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Continuar estudiando, a pesar de la guerra

Amaia Celorrio

Esta madre de 37 años no interrumpía esta rutina ni siquiera bajo la amenaza de bombardeos aéreos. Los niños iban a la escuela corriendo, a menudo descalzos, y el maestro los enviaba a casa cuando los bombardeos eran demasiado intensos, pero Rabia no dejaba de enviarlos nunca.

El pasado mes de noviembre, los miembros de la familia llegaron exhaustos a Líbano después de que una nueva ofensiva en la región siria de Qalamoun les obligara a cruzar las montañas hasta la ciudad de Arsal. La mañana siguiente, los dos niños localizaron el único autobús escolar que existe en esta ciudad situada en la ladera de la montaña; corrieron tras el autobús ladera abajo y, a pesar del cansancio, pidieron que les dejaran subir.

Muchos niños sirios faltan a la escuela debido a la guerra civil que ya dura casi tres años. Sin embargo, algunos faltan más que otros. Para las familias de refugiados como la de Rabia, ese ha sido el objetivo más importante. Más importante, según ella, que tener un lugar donde dormir protegido del frío, incluso más importante que la propia seguridad de sus hijos.

“Hemos vivido aterrorizados durante tres años. Hemos pasado frío durante tres años. Pero lo que no puedo tolerar es que mis hijos carezcan de educación”, decía Rabia recientemente. Y añadía: “Hemos perdido todo con esta guerra pero me pregunto si también nuestros hijos deben perder su derecho a la educación”.

La familia vive ahora en una única habitación en una mezquita desde la que se divisan las montañas nevadas a lo largo de la frontera siria. Hace frío, pero a Rabia el frío no le importa.

“¿Cuáles son las consecuencias de la guerra? Destrucción e ignorancia. No quiero que mis hijos formen parte de ello. No quiero darme por vencida a causa de la guerra”, dice Rabia. “Estoy haciendo todo lo posible para que no sean analfabetos y puedan seguir aprendiendo”.

Esa actitud decidida ha dado recientemente sus frutos. El hijo mayor de Rabia, Tarek, de 15 años, y su hermano, lograron asistir a la escuela por primera vez desde que la familia huyó de Qusayr, en el marco de un nuevo programa puesto en marcha en el Líbano con el objeto de promover la matriculación de los niños sirios en la escuela.

Los dos niños se están beneficiando de un segundo turno escolar establecido por ACNUR después del horario escolar habitual. En la ciudad de Arsal, en la que actualmente el 50% de la población está constituida por refugiados sirios, esta es una solución para responder a las necesidades escolares de los niños refugiados. Incluso con estos nuevos cambios, más del 50% de los niños sirios refugiados en el Líbano están aún sin escolarizar.

Los esfuerzos de Rabia para que sus hijos reciban educación, a pesar de las dificultades, pone de relieve los problemas a los que se enfrentan las familias sirias a consecuencia del conflicto, que comenzó en el mes de marzo de 2011, e ilustra cómo, pese a todos los obstáculos, estos refugiados luchan día a día por el futuro de sus hijos.

Más información en www.heridasiria.org

Esta madre de 37 años no interrumpía esta rutina ni siquiera bajo la amenaza de bombardeos aéreos. Los niños iban a la escuela corriendo, a menudo descalzos, y el maestro los enviaba a casa cuando los bombardeos eran demasiado intensos, pero Rabia no dejaba de enviarlos nunca.

El pasado mes de noviembre, los miembros de la familia llegaron exhaustos a Líbano después de que una nueva ofensiva en la región siria de Qalamoun les obligara a cruzar las montañas hasta la ciudad de Arsal. La mañana siguiente, los dos niños localizaron el único autobús escolar que existe en esta ciudad situada en la ladera de la montaña; corrieron tras el autobús ladera abajo y, a pesar del cansancio, pidieron que les dejaran subir.