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Filósofo de guardia

DK

Mario Bunge es un físico y filósofo argentino que de tanto en tanto sorprende con sus libros. Contrario, entre otras fobias, al posmodernismo, la homeopatía y el psicoanálisis —por esto último, seguramente, reside en Canadá y no en Buenos Aires—, acaba de publicar un singular ensayo, Filosofía para médicos (Gedisa, 2012), en el que aborda desde el pensamiento diferentes circunstancias actuales a las que se enfrenta la medicina. El suicidio, por ejemplo. Según Bunge, el hecho de que en dos siglos vivamos el triple —en los países desarrollados, claro está— no es solo mérito de la medicina: la buena nutrición y el agua potable son tan centrales en este hecho como el apoyo médico. Pero, según Bunge, en los dos últimos años de vida de un anciano se centran todas las enfermedades; la mayor parte de los recursos sanitarios están al servicio de ese momento terminal de la vida, con casos en que el deterioro físico impide la movilidad y, aún peor, la posibilidad de pensar, o se presentan patologías como el Alzheimer. ¿Qué sentido tiene prolongar esa vida?, se pregunta Bunge, y propone valorar la eutanasia, el suicidio asistido frente a la hipocresía conservadora. He aquí un cambio de foco: ¿quiere esa persona seguir viviendo o quienes están, afectivamente, a su lado no quieren prescindir de ella o cargar con la culpa de decirle adiós de ese modo? Es como algunos duelos: ¿se siente el vacío del ausente o el recuerdo de que se es mortal y se acabará, al fin de cuentas, en un final similar al del difunto? ¿Dolor o miedo? Las dos cosas.

Polémico, Bunge, también arremete contra Foucault y el constructivismo social, ya que, afirma, un resfriado pilla a un pobre o a un rico, más allá de las normas éticas o sociales. Una gripe se contrae, no se construye. A Lacan ni lo menciona, claro está.

¿Para qué sirve la filosofía en la consulta médica? Para pensar, por ejemplo, en la formación médica, que según Bunge consiste en atiborrar de datos a los estudiantes de medicina y resulta que el mérito es la memoria y no el diseño de experimentos o del pensamiento al servicio de causas que afectan a la salud.

Por cierto, en Canadá, afirma, cada ciudadano acude a los hospitales con su tarjeta sanitaria y se habla de salud, no de dinero. La asistencia sanitaria es gratuita y universal para todos. Y que sepamos, no es país comunista, socialista ni, a fecha de hoy, ha sido incluido en el eje del mal.