Transcurridos 10 años de la puesta en marcha de las primeras reformas del mercado de trabajo en Alemania (reformas Hartz), el balance que de éstas puede hacerse es muy crítico. Si bien el conjunto de medidas flexibilizadoras ha frenado, considerablemente, el riesgo de crecimiento del desempleo en Alemania, mediante el fomento de la reducción del tiempo de trabajo compensándolo con formación (kurzarbeit) o a través de los mini-jobs, la realidad es que estas medidas han dado lugar a un deterioro considerable de las condiciones de trabajo. Quiénes son partícipes de las mismas se ven obligados a aceptarlas frente al riesgo de verse desplazados temporalmente del mercado de trabajo o excluidos del mismo dando como resultado un incremento considerable de las desigualdades sociales, especialmente, en términos de desigualdad de los ingresos laborales y por tanto con un riesgo más que evidente de fractura social.
El problema de segmentación del mercado de trabajo ya existente en muchos países Europeos como es el caso de España, es también ya un problema de primer orden en el caso de Alemania. La brecha existente entre trabajadores con contratos regulares y trabajadores con empleos precarios está incrementándose aceleradamente como consecuencia de la política flexibilizadora del mercado de trabajo alemán. La cifra de trabajadores alemanes con salarios bajos (muy por debajo de 9,15 euros/hora.) es cercana al 25%, especialmente en el sector servicios.
El desequilibrio entre flexibilidad y seguridad en el marco de las reformas acometidas en Alemania en aras de la modernización del mercado de trabajo durante estos últimos años al amparo de las reformas Hartz es evidente. No sólo porque los mini-jobs se caracterizan por el pago voluntario de las aportaciones del trabajador al sistema de pensiones y por tanto dificultan el acceso a las mismas a estos trabajadores, sino también porque no garantizan la transición efectiva a un trabajo regular. Según un informe elaborado por la Fundación Bertelsmann en el año 2010 sobre el empleo atípico y la mano de obra barata, en comparación con otros países Alemania presenta una de las tasas más bajas de transformación de empleo precario (como los miniempleos) en empleo regular.
La realidad del mercado de trabajo alemán dista mucho de ser un referente en el que fijarse. La fortaleza de su modelo se sustenta, en gran parte, por un uso racional que se hace de la flexiblidad interna negociada como alternativa (más racional) al despido. Lo que ha permito salvar una cifra cercana a los tres millones de empleos desde que estallará la crisis internacional, pero es un modelo abocado al abismo de la desigualdad social, y de la pobreza de un porcentaje nada desdeñable de la población asalariada en contraste con la política cada vez más publicitada de captación extranjera de trabajadores cualificados.
Alemania avanza hacia un modelo de sociedad caracterizado por el incremento de las desigualdades sociales, eso sí, en un país más rico y próspero en términos de crecimiento y de valores macroeconómicos que es y continuará siendo el motor europeo.
No obstante, cada vez va a ser mayor el porcentaje de población que va a requerir de una amplia red de asistencia social capaz de dar salida a sus necesidades. Este colectivo subsiste hoy a través de instrumentos de precariedad institucionalizada como son, en la gran mayoría de casos, los mni-jobs.
Así, en contraste con lo expuesto en relación al presente y futuro de la realidad social alemana, el último paquete de reformas Hartz incluía medidas drásticas sobre las prestaciones de desempleo. No sólo en términos de reducción de las mismas y de fijación de condiciones más rígidas de acceso, sino también la fusión, muy controvertida, de los subsidios para desempleados de larga duración con ayudas sociales para personas sin ingresos, y la fijación del controvertido mínimo vital o renta mínima incondicional Das bedingungslose Grundeinkommen (BGE).
El incremento de la población asalariada cada vez más precarizada va, por tanto, paradójicamente acompañado de un desmantelamiento de los sistemas públicos de cobertura del desempleo y de ajuste de la asistencia social a los parados de larga duración.
En Alemania debe reabrirse el debate sobre el alcance y significado de la idea de renta mínima incondicional, idea que ha ido recobrando impulso como consecuencia de un empeoramiento de las desigualdades sociales.
La apuesta por un modelo de relaciones laborales más flexible pero menos seguro que garantiza el crecimiento y la mejora de la productividad, pero comporta un enorme sacrificio,en términos de coste social y de incremento de las desigualdades debe tener, muy en cuenta, el efecto de estabilizador social que la renta social mínima incondicionada genera. O apostar por un modelo (más clásico) basado en la cobertura de las necesidades de asistencia social que compense, en parte, las desigualdades que el mercado de trabajo acarrea para una parte importante de la sociedad y que los poderes públicos toleran e incluso estimulan. En cualquier caso, la tentación (siempre latente) por el desmantelamiento del sistema de protección social ya sea contributivo o asistencial, abocaría a Alemania a un riesgo más que evidente de fractura social.