La inevitable aritmética de la deuda griega
Han pasado apenas tres días desde la adopción, in extremis, del acuerdo entre Grecia y sus Acreedores en el marco de la Eurozona y las reacciones han pasado prácticamente por todos los ciclos anímicos posibles. Entusiasmo y satisfacción entre los que querían mantenerse firmes con el “chantaje populista” de SYRIZA, desolación e incluso indignación entre los que los que esperaban de Tsipras y su liderazgo una palanca desde la que iniciar el fin de la austeridad en la Eurozona. Una tercera visión menos interesada políticamente (electoralmente) ha mostrado su preocupación por la fractura de algunas de las cosas que se consideraban pilares para el futuro de la Unión Europea: la irreversibilidad del euro –que fue puesta en cuestión durante toda la negociación- y la doble fractura entre acreedores/deudores y, muy especialmente, del eje franco-alemán.
Sólo pasado el primer momento de reacciones rápidas –y en muchos casos simplemente apasionadas- se han comenzado a revisar los aspectos técnicos de la propuesta de acuerdo que se puso encima de la mesa la madrugada del pasado día trece de julio. Y el resultado es desalentador, especialmente a la luz de la filtración –y posterior publicación- del informe de sostenibilidad de la deuda que llevó a cabo el FMI y de cuya existencia conocían los negociadores del pasado fin de semana.
El FMI, que ya había publicado un análisis de sostenibilidad de la deuda bastante crítico con la capacidad de Grecia de gestionar de manera sostenible su abultada deuda pública (motivo de controversia porque los miembros de la eurozona no querían hacerlo público antes del referéndum), actualizó su análisis a la luz de una semana de corralito bancario y de control de capitales. Las conclusiones del informe son devastadoras.
Según el FMI, la deuda pública Griega, en buena medida como resultado de los acontecimientos de los últimos meses, ha alcanzado el carácter de “altamente insostenible”. Según el organismo internacional, alcanzará el 200% del PIB en los próximos años y para el año 2022 podría situarse en el entorno del 170%, cuando lo previsto en el rescate de 2010 es que para esa fecha debería estar por debajo del 112%. Esto en sí es preocupante pero mucho más preocupante es el hecho de que, de acuerdo con los últimos cálculos, las necesidades de financiación de Grecia superan con creces el límite de seguridad del 15% del PIB anual, límite establecido por el FMI para poder considerar una deuda sostenible. Peor aún, seguirá creciendo a largo plazo.
Estos cálculos, reconoce el FMI, se basan además en el mantenimiento de Grecia de un superávit primario –ingresos públicos menos gastos públicos sin contar intereses de la deuda- del 3,5% del PIB durante décadas (en la Unión Europea, el récord lo tiene Finlandia, con 11 años seguidos), y suponiendo que Grecia pasa de tener la menor tasa de crecimiento de la productividad y la menor tasa de de crecimiento del empleo de la eurozona a tener las mayores, un ejercicio difícilmente realista, a través del liderazgo de un primer ministro ya se ha ocupado de dejar claro que no cree en las reformas impuestas en el acuerdo del 12 de Julio.
La conclusión del FMI es que Grecia necesita una reestructuración en profundidad de su deuda pública, bien a través de una quita sobre el nominal, un aplazamiento de los pagos de treinta años, o recibir anualmente transferencias –subvenciones- por parte del resto de los países de la eurozona.
Cualquiera que haya seguido las negociaciones de los últimos días tomara consciencia de cuán lejos están las voluntades políticas de los acreedores de asumir este informe y de actuar en consecuencia. Si no es así, las matemáticas de educación básica no dicen que la deuda Griega crecerá y que llegará un momento en el que la mera refinanciación será imposible para atender los pagos. Si la deuda crece, crece el servicio de la misma, cada vez su montante será mayor y cada vez el esfuerzo para realizar una quita será más importante, y, por lo tanto, la quita más improbable. En unos años, el gobierno Griego puede encontrarse con que no puede, materialmente, hacer frente a los pagos, aun con refinanciación del Mecanismo Europeo de Estabilidad, que, a su vez se financia en los mercados y que difícilmente podría justificar como AAA un balance donde la deuda de un país insolvente no deja de crecer.
Es posible que antes de llegar a ese extremo, Grecia se declare oficialmente en suspensión de pagos. Es decir, que el tan temido Grexit es sólo cuestión de tiempo.
Queda la puerta abierta, en el documento firmado la madrugada del 13 de Julio, a que los estados miembros de la eurozona realicen una reestructuración de la deuda Griega, no anunciada en estos momentos de manera firme por motivos estrictamente de economía política (pasar los acuerdos por sus parlamentos, etc.). Parece difícil, en cualquier caso, que el nivel de reestructuración alcance el necesario para solucionar el problema.
Si los cálculos del FMI son correctos –que pueden no serlo-, es muy poco probable que una eurozona rota por sus diferentes fracturas, falta de confianza en su socio, y con un clima tan deteriorado, reúna el suficiente liderazgo político para asumir este reto. En el fondo, es indiferente si los líderes conocían o no el informe del FMI con anterioridad a la cumbre, porque son incapaces de hacer frente a sus consecuencias.
Son pocos los milagros que pueden ocurrir. Podemos confiar en que los técnicos del FMI se han equivocado en sus cálculos, o en que un gobierno de SYRIZA será el campeón europeo en reformas económicas y austeridad presupuestaria bajo la atenta supervisión de unos socios, de repente proclives a ayudar y a reestructurar su deuda. Fuera de estos supuestos, que no son imposibles, aunque sí bastante improbables, la suerte parece echada.
Situar la responsabilidad de esta situación exclusivamente en Alexis Tsipras y en SYRIZA, sin tener en cuenta los desastrosos resultados de los anteriores programas, las fallas de gobernanza y de diseño de la Eurozona, y los errores clamorosos de política económica de los últimos años, sencillamente no es honesto. Nada se rompe tanto por la actuación de un grupo o una persona, por poderosa que sea. Nadie tiene tanto poder como para, actuando unilateralmente, meter a Europa en este callejón sin salida. Ni siquiera Merkel.