Germán Sierra es profesor de Bioquímica en la Universidad de Santiago de Compostela y escritor. Intente usar otras palabras (Mondadori, 2009) es su última novela publicada. http://germansierra.tumblr.com/
La ciencia es como el sexo
“La Física es como el sexo”, dijo en cierta ocasión Richard Feynman. “Está claro que puede tener algunos resultados prácticos, pero no lo hacemos por eso.” La célebre cita de Feynman es perfectamente aplicable a toda la investigación científica básica. Es evidente que la la investigación es el fundamento del desarrollo económico, pero también es cierto que reducir el discurso público a las aplicaciones prácticas de la ciencia y a sus consecuencias económicas es ignorar que, en un principio, la gran mayoría de los investigadores inician su actividad impulsados por el deseo de saber.
El deseo de saber no es inocente. El deseo de saber, como se ha repetido en numerosas ocasiones, es deseo de poder. Pero no estamos adjudicándonos inocencia, sino, al contrario, recomendando sucumbir a la tentación. Escrbía Paul Valéry que “Europa [...] había desarrollado hasta el límite la libertad de espíritu, combinado su pasión de comprender con su voluntad de rigor, inventado una curiosidad precisa y activa, creado, mediante la investigación obstinada de resultados que se pudiesen comparar exactamente y añadir unos a otros, un capital de leyes y procedimientos muy potentes”. Esa es la herencia fundamental de la modernidad, a partir de la cual se construye el presente.
A menudo me pregunto si las instituciones que promueven, financian, y en las que a menudo se desarrolla la investigación científica continúan siendo adecuadas para transmitir esa curiosidad precisa y activa. Si, de hecho, su éxito no las ha inducido a dedicar una gran cantidad de recursos financieros y conceptuales a su propia supervivencia, a autopromocionar su supuesta excelencia, y, como ha escrito Clay Shirky, a intentar preservar el problema para el que son la solución. Y esto lo escribo en un momento en el que la reducción de la financiación pública y la práctica inexistencia del mecenazgo privado parecen ser los problemas mas acuciantes de la investigación científica en España. Porque me temo que el debate sobre la financiación de la investigación (siempre insuficiente) y las aplicaciones prácticas de la ciencia como impulsoras del futuro desarrollo económico (indiscutibles) esté ocultando un problema mayor, que ya estaba ahí, pero no nos interesaba abordar: No hemos transmitido con suficiente intensidad, a suficientes personas, esa curiosidad, ese deseo, y aquellos pocos que lo sienten se vuelven a marchar, sin que a nadie, de verdad, le importe.
“La Física es como el sexo”, dijo en cierta ocasión Richard Feynman. “Está claro que puede tener algunos resultados prácticos, pero no lo hacemos por eso.” La célebre cita de Feynman es perfectamente aplicable a toda la investigación científica básica. Es evidente que la la investigación es el fundamento del desarrollo económico, pero también es cierto que reducir el discurso público a las aplicaciones prácticas de la ciencia y a sus consecuencias económicas es ignorar que, en un principio, la gran mayoría de los investigadores inician su actividad impulsados por el deseo de saber.
El deseo de saber no es inocente. El deseo de saber, como se ha repetido en numerosas ocasiones, es deseo de poder. Pero no estamos adjudicándonos inocencia, sino, al contrario, recomendando sucumbir a la tentación. Escrbía Paul Valéry que “Europa [...] había desarrollado hasta el límite la libertad de espíritu, combinado su pasión de comprender con su voluntad de rigor, inventado una curiosidad precisa y activa, creado, mediante la investigación obstinada de resultados que se pudiesen comparar exactamente y añadir unos a otros, un capital de leyes y procedimientos muy potentes”. Esa es la herencia fundamental de la modernidad, a partir de la cual se construye el presente.