Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos.
Penas y disputas de Andrés García (con un itinerario en google maps de regalo)
Seguimos y acabamos con Andrés Trapiello, al hilo de esa emisión ininterrumpida de literatura que realiza desde sus diarios, perfectamente mitificables.
Trapiello se llama en realidad Andrés García, vamos, Andrés García Trapiello en la versión extendida del patronímico. Como tantos otros artistas, Trapiello adelantó su segundo apellido por parecerle más pintón, más de vender libros y de ser recordado por los lectores. Obviamente, hizo bien.
Sin embargo, en algún momento de sus diarios se arrepiente de esta coquetería y afirma que mejor hubiera hecho firmándose García. Dado que los escritores jóvenes y postmodernos de hoy se firman Gutiérrez, creo que Trapiello no sabe de verdad de la que se ha librado. Mejor Trapiello.
Su vida de escritor, que es un poco a lo que vengo con este post, estuvo llena de brumosidades, simas, tristezas y paraqués.
Digamos que al principio su carrera literaria no parecía ir a ningún lado:
“Alguna vez ha mantenido uno reuniones con su agente en ese despacho. Para hablar de nada, porque en la literatura de uno hay poco que agenciar. No le traducen, no le contratan, no le venden. Van pasando los años, publica uno sus libros, pero nadie los quiere. Así que uno se pregunta, y, aparte de para presumir, ¿para qué tendrá uno agente?”
Todo aquel que no escribe -salvo su blog de pacotilla- ignora la carcoma que los años meten en cualquier talento, en toda vocación. El arte puro se lo han quedado en propiedad los jóvenes y, según va el escritor cumpliendo años, ya no le sirve ese impulso primero, su pasión por las letras, y hace falta que desde fuera le den algunas palmaditas en la espalda; le traduzcan, le contraten, le vendan.
Poco a poco, el autor que quiso llamarse Andrés García fue ganando presencia en nuestra literatura, y eso se nota en la cantidad de conferencias y charlas y simposios (de bolos) que cuenta a partir del diario de 1997. Andrés Trapiello da una conferencia cada cuarenta páginas, y casi todas ante un público muy reducido y muy poco interesado en lo que él dice. O eso refiere él, a veces con una maldad, un desprecio y una crueldad algo recriminables.
Desde la posición menor en la que se ve a sí mismo, no pierde nunca de vista lo que él llama CAS (Club de Almendritas Saladas), que digo yo que serán Marías, Muñoz Molina o Millás, esto es, los autores de su quinta a los que les iba realmente bien. Les traducen, les contratan, les venden.
“Qué duda cabe que por escribir en El País y actuar en la SER le irán dando a uno unos puntos canjeables, y con el tiempo volverá uno a ser respetado y respetable, y quién sabe si admitido más adelante en el famoso club CAS (Club de las Almendritas Saladas). No valdrá uno para las tertulias de radio, pero ése es el cálculo.”
Cálculo también es el de sus editores, cuando le dicen, muy contentos, que ha vendido 150 ejemplares de Los caballeros del punto fijo en el País Vasco. A ese ritmo, no ve Andrés García Trapiello que vayan a dejarlo ingresar en el CAS, no.
Mientras asciende o se estanca, va dando las conferencias, y en ellas comprueba cómo ascender es uno de los motivos principales de asistencia a estos eventos. Se le acercan muchos jovencitos escritores, con sus propios libros como obsequio, producidos en “dolorosas imprentas locales”.
Respiremos todos juntos ese sintagma: “dolorosas imprentas locales”.
Dice Trapiello:“Uno, de joven, nunca fue a ninguna conferencia, ni abordó a ningún escritor viejo ni le llevó sus primeros libros”
Por eso uno -completo yo-, no ha ganado el premio Planeta con 25 años, en efecto.
En los volúmenes de su diario que manejo estos días, se ve ya una conciencia muy marcada de estar escribiendo un libro importante. Trapiello consigna la opinión que en este sentido le expresan varias personas y, sobre todo, el miedo que tienen otras a que eso que acaba de suceder quede para siempre por culpa del relato que Trapiello hará por la noche en sus cuadernos. Algunos le llaman alarmadísimos: no quieren quedar para la historia como infames, cobardes o miserables. Da la sensación de que los diarios de Trapiello alcanzaron categoría de acta íntima de un tiempo y de un lugar, como si fueran el único documento oficial de unas vidas literarias, lo que no deja de ser un hecho fascinante, casi un hallazgo dentr
o de los géneros literarios o de la función social de la literatura.
De un bolo a otro, de una polémica a otra (con Gimferrer, con fulano, con X), Trapiello cuenta también cosas de su familia y paisajea mucho sobre los lugares a los que va de veraneo. Temas ambos que más o menos me salto sin mayores miramientos.
Como decía Barthes acerca de En busca del tiempo perdido, uno se salta páginas, sí, pero lo encantador es que no siempre se salta las mismas, cuando se relee.
Finalmente, Javier Marías asoma por la obra con asiduidad, ya sea por un artículo que a Trapiello le parece memo, ya por una entrevista donde dice lo que sea: doy por hecho que el autor habrá dedicado páginas muy particulares al rechazo por parte de Javier Marías del Premio Nacional de Narrativa.
Cuánta enemistad. Sobre todo entre dos autores que a mí me gustan mucho y que, como pasa también con dos personas que a uno le agradan, no entiendo por qué no se miran con mejores ojos. A fin de cuentas, son medio vecinos.
Según google maps, se puede ir andando de la casa de uno a la del otro en 25 minutos. Si quedan en la plaza de Canalejas, a medio camino, podrán darse la mano en diez.
Seguimos y acabamos con Andrés Trapiello, al hilo de esa emisión ininterrumpida de literatura que realiza desde sus diarios, perfectamente mitificables.
Trapiello se llama en realidad Andrés García, vamos, Andrés García Trapiello en la versión extendida del patronímico. Como tantos otros artistas, Trapiello adelantó su segundo apellido por parecerle más pintón, más de vender libros y de ser recordado por los lectores. Obviamente, hizo bien.