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Bienvenida, y explicación del título

“El Barroco no remite a una esencia, sino más bien a una función operatoria, a un rasgo. No deja de hacer pliegues.” Es un modo de entender la materia muy semejante al que adoptan las ciencias modernas. El científico no se pregunta “por qué” acontece algo, sino cómo. No se deja atrapar por el deseo de responder cuestiones últimas ni por la ilusión de la causalidad. Nuestro conocimiento no se ocupa ya, desde hace mucho, de cuestiones de esencia, sino precisamente de funciones operatorias.

Plegar, esa función operatoria, es reconocer los límites para desafiarlos. La materia evoluciona plegándose, no expandiéndose en todas direcciones en ese espacio tridimensional infinito que sólo ha existido en la imaginación de los viejos geómetras. La mayor parte del universo aparenta estar vacío, pero lo lleno parace llenarse cada vez más porque sus camino es sinuoso, porque la materia no vuelve sobre sus pasos ni se expande en línea recta: tropieza con determinados límites operativos y la nueva trayectoria que adopta da forma a un nuevo pliegue. El pliegue es la respuesta de la complejidad a cada barrera física que no puede cruzar. Las moléculas, en cuanto empiezan a aumentar de tamaño, comienzan a plegarse, no se convierten en un creciente acúmulo de átomos. Esto les permite ocupar una especie particular de espacio, convertirse en signos, adquirir un sentido. El ADN se pliega para hacer encajar las instrucciones de cómo construír un mamífero en el espacio que corresponde a una sola célula. El cerebro se pliega para alojar a un ser humano en el cráneo de un mono. Quizás el modo en que se expande el universo sea plegarse en innumerables universos paralelos.

El Barroco no inventa la cosa, dice Deleuze, pero curva y recurva los pliegues, los lleva hasta el infinito. Y creo yo que nuestro barroco, ya exento de infinitos, vuelve a recurvarlos sobre sí mismos para apropiarse aún más del pequeño espacio abigarrado que podemos considerar de nuestra incumbencia. No esperen, pues, invenciones: este lugar a donde vengo ahora solo pretende ser un nuevo pliegue.

“El Barroco no remite a una esencia, sino más bien a una función operatoria, a un rasgo. No deja de hacer pliegues.” Es un modo de entender la materia muy semejante al que adoptan las ciencias modernas. El científico no se pregunta “por qué” acontece algo, sino cómo. No se deja atrapar por el deseo de responder cuestiones últimas ni por la ilusión de la causalidad. Nuestro conocimiento no se ocupa ya, desde hace mucho, de cuestiones de esencia, sino precisamente de funciones operatorias.

Plegar, esa función operatoria, es reconocer los límites para desafiarlos. La materia evoluciona plegándose, no expandiéndose en todas direcciones en ese espacio tridimensional infinito que sólo ha existido en la imaginación de los viejos geómetras. La mayor parte del universo aparenta estar vacío, pero lo lleno parace llenarse cada vez más porque sus camino es sinuoso, porque la materia no vuelve sobre sus pasos ni se expande en línea recta: tropieza con determinados límites operativos y la nueva trayectoria que adopta da forma a un nuevo pliegue. El pliegue es la respuesta de la complejidad a cada barrera física que no puede cruzar. Las moléculas, en cuanto empiezan a aumentar de tamaño, comienzan a plegarse, no se convierten en un creciente acúmulo de átomos. Esto les permite ocupar una especie particular de espacio, convertirse en signos, adquirir un sentido. El ADN se pliega para hacer encajar las instrucciones de cómo construír un mamífero en el espacio que corresponde a una sola célula. El cerebro se pliega para alojar a un ser humano en el cráneo de un mono. Quizás el modo en que se expande el universo sea plegarse en innumerables universos paralelos.