hay que estar preparados ante los riesgos.

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