En su día, la expresidenta de la Comunidad de Madrid puso en marcha un programa de estudios para adolescentes llamado Bachillerato de Excelencia. Se trata de reunir a los mejores alumnos de los institutos madrileños —aquellos que ostentan una nota media de 8— e impartirles una educación especial con el supuesto objetivo de que alcancen —ya lo dice el nombre del curso— la excelencia. El entonces ministro de Educación, Ángel Gabilondo puso en tela de juicio el proyecto al considerar “segredador” el modelo “por ser ”contrario al principio básico de socialización en las aulas“. La periodista Pilar Álvarez cuenta en El País, que el actual director del centro público donde se imparten las clases, Horacio Silvestre, envió una carta estas Navidades a los padres de los alumnos en la que recomienda ”aparcar todo lo relacionado con el amor“. Silvestre alienta a los progenitores a que ayuden en todo lo que puedan para que sus hijos empleen todo el tiempo necesario para realizar sus tareas y que aunque no quiere ocasionar ”nada parecido a la historia de Romeo y Julieta“, los estudiantes tienen que entender ”la cantidad de tiempo y de concentración que se emplea en eso“.
Hay que destacar que los alumnos del centro tienen 17 y 18 años de edad y que además del apartamiento de distracciones afectivas se les ha recomendado que no participen ni en protestas ni en huelgas.
El modelo thatcheriano que inspira el modelo educativo que Aguirre eligió para los madrileños, sustentado en una educación de excelencia para un grupo reducido y de batalla para el resto, aspira desde lo público a la organización e implementación de dirigentes ajenos al campo social e inmersos en los cotos privados. Privados, ya puestos, también de amor y de una educación sentimental.