La portada de mañana
Acceder
Gobierno y PP reducen a un acuerdo mínimo en vivienda la Conferencia de Presidentes
Incertidumbre en los Altos del Golán mientras las tropas israelíes se adentran en Siria
Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera

Desiguales en lo más profundo: identidad y psicología de clase

Todas las sociedades están estratificadas, divididas en grupos socioeconómicos escalonados en función de su acceso a derechos, privilegios y/o recursos que condicionan oportunidades en la vida. Los sociólogos tienen diferentes instrumentos y metodologías para analizar la estratificación. La aproximación más común es considerar que las sociedades contemporáneas están estratificadas en clases sociales, definidas en función de diferentes criterios.

Lo habitual es utilizar información sobre la ocupación, estudios, situación en el mercado de trabajo o posición de autoridad en organizaciones de los entrevistados para definir su clase social y capturarla en forma de indicadores. Es, por ejemplo, lo que hace el Centro de Investigaciones Sociológicas para categorizar a la población en cinco clases sociales: media-alta/alta, nuevas clases medias, viejas clases medias, obreros cualificados y obreros no cualificados.

Pero la desigualdad, y por extensión la clase social, tiene también una dimensión personal, experimentada en el plano subjetivo. La gente se sabe situada socialmente, por encima y por debajo de otras personas. Preguntados por ello, no suelen tener excesivos problemas para reconocerse como clase alta, media-alta, media, media-baja o baja; o situarse en una escala que va de 0 (posición más baja) a 10 (más alta).

El CIS, por ejemplo, realiza periódicamente la pregunta desde 2004. Y desde 2004, algo más del 50% de los españoles se sitúan en la clase media (una tendencia común en distintos países). Cerca de un tercio se sitúa en la clase media-baja, y proporciones más reducidas se identifican como baja o media-alta. Apenas existen españoles que se sitúan en la clase alta.

Los datos sugieren que existe una reticencia a situarse en las clases extremas. Posiblemente reconocerse como clase alta contravenga predisposiciones normativas contra la ostentación. Lo cierto es que, en 2007, solo el 0,5% de las personas que bajo los criterios socioprofesionales del CIS formarían la clase media-alta y alta, se reconocían como clase alta (y un 15,8% se reconocían de clase media-alta). Por el otro lado, solo el 10% de los obreros no cualificados se identificaban como clase baja (Estudio 2731). Es posible también, como han señalado diversos autores, que la inclinación a verse como clase media obedezca a la tendencia de los individuos a agruparse e interactuar cotidianamente en grupos segmentados y relativamente homogéneos, donde tienden a encontrar tanto a personas cuyo estatus se sitúa por encima de ellos como por debajo.

Sea como sea, como puede observarse en el gráfico, el posicionamiento de los españoles ha variado significativamente en los últimos años, en direcciones muy ilustrativas. Hasta 2007 aumentan quienes se consideran clase media y clase media alta. A partir de 2008 disminuyen, y se incrementan quienes se perciben como clase media baja o baja (estos últimos prácticamente se triplican desde 2007).

Los datos reflejan en buena medida el empobrecimento general de la sociedad provocado por la crisis, y el hecho de que la mayor incidencia de ese deterioro se da en los segmentos más desfavorecidos. Aunque la mayoría de la población sigue identificándose como clase media, el porcentaje ha disminuido, y esta disminución no ha sido homogénea.

2007 fue un año de euforia. El 56,7% de los parados se identificaban como clase media y el 3,2% como media alta (un 32,5% como media-baja). Solo el 6,5% se situaban en la clase baja. En 2012, la euforia había remitido. El porcentaje de parados que se autoposicionaban en la clase media o media alta había disminuido al 43%, y habían aumentado los que se identificaban como clase media baja (37,9%) o baja (17,1%).

Durante la crisis, el volumen de quienes se ven como clase media o media alta también se reduce en la clase trabajadora tradicional. Por ejemplo, entre los obreros no cualificados, la proporción de quienes se sitúan en la clase media o media-alta pasa de 66,9% en 2007 a 56,2% en 2012, y entre los obreros cualificados del 69,3% al 53%.

Las caídas de estos porcentajes en grupos socio-económicos más acomodados es algo más limitada. Los directivos y profesionales que se consideran de clase media o superior eran un 87,1% en 2007. Cinco años de crisis después, la proporción baja a un 82,9%. Entre técnicos y cuadros medios, el porcentaje pasa de 86,1% a 82%. Si se tiene en cuenta la variación relativa respecto al volumen inicial, el adelgazamiento de la clase media parece fundamentalmente adelgazamiento de una “falsa conciencia” de clase media en grupos que, de acuerdo a criterios “objetivos”, no serían clasificables en la clase media.

Hay grupos en que el porcentaje de los que se ven en la clase media o media alta incluso aumenta. Así, el porcentaje de los pequeños empresarios que se sitúan en estos segmentos acomodados pasa de 70,8% a 73,7% durante los años de crisis. Es posible que en un contexto de deterioro general, los grupos que salen perdiendo menos acaben autoposicionándose mejor.

Quizás habrá quien piense que no vale la pena prestar mucha atención a lo que no sean cambios en las condiciones materiales “objetivas” de la gente, y estarán tentados a considerar estas tendencias en las percepciones subjetivas de clase relativamente irrelevantes. No seremos nosotros los que restemos importancia a las condiciones objetivas. En bastantes ocasiones le hemos dedicado atención en Agenda Pública (por ejemplo aquí, aquí, aquí o aquí).

Pero es necesario subrayar que más allá de esa vertiente objetiva, existe bastante evidencia de que las vivencias subjetivas de la desigualdad están estrechamente relacionadas con estados psicológicos, estilos de vida y pautas de consumo, orientaciones normativas e incluso inclinaciones políticas, de manera independiente a las condiciones materiales que fundamentan la división en clases “objetivas”. En este post nos limitaremos a constatar con evidencia empírica la asociación entre autoposicionamiento social y determinados indicadores estandarizados de bienestar/malestar psicológicos. Para ello nos servimos de la última edición de la Encuesta Social Europea (2012), realizada a más de 53000 personas en 29 países.

La siguiente tabla muestra el porcentaje de personas que se sienten habitualmente deprimidos, tristes, ansiosos, solos, contentos, con mucha energía y tranquilos entre quienes se autoposicionan en el escalafón más bajo de la sociedad (0 en una escala de 0-10), en el escalafón medio (valor 5) y en el escalafón más alto (valor 10). Los porcentajes hablan por sí solos. Los estados de abatimiento, ansiedad y soledad son bastante más comunes en el estrato más desfavorecido. Los estados más deseables prevalecen entre quienes se sitúan en los estratos medios y altos.

Aunque se producen algunas variaciones entre países, nueve de cada diez personas que se autoubican en el escalafón más alto de la sociedad tienen una imagen positiva de sí mismos, frente al 50,6% de quienes se sitúan en el escalafón más bajo y al 78% de quienes están en el medio. A esta imagen contribuyen posiblemente las evaluaciones que hacen sobre el curso de su vida cotidiana. El 89,8% de las personas que se autoposicionan en el escalafón más alto dicen que, durante la semana anterior, la mayor parte del tiempo o todo el tiempo, disfrutaron de la vida. En el estrato más bajo, ese porcentaje se reduce al 31,4%. Un 32,5% de personas en este colectivo más desfavorecido declararon que no hubo ninguno o apenas hubo momentos en que pudieran decir que disfrutaron.

El perfil psicológico de los individuos no es, por tanto, ajeno al contexto de desigualdad en que viven y perciben su emplazamiento social. Un incremento de las personas que atraviesan situaciones de adversidad que las empujan a reclasificarse en la escala social traiga muy probablemente consigo un aumento del malestar en los segmentos sociales más desfavorecidos. No puede ignorarse que estas situaciones pueden comprometer principios básicos de la dignidad de la persona. Por ejemplo, algo más de uno de cada tres entrevistados que se autoubican en el escalafón más bajo de la sociedad no se sienten libres para decidir como quieren llevar sus vidas (experiencia prácticamente desconocida en los grupos más acomodados).

Hacerse una idea cabal de la exclusión social implica necesariamente acercarse a la experiencia vivida de sus protagonistas, reconstruir sus expectativas truncadas, sus inseguridades y temores. Sólo así podremos entender como cristaliza en otras formas de comportamiento social y político. Pero esto último será objeto de otros posts en el futuro.