Hay un mundo –¿el mejor de los posibles?– en el que las ideas son un centro gravitacional. Y desde 2011 hay un lugar muy cercano en ese mundo en el que las ideas tienen un espacio propio: el Museo de Ideas e Inventos de Barcelona (miba). Este particular museo, una iniciativa privada que no recibe ni busca subvenciones, se centra permanentemente en la invención y la vincula con la creatividad a través de la inspiración y la comunicación. Así tal vez suena demasiado florido, pero a lo que va es a que el miba es un proyecto que se propone despertar la creatividad latente en los visitantes que acudan a sus instalaciones.
Para demostrar que no es un museo al uso y que el dinamismo y la novedad juegan un papel importante en la configuración de su carácter, Pep Torres –creador y director del museo– ha ideado e implantado una nueva modalidad de acceso: se cobrará a los visitantes según el tiempo que estos permanezcan en la sala, a razón de veinte céntimos por minuto, en lo que supone una emulación del funcionamiento de los aparcamientos de coches. Los cinco primeros minutos son gratis y el precio máximo a pagar por un tiempo indefinido es de doce euros.
El propio Pep Torres justifica este planteamiento como una respuesta a las necesidades de los visitantes de hoy, escasos de tiempo: “Si solo quiero entrar en el Louvre para ver La Gioconda porque no dispongo de tiempo suficiente para ver toda o parte de la colección, ¿por qué no pagar por el tiempo que tardo en hacerlo?”. Muy práctico, aunque supongo que cualquier inocente respondería que por el placer de respirar el aire de atemporalidad de los museos, por la posibilidad de descubrir una obra inesperada o sencillamente por no ajustar la experiencia estética a las prisas. Pero eso debe de estar quedándose antiguo.