Tiempos de hype

Jordi Costa

En estas últimas semanas, las redes sociales han sido escenario de dos fenómenos, similares pero antitéticos, que invitan a reflexionar sobre las transformaciones en las dinámicas de recepción de los objetos culturales aquí y ahora. Los objetos en cuestión han sido Los amantes pasajeros de Pedro Almodóvar –de la que ya se habló en esta misma sección– y Spring Breakers de Harmony Korine. Dos casos de hype que son como dos universos paralelos enfrentados: el punto en común es que ambas películas llegaron a su día de estreno envueltas en demasiado ruido. Un ruido que, por cierto, actuaba como condicionamiento pauloviano capaz de ejercer una influencia determinante en la recepción respectiva. Un hype negativo y otro positivo, que colocaba sobre la película de Almodóvar el estigma de desastre irredimible y coronaba a la de Korine como valiente agente provocador, mucho antes de que un espectador inocente –si es que esa entelequia sigue existiendo a día de hoy– tuviese oportunidad de comprar la primera entrada para la primera sesión de cualquiera de las dos películas en el día de su estreno.

Lo más llamativo del fenómeno era comprobar que algunas de las voces más airadas anti Los amantes pasajeros presumían de haber visto tan solo el tráiler de la película y de no tener ni la más mínima intención de ir a ver ese supuesto engendro; y, también, que algunas de las voces más entusiastas sobre la no menos supuesta revolución encarnada en Spring Breakers se inflamaban con el único acicate no ya de un tráiler, sino de uno (o dos) de los carteles promocionales de la película. Sostener que ni Los amantes pasajeros es una nulidad, ni Spring Breakers una obra maestra ha sido, pues, una posición bastante impopular a lo largo de estas dos últimas semanas. Ahora, en este punto del artículo, iba a escribir una frase inapropiada. Iba a escribir: “Como si la crítica de cine fuera una ciencia exacta (que, por suerte, no lo es, nunca lo ha sido, ni nunca lo será)”. La frase es inapropiada porque aquí no estamos hablando de crítica de cine, sino de otra cosa: de hype. De esas corrientes de opinión (espontáneas o no) que provocan una instantánea elevación a los Cielos de la gloria (efímera) o una no menos automática condenada a los Infiernos de la infamia (por fortuna, revisable), sin que los miembros de dichas mareas del gusto hayan sentido la necesidad de enfrentarse directamente al objeto de su reverencia o de su desagrado. El hype nunca es bueno: si uno quiere formular una opinión disidente con respecto a esas corrientes de opinión, corre el peligro de sobreactuar su posición. Y, por supuesto, no es aconsejable, porque, en los casos que nos ocupan, ni Los amantes pasajeros es una rotunda obra maestra en la trayectoria de Almodóvar –aunque su trío de afectados azafatos sea una de las más afortunadas creaciones cómicas de su carrera–, ni Spring Breakers es un espejismo carente de mérito, porque tanto la agresivamente vulgar épica de los cuerpos al ralentí, al estilo Gandía Shore, que abre el discurso como ese meritorio plano secuencia que recoge, desde el interior de un coche, el atraco a una cafetería, son momentos de abrumadora fuerza cinematográfica. Por no mencionar la bien modulada melancolía y el aire de desamparo de lo que podríamos llamar el momento Britney Spears: quien haya visto la película de Korine sabrá de qué hablo.

La fuerza del hype ha logrado que casi nadie se tomase la molestia de preguntarse de qué estaban hablando, realmente, cada una de esas películas. De la de Almodóvar se ha visto lo que señalaba el hype: la pluma, la frivolidad, las pollas… “El mismo mínimo esfuerzo requiere ver que Almodóvar pone a viajar en la cabina de Preferente al director corrupto de un banco, una directora de agencia de escorts de lujo, un ”asesor de seguridad“, una vidente, un actor y una pareja de novios empastillados mientras que en Turista van todos durmiendo drogados para que no se enteren de lo que está ocurriendo… Lo dicho: quien quiera ver solo pluma es libre de hacerlo”, escribía en su crítica de Los amantes pasajeros Ana Álvarez, alumna en un curso de crítica de cine que imparto con el placer de quien descubre que el hype es poderoso, pero no arrasa con todo. Una lectura muy parecida de la película es la que hacía el crítico Carlos Reviriego en El Cultural de El Mundo: Reviriego no es precisamente un entusiasta de Los amantes pasajeros, pero quizá sea la voz que, en los medios profesionales, ha entrado más a fondo en las intenciones –otra cuestión sería la relación entre las intenciones y los resultados– de la película. También fue gratificante leer la opinión de Jonathan Holland en la web de Variety: un corresponsal extranjero, profundo conocedor del cine español, que escribía sin necesidad de oponerse al hype, con la serenidad de quien tiene frente a sí un discurso que merece ser analizado, comprendido y divulgado entre sus lectores.

El pasado 13 de marzo, Robbie Collin publicaba en la web de The Telegraph un artículo no demasiado afortunado sobre un tema parecido, a propósito de otro estreno que llegó a nuestra cartelera la semana pasada: El chico del periódico, la adaptación de la novela de Pete Dexter que, en un principio, estuvo a punto de dirigir Pedro Almódovar, pero que ha acabado firmando Lee Daniels, el director de Precious (2009). Collin recordaba los abucheos recibidos por la película en el Festival de Cannes y se preguntaba si tanta vehemencia crítica no era injusta. El periodista acababa citando la disertación Del criterio del gusto de David Hume y recordaba la poca fortuna crítica que había bendecido el estreno del Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock, un referente excesivo, sobre todo si uno ha tenido ocasión de ver la bastante errática –aunque, por diversos motivos, inolvidable– película de Daniels.

En las páginas de ¡Despidan a esos desgraciados! de Jack Green, un libro que publicó el año pasado Alpha Decay, uno puede encontrar bastantes motivos para desconfiar de las corrientes de opinión mayoritarias en una determinada época y lugar. El libro documenta la cruzada de un solo hombre, Christopher Carlisle Reid (parapetado tras el seudónimo de Jack Green), contra el establishment literario que, en su día, dictaminó que Los reconocimientos, la primera novela de William Gaddis, que hoy es considerada un clásico contemporáneo, era una obra excesiva y aberrante. El libro de Green señala a un gremio profesional viciado e incapaz de reconocer la novedad cuando la tiene ante sus ojos. Hoy el contexto es otro, pero resulta estremecedor que esa democracia de la opinión que propician las redes sociales y las nuevas herramientas de comunicación redunde en viejos errores. Green sostiene –y en muchos casos demuestra– que algunos reseñistas de Los reconocimientos no se habían tomado la molestia de leer el libro. Como muchos detractores de Los amantes pasajeros opinaron presumiendo de no haber visto –ni querer ver jamás– la película en cuestión.

Acaba de llegar a las librerías otro volumen importante: el espectacular coffee table book editado por Taschen que recoge, junto a una selección de iluminadores textos, las fotografías de Steve Schapiro en el rodaje del Taxi Driver (1976) de Martin Scorsese. Taschen parece convertir en cultura perdurable todo lo que toca, aunque sean viejas revistas fetichistas o colecciones de fotografía erótica. Taxi Driver ya era un clásico, pero el libro de Taschen parece culminar el proceso de santificación de una película extraordinaria, pero que, no lo olvidemos, en el momento de su estreno espoleó no pocas polémicas por parte de quienes malinterpretaron su discurso y la acusaron de fascista. El tiempo pone las cosas en su sitio. O no. Esta misma semana se estrena Al Pereira vs. the Alligator Ladies, la primera película de Jesús Franco que llega a las salas desde que el prolífico cineasta recibiera el Goya de Honor por el conjunto de su carrera. Sería interesante ver cómo se enfrentan a ella algunas de las firmas que, en ese momento, lanzaron loas a Jesús Franco sin haber tenido demasiado contacto con su inabarcable filmografía. Al Pereira vs. the Alligator Ladies no es una película dispuesta a hacer amigos: es un Jesús Franco puro, nihilista, áspero y orgullosamente feo, que desemboca en una conclusión de una agresividad absoluta, ajena a toda redención tranquilizadora. El premio oficial no parece haber neutralizado a un espíritu tan libre, sino que se diría que lo ha trasladado a un territorio ya inasumible. No creo que la película genere ningún hype, pero formulemos una hipótesis: en sus 77 minutos hay tantos motivos para considerarla la peor película de su autor como los hay para considerarla, si no la mejor, sí la más pura, desnuda y sincera de su trayectoria.

Volvamos al principio de este artículo. Los entusiastas de Spring Breakers han valorado especialmente el empeño de Harmony Korine por pervertir iconos Disney como Vanessa Hudgens y Selena Gómez. Habría mucho que hablar sobre el alcance de esta presunta perversión, pero resulta por lo menos singular que a nadie le haya impresionado el esfuerzo de Pedro Almodóvar por pervertir dos iconos de la masculinidad ibérica tan rotundos como Miguel Ángel Silvestre y Hugo Silva. Y es que, sí, las cuestiones del gusto nunca podrán ser una ciencia exacta y los mismos argumentos que han llevado a glorificar la operación Spring Breakers podrían haber servido para salvar Los amantes pasajeros. Dentro de unas décadas hablamos de si en todo esto ha habido (o no) alguna injusticia histórica como la que denunció Jack Green.