Los inmigrantes han sido los grandes afectados por la crisis. El riesgo de desempleo de este colectivo se ha multiplicado, especialmente el de algunos grupos que habían ocupado nichos laborales ahora en crisis. Eso ha empujado a algunos a salir de España en los últimos años, pero también se han quedado otros muchos. Entre éstos últimos se han acrecentado notablemente los problemas de exclusión social.
Una de las expresiones más diáfanas del riesgo de exclusión es el descenso de la renta mediana equivalente de los hogares. Los datos del EU-SILC son inequívocos. En España (y Grecia) la crisis ha afectado mucho más intensamente a las rentas de los inmigrantes de origen extra-comunitario que a las de nacionales. Mientras los primeros han experimentado una reducción de sus ingresos de un 27,5% entre 2008 y 2012, los segundos apenas han perdido un 7,4%.
Sin duda la crisis ha sembrado damnificados por todas partes, proceso que datos agregados como éstos posiblemente no capturen adecuadamente. La desigualdad ha aumentado a ritmos insólitos, que evocan a los de Gran Bretaña durante los primeros años del gobierno Thatcher. Pero el hecho de que los mayores efectos se hayan concentrado en colectivos inmigrantes puede ayudar a explicar la relativamente escasa reacción ciudadana o electoral a estos desarrollos. Toleramos el aumento de la pobreza y la desigualdad porque tendemos a sentir que, en buena medida, no nos concierne directamente a nosotros. Muchas de las principales víctimas de la crisis viven su situación desde la marginalidad a la que les condena la extranjería, el aislamiento y la falta de acceso a redes sociales. La suerte que corren estas víctimas pocas veces abre telediarios ni concita el interés de políticos. Nuestra capacidad de empatizar con estos colectivos también es más reducida.
En este sentido, a través de la Teoría de la Identidad Social, la Psicología Social ha acreditado que las relaciones de solidaridad tienden a hacerse posibles en la medida en que las personas se perciben unas a otras como miembros de una categoría en lugar de seres individuales. Cuando existe esa identificación grupal, la relación de empatía y la consecuente respuesta solidaria hacia el exo-grupo puede disminuir, hasta el punto de situar a individuos fuera de los límites en los cuales aplicamos valores morales, reglas y consideraciones de justicia. En todos los estudios demoscópicos, los inmigrantes son sistemáticamente considerados el grupo vulnerable que, a juicio de los encuestados, menos merece ayudas públicas (lo que la literatura académica ha bautizado como chovinismo de bienestar).
Mientras la crisis se siga percibiendo como un “asunto de otros” difícilmente terminaremos de pasar factura a nuestros gobernantes por gestionarla de manera insolidaria.