UNO: La pelea de gallos
Cuando la semana pasada hablé de Luis García Martín lo hice con la doble y malsana intención de, por un lado, hablar de Martín y su sentido acrítico, y por otro de Martín respecto a Montero, esto es, “El evangelio según San Martín”, toda vez que es harto evidente la veneración del uno hacia el otro. Hoy es mi último día en Diario Kafka. Hoy voy a hacer de chico malo.
Déjenme hacer un poco de historia reciente de la literatura salvaje. Algunos recordarán aquel duelo en el OK Corral Granadino que fue el enfrentamiento entre los profesores Don Luis García Montero y Don José Antonio Fortes Fernández, como tal los dio en llamar el Juzgado de lo Penal nº 5 de Granada donde acabó (es un decir) todo. La cosa tenía que ver con unas risitas de Fortes a las que Montero no respondió demasiado bien, supongo que porque no eran las primeras ni tenían visos de ser las últimas. Es este un hacha de guerra que no quiero desenterrar pero baste decir que el juez consideró que “el hecho de insultar con palabras sumamente groseras al profesor Fortes no encuentra justificación alguna y menos aún procediendo de quien proceden, un reputado escritor y profesor de literatura, y el lugar en que se producen, en pleno Consejo del Departamento de Literatura”, etcétera, etcétera, etcétera (ya saben cómo son estos jueces cuando pillan un procesador de texto). Pero la cosa no quedó ahí. Montero aprovechó en su momento la plataforma facilitada por El País para seguir adelante con su cruzada particular. Desde su columna llamó a Fortes pertubado, tonto indecente o qué sé yo, porque, decía Montero, Fortes predicaba que Lorca era un fascista (ríos de tinta sobre esto, también) y el pobrecito Montero tenía que aguantar que los alumnos de Lucifer fuesen a preguntarle (a él, angelito, que de mayor quería ser Federico García Montero) “compungidos”, si era verdad que Lorca había sido tal cosa. Confieso que imaginar a los poetas cabizbajos, llorosos, inquisitivos, compungidos por el honor perdido de Lorca me produce una hilaridad incontenible y me obliga a preguntarme si lo que yo tomaba por un problema educativo de carácter general lo es en realidad de inteligencia local. Volviendo a nuestro caso, Montero acaba pidiendo disculpas pero ya es demasiado tarde y la cosa termina en los mencionados tribunales con la victoria final de Fortes frente a un Montero que se exilia, con su cartilla de liberado sindical bajo el brazo, de la universidad granadina a pastos más verdes. O más azules. No sé, menos rojos, en cualquier caso.
DOS: Fortes unchained
Tiempo después, en 2010, José Antonio Fortes publica un libro llamado Intelectuales de consumo donde cuenta, con todo lujo de detalles, que “el control sobre las prebendas, cargos políticos, premios, circuito de actos y conmemoraciones culturales, diversas formas de consagración publicitaria, se plantea como un juego entre el poder político y los agentes del mercado para crear un producto de consumo intelectual”. En definitiva y resumiendo hasta la náusea, un estado cultural amañado.
Pues bien, en ese libro hay un ser humano que sale especialmente mal parado: Luis García Montero (un hombre sospechoso de algo, se mire por donde se mire, viendo la pasión que despierta en según quiénes). En el libro de Fortes el nombre de Luis García Montero se repite hasta 76 veces en su forma completa y 95 en la abreviada (LGM). Las he contado. Toda una obsesión la de Fortes. O no. Es decir, quizá el libro tenga a Montero como el epicentro de algo (“intelectual hegemónico en jefe”, le dice) porque Montero ES el epicentro de algo. Viendo lo tupido del entramado literario de este país supongo que nunca llegaremos a descubrirlo. Pero, ¿y a sospechar? ¿Tenemos o no tenemos razones para sospechar de algo? ¿Y de todo, ya puestos?
Juzguen ustedes mismos:
Fortes insiste en que “no son cuestiones personales las cuestiones literarias, son personificaciones los poetas, cantantes, filósofos, etc, cuya obra pública ha de criticarse y situarse en sus posiciones intelectuales de clase”. Habla de mafia roja y personificaciones hegemónicas (a veces a Fortes cuesta quitarle determinadas palabras de la boca) que dan lugar a círculos paralelos y concéntricos respecto al núcleo duro. Es decir, pequeños reinos culturales o tumoraciones paraliterarias varias de las que da ejemplo al final finalísimo del libro, al nombrar una serie de premios de los que conforman el jurado, año tras año, siempre los mismos. A saber: Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Almudena Grandes, Cabellero Bonald, Benjamín Prado y un, se mire por donde se mire, larguísimo etcétera.
Sé lo que están pensando. ¿Y esto que demuestra? Nada, ¿qué va a demostrar? ¿Cuándo he demostrado yo algo? Hoy he venido -además de a despedirme- a levantar sospechas o, mejor dicho, a recordarles que no se olviden de apagar las luces, cerrar bien los grifos, la llave del agua y dejar las sospechas siempre levantadas antes de irse a dormir cada noche. Por muchas razones, entre ellas las siguientes:
TRES: Martín pescador da con un besugo
Luis García Martín, de quien ya hablé la semana pasada, publica en su blog el 27 de abril de 2010 una crítica del libro de Fortes y seguro que no lo hace porque él también salga en libro tantas veces como siete, cuatro de ellas para destacar su participación como miembro del jurado del Premio Alarcos, el mismo por el que fue acusado de corrupto por el Grupo Addison de Witt (ver artículo anterior); un premio que no ha vuelto a celebrarse, vayan ustedes a saber por qué.
A Martín no le gusta el tono de Fortes y mucho menos su sintaxis, con la que aprovecha para meterse así como de pasada. Tampoco le gusta que salgan a colación en su ensayo los nombres de Bécquer, Lorca, Alberti y Ángel González, entre otras cosas porque ve, en ello, la mala intención de Fortes: todos esos poetas son admirados al punto de haber sido objeto de estudio por… tachán… Luis García Montero. A esto me refería cuando decía, al comienzo del artículo, que da igual hacia dónde miremos, siempre hay un resto de LGM, el hombre sin atributos reconocibles de puro inasible. El resto de la crítica es citar a Fortes y un intento algo desesperado de contextualizar un resentimiento y evidenciar una falta de razonamiento por parte de Fortes: “Un libro como el de José Antonio Fortes da más bien risa (aparte de dolor de cabeza), si se quiere encontrar alguna lógica en sus presuntos razonamientos. Ejemplifica hasta dónde puede llegar el resentimiento aliado a la demagogia y a la falta de sindéresis”. Con la sindéresis hemos topado, amigo Sancho.
Termina con la enésima defensa y exculpación del pobrecito Montero, que tuvo que aguantar las arremetidas constantes por parte de Fortes en la universidad. Montero, dice Martín, prefirió irse con la música a otra parte. Etcétera, etcétera, etcétera. También que si Lorca era genial desde el parto, cuando ya sus desconsolados llantos apuntaban maneras. El sinvivir habitual del bardo.
Ya termino, ya termino. Quizá recuerden (no hace tanto que lo conté) lo que Martín decía al grupo Addison de Witt sobre su sentido crítico y sus continuas denuncias; aquello de que para hacerlo (para criticar) hacían falta algo más que desinformadas buenas intenciones: “Hace falta además de algún indicio, cierto conocimiento del medio literario y, sobre todo, alguna inteligencia”. Todos tontos, otra vez, menos los de siempre. Pues ahora, con Fortes, ídem de lienzo: “La crítica radical y razonada a la sociedad contemporánea ha de hacerse con un pincel algo más fino que la brocha gorda que encontramos en este panfleto y con una documentación que no se limite a un montón de recortes periodísticos y unos pocos libros […] de los que no se conoce más que el título”.
Parece que nada es suficiente para Luis García Martín. Él sabe que la cosa está fatal, que la corrupción campa a sus anchas en el mundillo literario, que los premios están amañados (a excepción del Premio Alarcos, que es un dechado de virtudes) pero también sabe que nadie es lo bastante inteligente, ni está lo suficientemente documentado como para luchar contra ello, o simplemente para llamar la atención sobre ello; para despertar o mantener viva la sospecha.
CUARTO: Ponerse el mundo por Montero
Para ilustrar todo esto, podemos hablar del Premio Ciudad de Burgos 2012. Verán qué divertido.
En Burgos premian a los poetas con 7200 euros, que no los gano yo todos los días. Este país tiene esas cosas. El ganador fue un individuo llamado Daniel Rodríguez Moya, a quien no tengo el placer, por una cosa (dícese también poemario) llamada Las cosas que se dicen en voz baja, como los secretos, las mentiras o las conspiraciones. Sigan el rastro de lágrimas.
El día 27 de octubre dos preseleccionadores (Ricardo Ruíz y Pedro Olaya) denuncian públicamente que el poemario premiado no estaba entre los once finalistas; que se presentó a última hora o que estaba fuera de plazo. Y que ganó.
Y ahora cojan una calculadora y sumen: 1) el ganador es de Granada, 2) de Granada es también LGM, amigo de 3) Chus Visor, también miembro del jurado y 4) editor del poemario ganador que, mira tú qué casualidad, 5) es editado habitualmente por Visor (el Chus, el amigo de Montero, el de Granada). Seguro que Luis García Martín cree que esto es otro argumento sin fundamento propio de imbéciles desinformados de brocha gorda como yo. Pues no le diría yo que no, pero así, de entrada, no lo parece. De hecho, esto, así de entrada, APESTA.
Montero no ve nada raro en esto y así lo explica: “Cuando al responsable de la editorial o a un miembro del jurado le llega la noticia de que alguien se ha presentado al premio, tiene derecho a pedir que su libro se añada a la deliberación. Esa es la costumbre establecida en la inmensa mayoría de los concursos literarios y eso es lo que ocurrió en el Premio Ciudad de Burgos.” (La cursiva es mía). Que traducido del monterítico quiere decir lo siguiente: “Es costumbre entre los premios en los que yo participo como jurado pasarse por el forro las normas y colocar los libros que nos plazca, porque nada como un amigo para valorarte en tu justa medida”. O algo así.
Y, ojito calamar: que igual está bien. Con la misma el libro es la octava maravilla y merecía, no 7200 euros, sino 7200 veces 7200 euros. O más. Pero el caso es que huele y huele mal y huele a chapuza y a amiguismo y a que hay un montón de poetas que se dejan la piel en unos versos para que luego no se tenga en cuanta nada más que lo fraterno, y es injusto, caramba, que luego señores como Luis García Martín -de quien me declaro fan desde YA, porque sí- quieran hacernos creer que si suena como un pato y camina como un pato puede perfectamente ser un gamusino.
CINCO: Cierre y despedida
Y por aquello de repartir las culpas y extender esta red clientelar de Montero y cía., no estaría de más comentar un más que cuestionable ejercicio de periodismo. El 23 de noviembre de 2012, sólo veinticinco días después de saberse que el mencionado queso de Burgos no era comestible, publicaron en esta santa casa (eldiario.es) una entrevista que era a su vez todo un ejercicio de sexo oral a Montero con la excusa de la publicación de su última novela: No me cuentes tu vida (ed. Planeta). En la entrevista no se habla ni medio minuto de la novela ('no me cuentes tu novela') pero sí de política, que es lo que a Montero realmente parece interesarle ahora mismo, mucho más que los versos y que los besos y que todo, quizá porque la corrupción llama a la corrupción. La supuesta periodista le formula 38 preguntas (¡38!) pero ni una que trate sobre el espinoso asunto de Burgos. No digo que haya que ir a por el muchacho con un punzón en la mano, pero no estaría de más acompañar esa imagen de hombre comprometido con la justicia social con esa otra de hombre comprometido con la injusticia editorial. Digo, por equilibrar la balanza y no hacernos a todos más tontos de lo que ya parecemos.
Toda esta paliza de sospechas indemostrables para llegar a la siguiente conclusión: no se fíen de nadie, de nada; no se fíen ni de su padre y desde luego no se fíen, jamás, de un poeta. Tampoco de sus amigos y de sus enemigos, menos todavía. No se fíen de sus críticos, ni de los cantantes que lo adoran ni de los políticos que lo veneran. A los prosistas, lo mismo. Puestos a no fiarse, no se fíen ni de ustedes mismos.
P.D. Esto ha sido todo por mi parte. Dejo esta sección, supongo que en manos de alguien que pueda sacarle más partido. La verdad es que yo soy más de hacer el salvaje en campo abierto y muy poco de atender a plazos. (Tampoco tengo la paciencia necesaria para leer tanta tontería como hay en la crítica suplementosa). Me vuelvo, pues, a mi villanía particular, La medicina de Tongoy, a perpetrar algo, lo que sea. Les dejo en buenas manos.
Nada más y nada menos. Sean felices pero, sobre todo, sean malos.