La masacre perpetrada en la sede de Charlie Hebdo el pasado miércoles 7 de enero ha despertado una oleada de empatía con la causa de la libertad de expresión en Occidente sin apenas precedentes. La intensidad emotiva de las manifestaciones, el consenso mayoritario manifestado en las redes sociales y la reacción de condena mundial (incluido el rechazo de Hezbollah) muestran una repulsa general hacia lo que muchos han presentado como una atentado contra la libertad de expresión y contra una visión laica del mundo que sustenta los valores fundamentales de la democracia liberal. Ante esa agresión, la opinión pública occidental ha reaccionado al unísono en defensa de esos valores. Pero, ¿hasta qué punto esta defensa encendida de la libertad refleja realmente un apoyo unánime en el mundo occidental? ¿Nuestra adhesión a la tolerancia, a la libertad de expresión y pensamiento, y al respeto frente al disenso son realmente una convicción inexpugnable para los suicidas de París? ¿Estamos tan seguros de que ‘todos somos Charlie’?
Ya sabemos que la visión de lo sucedido es más compleja si se observa desde fuera de Occidente, como muestra el debate interno abierto entre diversos periodistas de Al-Jazeera. Incluso en las sociedades occidentales, como explicaba David Brooks, la corrección política creciente alimenta una autocensura moral que evita la necesidad de recurrir a la amenaza de la regulación legal. En ese ambiente, la sátira de Charlie Hebdo aparece más como una excepción marginal que como un patrón representativo de una mayoría social. Sin olvidar contradicciones más flagrantes, como el contraste entre la solidaridad de las instituciones españolas con el semanario francés y la expeditiva censura que El Jueves ha recibido por portadas menos sacrílegas.
Ciertamente, el apoyo de la población a la tolerancia y a la libertad de expresión son manifiestos y reiterados en las numerosas encuestas de opinión acumuladas durante estas últimas décadas. Sin ir más lejos, un reciente estudio del CIS (Nº 3.034, julio de 2014) situaba el valor de la tolerancia como el segundo más importante, solo por detrás de la honestidad y la integridad personal: en concreto, los españoles lo puntuaban con un 8’99 sobre 10. En realidad, el único valor propuesto en la encuesta que bajaba de 8 era ‘votar en las elecciones’, que obtenía un 6,62. Se trata de una valoración bastante homogénea entre diferentes estratos sociales, de educación, edad o sexo. La tolerancia, como la honestidad, el cumplimiento de las normas o la solidaridad son valores muy importantes para los españoles.
Sin embargo, si vamos un poco más al detalle del vigor con que se manifiestan estos valores, los propios españoles reconocen que, en las últimas dos décadas, la tolerancia ha ido sufriendo cierta erosión. El Gráfico 1 muestra la evolución al alza de aquellos que opinan que la tolerancia se practica ‘poco o nada’ en España, partiendo de un nivel inferior al 40% (1994) hasta acercarse al 50% a finales de 2012 (serie de datos del CIS).
Pero los límites al vigor de nuestra idea de tolerancia surgen al tratar de asignar un contenido real a ese valor. Cuando las redes sociales convirtieron el hashtag #jesuischarlie en el que mayor difusión ha tenido en la historia de Twitter, expresaban con él una adhesión a una libertad de expresión con límites laxos. Decenas de articulistas han escrito estos días sobre la importancia del humor referido a ideologías y creencias como un requisito clave de una tolerancia genuina, un criterio central para marcar el alcance real de la libertad de expresión y pensamiento. Pero, ¿qué opinan realmente los ciudadanos sobre esa idea?
Un estudio del CIS sobre religiosidad en España (Nº 2.752, febrero de 2008) preguntaba específicamente por esa cuestión. Y los resultados resultaron muy clarificadores: para un 55’3% resultaba inaceptable la utilización de símbolos religiosos con fines humorísticos en los medios de comunicación, frente a un 34’6% que lo encontraba aceptable (10’1% NS/NC).
Lo más destacable de este rechazo mayoritario al humor practicado por Charlie Hebdo y otras publicaciones satíricas es que se mantiene a la cabeza en casi todos los grupos sociales. Evidentemente, existen diferencias significativas (Gráfico 2). El rechazo se refuerza a medida que sube la edad (las posturas a favor o en contra solo se igualan por debajo de las 35 años), es mucho mayor entre individuos de centro o derecha (pero los que aceptan la sátira religiosa solo son mayoría en el grupo minoritario de extrema izquierda), mayor entre mujeres que entre hombres (la diferencia es significativa estadísticamente) y crece también a medida que se reducen los ingresos mensuales personales (el grupo favorable a la sátira solo es escasamente mayoritario entre los que cobran más de 1800 euros al mes). Quizá sorprenda menos que el rechazo a la sátira religiosa sea mayúsculo entre creyentes católicos, musulmanes u otras creencias, mientras que agnósticos o ateos son más propensos a aceptarla.
Por supuesto, no debemos sobreinterpretar estos datos, que solo miden un aspecto de la noción amplia de libertad. Ni extrapolarlos a un contexto en el que confluyen diversas tramas causales que se cruzaron en la redacción de Charlie Hebdo, como podrían haberlo hecho (o volver a hacerlo) en otro lugar... (el contexto bélico de Oriente Medio, la irrupción del Estado Islámico en la región, la Fitna de la que hablaba Gilles Kepel, la guerra civil en el mundo islámico, que alcanza siempre que puede a Europa, aunque el mayor sufrimiento sigue dándose, en términos cualitativos y cuantitativos, en los países de mayoría musulmana, etc.).
Sin embargo, este cuadro de las opiniones de los ciudadanos nos da una medida más aproximada del estado real en el que se encuentran nuestras convicciones sobre las libertades. Debemos recordar este aspecto para entender cuál es el verdadero alcance de la reacción a favor de la tolerancia expresada estos días en un continente en el que, al mismo tiempo, surgen movimientos sociales como el de Pegida en Alemania, en el que sube el voto a los partidos que miran la libertad con desconfianza, y en el que los núcleos conservadores de los gobiernos europeos –de izquierda o derecha- no van a perder la ocasión para plantear crudamente el dilema entre seguridad y libertad a la hora de tomar medidas preventivas.
Los expertos señalan que no hay que racionalizar excesivamente los objetivos y acciones de los grupos terroristas islamistas. Pero no cabe duda de que atentando contra Charlie Hebdo, los jóvenes franceses inmolados apuntaron a uno de los flancos más vulnerables de nuestras democracias.