En los años noventa, a falta de la red, un personaje de la novela Corazón tan blanco de Javier Marías realiza un intercambio erótico virtual con otra persona a través de cintas de vídeo que eran recogidas puntualmente en un apartado postal. En su siguiente libro, Mañana en la batalla piensa en mí, el protagonista se queda con el pequeño casete del contestador de un teléfono fijo para evitar que el mensaje que contenía pudiera ser escuchado. Marías declaraba por aquellos años en las entrevistas que era pertinente incluir en las ficciones las novedades tecnológicas que nos rodeaban.
La tecnología es muy socorrida para los autores de novelas negras. Nadie diría que Marías es un autor del género pero, como señala Ignacio Echevarría en las críticas que escribió al ser publicados esos libros, “en Corazón tan blanco hay un hombre que, a su pesar, y sin serlo realmente termina actuando como un detective (…), en Mañana en la batalla… hay un hombre que, a su pesar, y sin serlo, termina actuando como un asesino”.
El exdiputado Santiago Cervera también, a su pesar, y sin serlo, termina actuando como escritor.
Su trama es de libro. Veamos. Por un lado, tenemos al presidente de Caja Navarra que recibe un correo anónimo en el cual se le pide dinero a cambio de silencio por un supuesto enriquecimiento ilícito suyo en detrimento de la entidad. Por el otro, aparece Cervera, con gorra y bufanda para protegerse de una cámara de seguridad y se presenta junto a la muralla de Pamplona en busca de un sobre. Entra la policía en acción y le detienen con las manos en el sobre.
Juntemos cabos. El presidente de Caja Navarra había señalado ese sitio, adonde acude el exdiputado como lugar donde debía dejar el dinero que le exigían. La policía pone un señuelo y espera al chantajista. Aparece Cervera y aquí la trama da un giro hammettiano: el político saca de la manga un e-mail, también anónimo, en el que le ofrecen información sobre supuestas irregularidades perpetradas en contra de Caja Navarra y que señala ese sitio, la muralla, como escondite del tesoro. El e-mail que recibe Cervera, según nos informa Juan Luis Sánchez en este mismo periódico, pertenece a un sistema informático que se llama Tor y “está pensado para activistas, bloggers, periodistas que quieran conectarse de manera anónima y segura en países donde la libertad de expresión está permanentemente amenazada”. Como vemos, al igual que Marías, Cervera introduce en su narración la más sofisticada herramienta disponible en el mapa digital.
Veremos en los próximos días adónde nos lleva este autor. Pero de momento, donde de verdad se ha metido es en una de las derivas de la burbuja literaria construida a lo largo de la Transición, orlada de prestigio, fama, subvenciones y premios, conformando como afirma Constantino Bértolo, “un paisaje literario surgido a la sombra de la democracia juancarlista, una sobreexplotación del suelo literario que ha dado lugar a la proliferación de parcelas y urbanizaciones narrativas de todo tipo y condición”.
Más allá de los quiméricos hallazgos que producen cuantiosos ingresos editoriales como la llamada ‘pornografía para mamás’ (Sombras de Grey), o los eventuales sucesos de autores como María Dueñas o el casi siempre eficaz Ken Follet a nivel de ventas, el mercado literario parece nutrirse del resurgimiento del género negro en el que editoriales como Salamandra con Andrea Camilleri, RBA con una colección específica, Mondadori con otra, recién llegada, Acantilado con el nuevo rescate de la obra de Simenon y la confirmación de Planeta con su premio, tienen un nuevo corredor de viabilidad económica. Y la burbuja supera una prueba de resistencia.
Pero Cervera se equivoca, como muchos escritores, si cree que la salida está por este sendero. El thriller es un camino posible pero, a fin de cuentas, comarcal. La gran autopista editorial está en el género financiero que, como es de recibo, también cuenta con un apoyo tecnológico avant-garde ad hoc.
¿Una prueba? He aquí un posible argumento. Imaginemos que sobre la base real de que en 2011 se editaron más de cien mil títulos de los cuales, claro está, solo se ha vendido una parte ínfima, se sostiene una industria. ¿Cuánto dinero mueve ese negocio? Mucho, muchísimo: millones. Supongamos que un librero medio de una ciudad pequeña maneja un total de quinientos ejemplares mensuales entre todas las novedades que recibe. Esto hace una facturación con las editoriales de unos cien mil euros al año. El librero de esa ciudad pequeña devuelve los libros que no vende, por supuesto. Pero no recibe dinero de retorno: compra nuevos títulos y entra en una cadena donde rotan novedades sin descanso. De tanto en tanto sabe que llegará María Dueñas o una sombra de Grey que iluminarán el negocio. Las grandes editoriales también lo saben y ganan dinero con ello pero saben algo más importante: generar nuevas expectativas y renovar la fe en la burbuja para colocar productos ignotos a un coste de risa. Una tirada de dos mil ejemplares de un autor nuevo tiene prácticamente un solo coste: el papel. El libro sale, se coloca, se factura. El libro vuelve ya que no se vende (se almacena y tiempo después se guillotina) pero el dinero no retorna ya que el librero ahora debe al circuito otro título que acaba de entrar. Y así. Mientras tanto, la masa de capital circula por el mercado financiero. Y crece. Mucho. Fin de la primera parte del argumento.
Esta trama es la que el exdiputado Cervera parece desconocer. Pero en su partido deben de estar enterados ya que nadie da un duro por su rescate. Puede que María Dolores de Cospedal haya leído el género en su día o esté enterada por “la Internet” (sic).
En el comienzo de la Transición la burbuja literaria ratificaba la realidad. Ahora compite con ella a través del género policial. El thriller financiero, de momento, como le pasaba al coronel, no tiene quien le escriba. Aunque siempre sale un audaz, como aquel anónimo que escribió el Lazarillo y sin tecnología pero con ingenio hizo que el personaje le pinchara el jarro de vino al ciego para poder beber.
Cualquier día surge un buen autor que pincha la burbuja.