Óscar de Julián. Ha sido director del Festival Internacional de Cortometrajes Almería en Corto entre 2005 y 2011. Lleva casi dos décadas en el mundo del cortometraje, y ha dirigido dos cortos, digamos, documentales, Joe K y Doppelgänger, ambos nominados al Goya. Actualmente es editor jefe de la revista digital Cortosfera, www.cortosfera.es.
El curioso caso de Jean-Gabriel Périot (I)
Menos es más. El gran cine también puede hacerse con un simple puñado de recortes, fotos, materiales de archivo. Ahí está A story for the Modlins. O una pieza soberbia que desgranaremos como se merece en próximas entradas: El pabellón alemán.
Y por supuesto, el caso que nos ocupa, que no se centra en un cortometraje en particular, sino en la obra global del francés Jean-Gabriel Périot. Uno de los cortometrajistas que, en los últimos años, más y mejor ha logrado despertar en los aficionados el sentimiento esencial de ver cine: la fascinación.
Afortunadamente, buena parte de la obra de Périot puede verse por la red, concretamente toda su obra hasta 2010. Llegados a este punto, podemos hacer dos cosas. Una. Que el espectador navegue por su cuenta, sin indicaciones de ningún tipo, por la página de Périot. Para ello, no tiene más que ir a películas, cortometrajes, y hacer clic en cualquier título hasta 2010. Unos son mejores que otros, pero garantizamos que va a ser todo un descubrimiento.
Dos. Permitir que este modesto artículo les inicie en el universo del francés, mostrándoles únicamente tres de sus mejores trabajos, y a partir de ello ustedes deciden si siguen o no viajando. Si es así, no perdamos más tiempo e internémonos, sin más dilación, en el cine intrigante de Jean-Gabriel Périot. Esta semana, y para que el viaje sea ascendente, comenzamos con la obra menos soberbia de las tres.
Undo
Todos sabemos que el cortometraje es terreno propicio para los experimentos narrativos. Pues bien, hay muchos, pero muchos cortos que utilizan el siguiente artefacto: comenzar por el final de la historia y terminar por el principio, en la misma línea que, pongamos por caso, The curious case of Benjamin Button (El curioso caso de Benjamin Button) o Memento. Y, de todos estos cortos, algunos optan por un camino muy particular: el corto no sólo está narrado al revés, sino que la imagen misma va al revés.
Y en este último grupo, uno de los más logrados es Undo, o sea, Deshacer:
En apariencia, todo en Undo es alentador. Las Torres Gemelas se reconstruyen solas, las bombas desexplotan, la policía desreprime, la gente desconsume, los animales sacrificados vuelven a pastar en los campos, y el hombre deja la tierra tal y como la encontró desde el principio...
Pero, en realidad, todo es inquietante. Porque el hecho de mostrarlo todo al revés no crea un sentimiento de esperanza, sino que deja al descubierto un proceso que ha llevado al planeta al borde del colapso, y cuyo motor, claramente destructivo, ha sido la naturaleza psicótica de la condición humana.
Cuando vemos que un policía des-sacude a un manifestante, ese hecho no nos proporciona alivio, sino que remarca la brutalidad no ya del policía, sino del ser humano en toda su extensión. Cuando Adán y Eva son readmitidos en el Edén, no sentimos que hayamos recuperado el paraíso perdido. Revivimos el momento en que lo perdimos para siempre.
No se trata, pues, de decir al espectador “qué bonito sería que diéramos marcha atrás”, sino que, al ver las cosas al revés, descubrimos que la ferocidad humana es fruto de una compulsión, de un proceso depredador imparable. De hecho, el proceso finaliza con las mismas imágenes cósmicas con las que empezó: la creación sólo puede acabar con la destrucción.
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Menos es más. El gran cine también puede hacerse con un simple puñado de recortes, fotos, materiales de archivo. Ahí está A story for the Modlins. O una pieza soberbia que desgranaremos como se merece en próximas entradas: El pabellón alemán.
Y por supuesto, el caso que nos ocupa, que no se centra en un cortometraje en particular, sino en la obra global del francés Jean-Gabriel Périot. Uno de los cortometrajistas que, en los últimos años, más y mejor ha logrado despertar en los aficionados el sentimiento esencial de ver cine: la fascinación.