Todo empezó con la siguiente frase de Eduardo Mendoza: “Una intriga bien contada que acaba envolviendo a la sociedad bilbaína y, lo que es más importante, al lector. ¡Un hurra por el autor!” De acuerdo: ¡Hurra! (Por mí que no quede). Volviendo a la realidad: la cita forma parte de un correo electrónico que supuestamente Mendoza envió al editor de Alrevés tras haber leído, anoten, las galeradas de la novela de Gonzalo Garrido, Las flores de Baudelaire. (Nota mental: recordar en el futuro que Mendoza lee y comenta galeradas de perfectos desconocidos y confiar en que no se entere nadie más). En cualquier caso, ¿desde cuándo esta celebración de lo fundamental? Quiero decir: ¿desde cuándo lo que debería ser el mínimo exigible en cualquier novela, es decir, envolver al lector, es suficiente aval? Y hablando de avales, ¿desde cuándo Mendoza puede ser tal cosa? ¿No habíamos quedado en que lo último de lo que debemos fiarnos es de la crítica complaciente de un escritor hacia otro? Espero que no sea consciente, Mendoza, del daño que pueden hacer comentarios tan absolutamente gratuitos como el suyo.
Y conste que no tengo nada que objetar al respecto. Parece que sí, pero no. Primera gran verdad de este párrafo: “A cada uno le gusta lo que le gusta” y Mendoza no es una excepción por muy Mendoza que sea por lo que, si dice que la novela de Garrido le ha gustado, yo me lo creo, faltaría más. Ahora bien, una vez leída la novela, también juro que no vuelvo a fiarme del gusto de Mendoza. Segunda (gran verdad): a todo cerdo le llega su san Martín. Pero no adelantemos acontecimientos. Decía que no tengo nada que objetar al hecho tanto de elogiar una novela como de hacerlo de un modo tan cutre (que sí, que es super-cutre lo del hurra, no me digan). Yo he sido muy crítico con Gonzalo por ese ejercicio, absolutamente legítimo, quiero dejarlo claro, de promocionarse de un modo absolutamente salvaje (esto también). Lo hice porque me parecía —y me sigue pareciendo— que aquel congreso de blogs (repito, blogs) literarios que organizó a comienzos del año pasado era un ejercicio de peloteo como no se ha visto antes en la red pero le reconozco el mérito de haber sido capaz de llenarlo de gente más o menos “relevante” (vamos a dejarlo así).
Lo de los blogs fue una buena jugada. Me refiero a la concentración de blogs literarios, claro. Para algunos, entre los que me incluyo, tuvo su aquel ver en carne y hueso a quienes hasta entonces habían sido poco más que perfiles en la red. El encuentro se suponía que debía aclarar algo, pero no fue exactamente así. Lo que ocurrió fue que en determinado medio hizo mucho, mucho ruido (aunque siempre he tenido la impresión de que menos de los esperado) pero conclusiones, las justas (si acaso alguna). Hay unos vídeos en youtube y poco más. Y-nada-más. En realidad aquel congreso ya se sabía que no serviría para nada que tuviese realmente que ver con los blogs y su configuración o sus tendencias o su deriva suicida sino que el objetivo, pienso, estaba más en el después, en ese momento dame tu dirección, te invito a una copa, ¿has probado los panchitos?, pero sobre todo en algo que obedecía a una estrategia de Garrido como futuro autor de una novela.
Han leído bien: he dicho estrategia. Verán, el seis de diciembre, desde la revista digital El nuevo cojo ilustrado, Xavier B. Fernández entrevista a Garrido y le pregunta qué hace exactamente un consultor de comunicación (la profesión de Garrido). En la respuesta de Garrido está el quid de la cuestión: “Los consultores de comunicación asesoramos a nuestros clientes en estrategias para que sean más conocidos y mejor valorados. Cuidamos su imagen y procuramos abrir canales de comunicación con los públicos que rodean a la empresa”. La negrita es mía. El resto, suyo.
El resto es fácil de suponer. Relativamente, vaya. Van llegando los libros y con ellos las reseñas. Muchas reseñas. Los blogs se vuelcan en ello, pero no son los únicos. Hay, por parte de la prensa, una inclinación a convertir a Garrido en algo así como una necesidad perentoria. El 28 de julio se publica en Babelia un artículo firmado por Lola Galán en el que se cita a uno de los entrevistados con motivo del típico artículo de relleno de cada verano: “La propia editorial que dirige [se refiere a Gregori Dolz, de Editorial Alrevés] propone para esta etapa Las flores de Baudelaire, de Gonzalo Garrido. Primera novela de este autor, calificada de ‘intriga bien contada’ por un consagrado de la narrativa como Eduardo Mendoza”. Tal cual. Los ecos de Mendoza resuenan por los miles de resultados de poner en google “las flores de baudelaire”+“Gonzalo Garrido”. Nunca a un comentario se le sacó tanto partido. Y respecto a la etiqueta de “intriga bien contada” no es ninguna broma; de hecho, un porcentaje elevadísimo de reseñas se aferran a esto como a clavos ardiendo. Es de vital importancia destacar el apadrinamiento (que es en lo que acaba por convertirse) de Mendoza, porque de otro modo este artículo no se entiende. He aquí algunos ejemplos de crítica constructiva.
Desde La manía de leer, Bernardo Muruena, uno de los más entusiastas animadores desde twitter del congreso de los Blogs Literarios, sigue la senda del elefante Mendoza: “Un libro que entretiene. Una narración suelta, documentada, modelada con historia investigada, tanto por el protagonista como por el autor. Compilar de esta manera el ayer de una estirpe debe producir mucho placer y mucha autoestima. Enhorabuena, Gonzalo”. ¿Enhorabuena, por qué? ¿Por el placer, por la autoestima, por la narración suelta y documentada o simplemente por hacer un libro entretenido que después de “bien contado” es lo que más? Maldita sea, nunca me aclaro con estas cosas. Pero, bien, de acuerdo, por mí que tampoco quede esta vez: ¡Enhorabuena, Gonzalo!
El estilo del resto de las reseñas, lamento insistir, no es muy diferente. Se suceden los tópicos. En el blog Novela Negra y Criminal la recomiendan por dos razones fundamentales: “Si os gusta el género negro y os apetece retroceder en el tiempo para ver cómo era la situación política y económica del país durante los primeros años del siglo pasado, no dudéis en adentraros en ”una novela donde crimen y poder van de la mano“. Segunda constante: ir de la mano. Aquí la reseña publicada en el blog Leemisterio.com: ”Es una buena opción para estos meses de verano. Escrita de manera ágil y con personajes bien construidos, Gonzalo Garrido narra un misterio donde nada es lo que parece y en el que crimen y poder van de la mano“. (Aceptando que tenga algo de novedoso que Crimen y Poder vayan de la mano.)
Para Juan José Castillo (Crónicas Literarias desde Nueva York) la cosa no está nada clara: “Gusta a este reseñista la composición de la novela, realizada en capítulos muy breves y que ayudan a una fácil lectura, dotándola de mucha agilidad. […] La apuesta es interesante, con una potente ambientación y que rezuma literatura por todas partes. La recomiendo como lectura interesante”. Digo que no está tan clara por lo de “interesante” ¿Una potente ambientación en una novela que rezuma literatura —¡por todas partes!— solo recibe la calificación de interesante? Es ese moverse entre lo contenido y desatado lo que no me acaba de convencer y no sé si es un problema mío, que no sé aceptar que ambas cosas son posibles, o de los demás, que no se atreven a llamar a las cosas por su nombre.
Hay quién va todavía más lejos, como es el caso de la crítica que escribe Juan Laborda Barceló para Culturamas (nada menos): “Si buscan un entretenimiento, bien construido, estético y de prosa fina, lo hallarán. Pero si desean reflexionar sobre el individuo encerrado en sus particularidades, las fuerzas que lo motivan y lo condicionan, encontrarán otro plano de lectura aún más rico”. Lo que sea que busquen lo encontrarán en la novela de Garrido, ¡y en cantidades ingentes! Otro ejemplo de lo mismo, firmado por Letras hispanas: “Lo que pretende es provocar, hacernos pensar en nuestras propias vidas, en si somos lo suficientemente valientes y honrados con nosotros mismos, con los demás. Eso sí, de forma entretenida. En este sentido, tiene varios niveles de lectura, desde el sencillo al más sofisticado, dependiendo de la hondura que se le quiera dar”. Un poco manual de autoayuda pero a tiro limpio.
Todo esto tiene un pase, al fin y al cabo la mayoría de los críticos mencionados son especialistas en novela negra, que, sin querer insultar a nadie, no tienen precisamente fama ni de duros ni de exigentes. Lo cierto es que para ser lectores de novela negra resultan ser unas personas de lo más blanditas. Tampoco me sorprende que la escritora Susana Hernández destaque en su recién estrenado blog de novela negra (y van…) llamado Black Club que ha “disfrutado leyendo una historia ágil, amena, excelentemente escrita y con un dibujo de personajes que me ha parecido muy notable” (las cursivas son mías); al fin y al cabo Susana publica también en la misma editorial (Alrevés) y si es de ley cubrirse las espaldas entre los del gremio no digamos ya si forman parte del mismo proyecto común. Cuesta algo más tragar con tamaña soplapollez: “En conclusión una brillante primera novela que hace concebir grandes esperanzas sobre el futuro literario de Gonzalo Garrido. Si lo bendice Eduardo Mendoza, será por algo”. En eso estamos de acuerdo: por algo será. Quisiera yo saber qué.
A esto es a lo que me refería cuando decía más arriba que ciertos comentarios hacen más mal que bien a la crítica literaria (ver final del primer párrafo). Parece que llevarle la contraria a Mendoza sea un acto subversivo. Lo de Garrido promocionando su novela me parece fantástico, lo digo completamente en serio; me quito el sombrero. Lo que no acabo de entender es este bailarle el agua a un escritor novel que únicamente ha demostrado que es capaz de escribir una novela ágil, de fácil lectura y personajes en apariencia bien dibujados, que retrata la sociedad bilbaína de principios de siglo (que parece que el Bilbao de 1900 haya sido el gran descubrimiento de todos estos críticos).
Las pocas críticas negativas que yo he encontrado se ocultaban entre los comentarios de algunos blogs y hablaban, curiosamente, de personajes mal dibujados y una trama aburrida. Sorprende la unanimidad, el ir y venir entre la emoción y la contención y sobre todo ese silenciar las voces de quienes ejercen la crítica negativa. Me explico y ya termino:
Hace un par de meses un periodista de El Correo de Bilbao, Pablo Martínez Zarracina, me hizo una serie de preguntas para un especial que querían publicar en el suplemento cultural Territorios sobre crítica literaria (y que finalmente se publicó el 29 de diciembre). Una de las preguntas era la siguiente: “Por su experiencia, ¿están los autores atentos a lo que se escribe de ellos en internet? ¿Intentan influir al crítico? ¿Autopromocionarse?” Mi respuesta, al menos la parte de mi respuesta que se publicó, fue: “[…] la autopromoción es legítima y, en los tiempos que corren más necesaria que nunca. No tengo nada que objetar, la verdad. Yo mismo ejerzo de promotor espontáneo cuando descubro algún autor que vale la pena, como puede ser el caso de Celso Castro, por poner un ejemplo actual de un magnífico escritor injustamente menospreciado”. Pero había más. Sí, había otra parte de mi respuesta que no llegó a publicarse, no sé si por falta de espacio o porque el periódico era de Bilbao, como Garrido, o porque de lo malo no se habla nunca y así nos va. Este era el resto de la respuesta: “Al otro lado del ring estaría alguien como Gonzalo Garrido, la clase de escritor mediocre tirando a horrible que utiliza internet como un medio para hacer autopromoción gratuita —en la medida de lo posible— a través del envío masivo de libros a blogs para obtener una reseña elogiosa o que organiza (o participa en) un evento tras otro para poder estar siempre en el candelero. Insisto en que me parece legítimo, pero la autopromoción salvaje siempre me dispara las alarmas. Me inspira más confianza el escritor que se oculta en una cueva, sinceramente”. No deja de tener su gracia que esta pequeña “censura” se llevase a cabo en un artículo que trataba la cuestión acerca de quiénes y cómo se ejerce la crítica literaria actualmente.