A pesar de que los padres de Anas preferirían que volviera al colegio, como miles de niños refugiados sirios, creen que no tienen elección. “Mi padre no encuentra trabajo, y tampoco mi madre ni mi hermana”, explica el chico. Y con un alquiler de 200 dólares al mes y su hermana pequeña enferma, los 5 dólares que gana al día Anas son esenciales.
“Pierdo clase”, dice Anas, lavándose después de un polvoriento día de trabajo. “Y también el rato de jugar con mis amigos, persiguiéndonos al escondite, jugando a karate…”.
Con millones de refugiados sirios cruzando las fronteras para escapar de la guerra, el trabajo infantil es una preocupación creciente. ACNUR y sus socios están abordando el problema aconsejando a los padres y a los empleadores, facilitando ayuda económica a las familias con más necesidades y desarrollando programas en los que los niños pueden estudiar en su tiempo libre.
Cuando los niños trabajan demasiadas horas o están en riesgo de abuso, sus casos pasan a ser prioritarios para los oficiales de protección. “No podemos evitar el trabajo infantil”, asegura Elsa Laurin, coordinadora de protección de niños de ACNUR en Líbano. “Pero podemos mitigar el impacto”.
Como otros muchos niños sirios, el joven Anas está creciendo demasiado rápido.
Fotos: ACNUR/A.McConnell
A pesar de que los padres de Anas preferirían que volviera al colegio, como miles de niños refugiados sirios, creen que no tienen elección. “Mi padre no encuentra trabajo, y tampoco mi madre ni mi hermana”, explica el chico. Y con un alquiler de 200 dólares al mes y su hermana pequeña enferma, los 5 dólares que gana al día Anas son esenciales.
“Pierdo clase”, dice Anas, lavándose después de un polvoriento día de trabajo. “Y también el rato de jugar con mis amigos, persiguiéndonos al escondite, jugando a karate…”.