Esta semana la comunidad de politólogos y sociólogos estamos de luto. Ha fallecido Juan J. Linz, no sólo el politólogo-sociólogo “español” más reconocido internacionalmente, sino un verdadero referente para todos nosotros y probablemente también para las generaciones venideras. Su obra es sumamente prolífica y aborda las principales cuestiones de la democracia contemporánea (y su reverso): ¿cuál es la naturaleza de los autoritarismos y los totalitarismos?, ¿por qué se hunden las democracias?, ¿por qué es preferible el parlamentarismo al presidencialismo?, ¿por qué las élites políticas son esenciales para entender los resultados de la política?, ¿son todos los partidos iguales?, y tantas otras. Sea cual sea nuestro campo de especialización, probablemente haya pocos politólogos que no hayan recurrido a él y en cuyos trabajos no se deje sentir su impronta.
Uno de los aspectos más destacables de su obra, que como todo trabajo científico es susceptible de ser discutida y contrastada, es que resulta indispensable para entender algunos de los problemas fundamentales de la España contemporánea. Además de sus aportaciones sobre elites y partidos, resulta especialmente pertinente recuperar algunos de sus planteamientos sobre la construcción del Estado-nación en España y el desarrollo de los nacionalismos periféricos.
En 1973 Linz afirmó que España se había construido como Estado pero había fracasado en su intento de construir una nación: “España es hoy un Estado para todos los españoles, una nación-Estado para una gran parte de ellos, y sólo un Estado –pero no una nación– para algunas minorías importantes”. Linz atribuyó este fracaso, en parte, al hecho de que España se había creado como Estado antes de la primavera de los nacionalismos, que se inaugura a partir de la revolución francesa y entra en crisis justamente cuando ese movimiento eclosiona a finales del siglo XIX. También lo atribuye a que “Madrid” (y lo dice así, no nos hemos contagiado del lenguaje usado por los nacionalistas periféricos) tenía poco que ofrecer a la periferia y contaba, además, con pocos recursos para la castellanización. Hoy ese fracaso no solo se ha mantenido tras décadas de democracia europeizada, sino que, como muchos podríamos sostener, se ha acrecentado a pesar de las esperanzas que Linz había depositado en la construcción de un régimen democrático. En 2013 no sólo son cada vez más, al menos en Cataluña, los que consideran España un Estado y no una nación, sino que crecen también los que consideran a Cataluña –y no a España– su única nación y, en consecuencia, apuestan por dotarse de un Estado propio.
Linz reconocía la plurinacionalidad de España y abogaba porque la periferia se incorporase activa y lealmente al centro, participando políticamente incluso en el gobierno, contribuyendo a su desarrollo económico y garantizando el desarrollo igualitario de los territorios. Décadas después, podemos concluir que la periferia ha sido clave efectivamente en el desarrollo español y la igualación social de sus territorios, aunque la implicación de los nacionalismos en la gobernación de España ha sido desigual, indirecta y a menudo sin pasión. A pesar de figuras como Narcís Serra, Miquel Roca, Jordi Solé Tura y otros catalanes cuya aportación a la democracia ha sido determinante, los nacionalismos periféricos han tendido a rehuir responsabilidades directas en el gobierno del Estado. Y aunque hay que asumir que los diseños políticos nunca son definitivos y que siempre van a producirse acomodos, el Estado no sólo no ha sabido reconocer esa contribución sino que tampoco ha querido dar respuesta a las aspiraciones de un nuevo acomodo. Se preguntaba Linz “¿Por qué ha resultado imposible resolver los problemas de España mediante alianzas entre los líderes más capaces de la periferia –especialmente en Cataluña– y los líderes nacionales en Madrid?”. Eso mismo podemos preguntarnos 40 años más tarde. Debemos seguir apostando, como hacía Linz, por respuestas que sólo pueden ser “consociativas”. Existen fórmulas políticas que permiten la convivencia en los Estados plurinacionales, y el propio Linz las expuso en el ensayo que inauguraba la Revista Española de Ciencia Política en 1999. En 1973 la alternativa a la solución de consenso era el mantenimiento del autoritarismo. Hoy la alternativa parece ser más bien, al menos para muchos catalanes, la opción secesionista.
Estamos ante un problema secular, y, al igual que hizo Linz con maestría y genialidad, a las distintas generaciones de politólogos y sociólogos nos tocará seguir insistiendo en el diagnóstico y en las posibles vías de solución. Aunque quizás si nuestras élites políticas hubiesen leído a Linz, podríamos haber evitado estos derroteros. Jóvenes con aspiraciones políticas en España, por favor, ¡leed a Linz!
Referencias:
Linz, J.J. (1973): “Early state buiding and late peripheral nationalism againts the state: the case of Spain”. Eisentadt, S.N. y Rokkan, S. Building States and Nations, Vol. II, Sage, Beverly Hills.
Linz, J. J. (1985): “From primordialism to nationalism”, Tiryakian, S.A. y Rogowski, R. New Nations in Developed West, Allan&Urwin, UAS.
Linz, J.J. (1999): “Democracia, multinacionalismo y federalismo”, Revista Española de Ciencia Política, No. 1