Óscar de Julián. Ha sido director del Festival Internacional de Cortometrajes Almería en Corto entre 2005 y 2011. Lleva casi dos décadas en el mundo del cortometraje, y ha dirigido dos cortos, digamos, documentales, Joe K y Doppelgänger, ambos nominados al Goya. Actualmente es editor jefe de la revista digital Cortosfera, www.cortosfera.es.
Los tachados
A la hora de escribir sobre este precioso cortometraje, me encuentro con dos posibilidades. Puedo contar el argumento de principio a fin, de modo que el lector quede cautivado por una historia que difícilmente puede dejar indiferente. O puedo contar lo preciso, dejándole con la miel en los labios, provocándole un deseo manifiesto de descubrir, por sí mismo, las claves de este secreto familiar.
Me decido por la segunda opción. Me parece más sugerente, aunque sé que también tiene sus contras. Porque, aunque esta obra deliciosa ha podido ser admirada en Cannes, Huesca, Alcine o Morelia, probablemente queden escasas oportunidades de volver a verla en un tiempo próximo. Ojalá que estas líneas animen a alguien a programar el corto en su festival, o darnos la oportunidad de verlo en una plataforma de la red, o en algún programa de televisión.
Aunque Los tachados es una producción sueca, el cortometraje está dirigido por un mexicano, y la acción transcurre íntegramente en México, ya que el director, también protagonista y guía, viaja de Suecia a su país natal para reencontrarse con su familia. Así que tiene más sentido verlo como un corto latinoamericano, si bien el alcance de su historia es universal. La familia retratada podría ser la suya o la mía.
El título español hace referencia a un enigma en torno a la abuela del director. Esta tuvo cinco hijos, pero dos de ellos aparecen literalmente tachados en todas las fotografías que esta posee.
La abuela es, dicen, una mujer de mucho carácter, y nadie se ha atrevido a preguntarle el porqué de ese extraño tabú. Pero su nieto Roberto, cineasta, tiene una relación muy especial con ella, y en sus dos semanas de estancia en México está resuelto a desentrañar el misterio.
A partir de aquí, se desarrolla una investigación documental, casi a la manera de un “thriller”. El corto se estructura a partir de tres visitas que hace Roberto Duarte a su abuela. En la primera, Roberto hace preguntas tibias. En la segunda, intenta descubrir con su cámara alguna foto en la que los dos hijos no aparezcan tachados, pero aún no se atreve a hacer las preguntas cruciales. En la tercera, Roberto se dispone a romper el silencio de su abuela de una vez por todas, con la cámara oculta en un rincón.
Uno de sus mayores atractivos es que el propio director es un miembro de la familia. Y eso convierte a Los tachados en un documental realizado con una deliciosa mezcla de atrevimiento y pudor. Atrevimiento, porque el cineasta descubre al público las lacras ocultas de su propia prole. Y pudor... El pudor es mucho más interesante.
Roberto va descubriendo que pisa terreno pantanoso, que hurga en viejas heridas, que está jugueteando con los sentimientos de su abuela. Eso hace que se interrogue continuamente sobre la conveniencia de llegar al final de este documental. Así que graba a las personas y las cosas con extremo cuidado, con planos distantes, procurando no herir a los suyos, y a veces decide no mostrar algunos materiales que ha rodado. Todo ello dota al corto de un sentimiento quebradizo, una emoción insospechada.
*Los tachados* es una película, pero también es una profunda experiencia vital. Duarte no graba el documental, lo vive. Al finalizar la grabación, sabe más de sí mismo y de su entorno.
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A la hora de escribir sobre este precioso cortometraje, me encuentro con dos posibilidades. Puedo contar el argumento de principio a fin, de modo que el lector quede cautivado por una historia que difícilmente puede dejar indiferente. O puedo contar lo preciso, dejándole con la miel en los labios, provocándole un deseo manifiesto de descubrir, por sí mismo, las claves de este secreto familiar.
Me decido por la segunda opción. Me parece más sugerente, aunque sé que también tiene sus contras. Porque, aunque esta obra deliciosa ha podido ser admirada en Cannes, Huesca, Alcine o Morelia, probablemente queden escasas oportunidades de volver a verla en un tiempo próximo. Ojalá que estas líneas animen a alguien a programar el corto en su festival, o darnos la oportunidad de verlo en una plataforma de la red, o en algún programa de televisión.