Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos.
La novela más encantadora de los últimos tiempos
Esto es América, amigos: publicas tu primera novela y, de inmediato, se traduce a más de diez idiomas y John Ashbery y Paul Auster la elogian, y Jonathan Franzen también la elogia, y tienes 1.500 reseñas en goodreads y todo ello poniendo en el título de la novela dos palabras que nunca se le ocurriría poner a un escritor español: un gerundio y “Atocha”.
En España, a veces una novela, primera novela, salta al mercado internacional con todo y varias ediciones; pero lo que nunca verán es a tres escritores consagrados apoyando la nueva novela de un escritor joven. En concreto, nuestro escritor más internacional, Javier Marías, no ha dicho nunca nada bueno de ninguna novela debutante en los últimos cuarenta años. El único que se arriesga a hacer feliz a un escritor primerizo es Enrique Vila-Matas. La tradición literaria española es muy clara en este sentido: que cada cual se las apañe como pueda.
Saliendo de la estación de Atocha toma prestado su título de un poema de John Ashbery que, al cabo, resulta milagrosamente significativo. Ben Lerner, poeta antes que novelista, idolatra a Ashbery y, tras escribir un libro sobre su estancia en Madrid, no es extraño que recurriera a uno de sus poemas para titularlo. Seguramente ya había decidido el título antes de escribir la novela e incluso antes de saber que iba a escribir una novela. Sin embargo, el Madrid de Lerner es el Madrid del año 2004, por lo que “Atocha”, según avanzamos en la lectura de la novela, va tomando un peso poético, histórico y testimonial que multiplica su sentido, zarandeándolo desde la referencia literaria culta hasta el epicentro emocional de la capital de España en el año en que se sitúa el relato.Las casualidades siempre se ponen de parte del talento.
La novela de Ben Lerner no es gran cosa, en principio; no trata asuntos graves ni cuenta con una trama imaginativa o mínimamente ingeniosa; ni siquiera sigue la tradición artesana de la literatura de su país, esa novelística impecable en su estructura dramática, pues en una página estamos en Madrid y en la siguiente en Granada o Barcelona, sin otro motivo justificador que el hecho de que Ben Lerner anduvo seguramente por allí y quería sacar estas ciudades en su libro. Pero, gracias a esta ligereza compositiva, la novela transmite una honestidad y un encanto que no podríamos encontrar en un libro técnicamente perfecto; en David Vann, pongamos.
El protagonista es Adam Gordon, alter ego inmediato de Ben Lerner, que vive en la plaza de Santa Ana y fuma porros y escribe poemas derivados (cut up) mientras una beca Fullright espera de él grandes cosas, grandes poemas sobre la Guerra Civil Española y sus poetas mayores: Ramón Machado Jiménez y Antonio Ramón Jiménez (sic!). “¿Qué tipo de poesía escribes?”, le preguntan; “¿Qué tipos de poesía existen?”, contesta.
Entre la pereza y el despiste, Adam se mueve por ese extraño país llamado España emitiendo juicios que al lector español se le hacen de una brutal inocencia: “Era el edificio más feo que había visto en mi vida”, dice sobre la Sagrada Familia. El personaje nunca se entera de nada de lo que le cuentan sus amigos españoles, sus novias, la familia de sus novias, lo que le lleva a interpretar la vida de los demás, a inventársela, haciendo con ellos también un cut up, pero de la biografía.
Sobre estos materiales tan frívolos planea sin embargo una inteligencia extraordinaria, una suerte de existencialismo sin agonía que el narrador lleva consigo como una condena de lucidez de la que quiere desentenderse. Hay en él una obsesión por verse desde fuera, desde arriba principalmente, y en objetivarse sin piedad: “Soy un ricachón de los Estados Unidos de Bush, me he limitado a acumular experiencias, visitar barrios bajos, etcétera.”
Y hay amor, un romanticismo perfectamente tolerable, nerd, cercano al que vemos en la película El lado bueno de las cosas; así de entrañable, así de bobo, así de necesario.
Saliendo de la estación de Atocha es una novela cuya lectura hace feliz.