Homofobia en las aulas
No son meros rumores. Ni vagas suposiciones o intuiciones. Es una cruda realidad. Aún hoy en día, avanzado el siglo XXI, en nuestros colegios e institutos siguen siendo muchos las/os adolescentes y jóvenes que, a causa de su orientación sexual o identidad de género, soportan una violencia física y psíquica intolerable. Más del 5% de las/os alumnas/os lesbianas, gais, transexuales y bisexuales (LGTB) afirma haber sido agredido físicamente (patadas, golpes, empujones, etc.) alguna vez en su Instituto por ser o parecer LGTB, y más del 11% reconoce haberlo presenciado.
Esto, junto con otras muchas cifras difíciles de digerir, es lo que nos muestra el último y más importante estudio de campo realizado hasta el momento sobre la situación en que se encuentran nuestros adolescentes y jóvenes LGTB en el ámbito educativo: “Investigación Homofobia en las aulas 2013. ¿Educamos en la diversidad afectivo-sexual?”, elaborado por el Grupo de Educación del Colectivo de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales de Madrid (COGAM).
Se trata, en efecto, de una muestra muy representativa realizada en forma de encuesta a casi 5.300 alumnos, repartidos en 37 Institutos de Educación Secundaria (IES) de la Comunidad Autónoma de Madrid, que viene a confirmar datos ya adelantados por estudios previos como el realizado por el Departamento de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid: “Diversidad sexual y convivencia: una oportunidad educativa” (2013), o los llevados a cabo por el propio COGAM y la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB): “Acoso escolar homofóbico y riesgo de suicidio en adolescentes y jóvenes LGB” (2012), y “Estudio 2013 sobre discriminación por orientación sexual y/o identidad de género en España”.
De todos ellos se derivan conclusiones similares: pese a los avances experimentados en los últimos años en España en este terreno, con hitos tan transcendentales como las llamadas Leyes de matrimonio homosexual (2005) y de identidad de género (2007), la discriminación que padecen las personas homosexuales, transexuales y bisexuales continúa siendo muy elevada.
Entre la igualdad formal y la real sigue existiendo una brecha muy profunda. Por más importancia que tenga el reconocimiento legal de la primera, que lo tiene, no se puede generar la falsa apariencia de que ya está todo conseguido. El ejemplo de lo que sucede con las mujeres en nuestro país, iguales en la ley desde hace décadas, pero todavía lejos de la igualdad plena con los hombres en ciertos campos como el laboral, es bien significativo. No solo por lo que de por sí demuestra sino además porque de esta desigualdad de género derivan muchas otras discriminaciones, como la que se produce en el terreno que aquí nos ocupa, el de la aceptación de la diversidad afectivo-sexual en los centros educativos.
Los datos, en efecto, no dejan lugar a dudas: En el estudio sobre “Acoso escolar homofóbico y riesgo de suicidio” ya se denunciaba que el 43% de los adolescentes y jóvenes lesbianas, gais y bisexuales había pensado alguna vez en suicidarse, habiéndolo planeado el 81% de ellos; cifras que se ven confirmadas por el “Estudio 2013” antes citado sobre discriminación por orientación sexual y/o identidad de género en España“, en donde se pone de relieve cómo el 76% de los encuestados reconoce haber sido objeto de discriminación por este motivo.
Por si no fuese suficiente con estos números, ciertamente muy preocupantes, la “Investigación Homofobia en las aulas 2013” revela la existencia de muchos prejuicios negativos hacia las personas LGTB, interiorizados en una parte muy significativa (más del 25%) del alumnado de la ESO, con independencia de cuál sea su orientación sexual, y derivados, en buena medida, del rechazo hacia la homosexualidad, transexualidad o bisexualidad que perciben en su entorno familiar, y de la injustificable pasividad de parte importante del profesorado ante las situaciones de discriminación que se dan en el ámbito educativo. Casi el 42 % de las alumnas y alumnos encuestados considera que el profesorado hace poco nada ante insultos homófobos en el aula.
Entre los prejuicios más extendidos, merece la pena destacar los siguientes:
- Casi el 15 % cree que, en alguna medida, los homosexuales no deben tener los mismos derechos que los heterosexuales.
- Casi el 40 % se siente de uno u otro modo molesto si ve a dos homosexuales besarse en público.
- Más del 22 % cree que la transexualidad es una enfermedad.
- Más del 26 % opina que los homosexuales no pueden ser buenos padres.
- Y para más del 23 % los homosexuales, por distintas razones, no deberían practicar determinadas profesiones como trabajar con niños o en el ejército.
Estos datos, junto con otros, explican que a pesar de que la tendencia a “salir del armario” ha aumentado en los últimos años, todavía hoy más del 80% de las/os jóvenes lesbianas, gais y bisexuales ocultan su orientación sexual en su Instituto. Esta invisibilidad, además, es significativamente superior en el caso de las chicas lesbianas, de las cuales sólo un 13% ha vivido o mostrado públicamente su orientación sexual en su Instituto. La razón de esta ocultación es clara: “salir del armario” aumenta considerablemente la exposición a sufrir agresiones físicas o verbales de otros compañeros. De hecho, entre quienes han salido del armario el porcentaje de alumnos que sufre violencia física es 3 veces mayor a la de quienes se encuentran dentro de él.
Conviene resaltar también que estas preocupantes dosis de homofobia se muestran mucho más acentuadas en el caso de los adolescentes y jóvenes varones, lo que nos debe hacer reflexionar sobre la vinculación existente entre la “cultura machista y patriarcal”, que todavía impregna en gran medida nuestro modo de concebir los roles y las relaciones de género en el seno de nuestra sociedad, y la violencia que se proyecta sobre quienes no se corresponden con los “valores” de esa “cultura”: las mujeres, las personas LGTB, etc.
El verdadero valor de esta investigación radica, por un lado, en su amplia representatividad, hasta el punto de que se puede considerar una radiografía muy fidedigna de lo que hoy en día sucede en nuestras aulas, y por el otro, en la multitud de datos y enfoques que ofrece respecto de la dura realidad que viven todavía hoy muchos adolescentes y jóvenes LGTB. Datos que deberían constituir una voz de alarma para la sociedad española, que no puede permanecer impasible ante lo que está sucediendo, y que, de manera muy singular, interpelan a las autoridades educativas para que adopten las medidas necesarias a fin de poner remedio a esta situación que tanto dolor y sufrimiento está generando en cientos y cientos de personas que se encuentran, por su edad, en pleno proceso de formación de su personalidad.
Aunque esta problemática, dada su complejidad, debe de ser abordada desde muy diferentes perspectivas, urge ya recuperar para el currículo docente la enseñanza de valores de convivencia que fomenten la igualdad de derechos de todas las personas, con independencia de cuál sea su sexo, origen étnico, procedencia, creencias o, por supuesto, su orientación sexual o identidad de género, al estilo de lo que sucedía con la desaparecida asignatura de “Educación para la ciudadanía”. La lucha contra los prejuicios que sostienen las conductas discriminatorias que se han descrito atañe de forma muy directa a los poderes públicos, en tanto que responsables de hacer realidad lo que nuestra Constitución les mandata: “promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud”. No podemos esperar más. La felicidad, la salud e, incluso, en ocasiones, la vida de nuestros adolescentes y jóvenes está en juego.